No hace mucho- digamos dos décadas atrás- Bolivia
internacionalmente era conocida solo por la producción de cocaína, la pobreza social
extrema siempre en alza y el lamento de los políticos bolivianos de turno. Los
mismos que a medida que privatizaban el país se iban de gira internacional para lloriquear en
cualquier foro económico y así provocar una condonación de la deuda externa que
beneficiaba a la misma y pequeña clase política racial que gobernaba el país de
los andes. La historia boliviana está plagada de golpes de estado,
inestabilidad política, revoluciones de izquierda fracasadas, dictaduras
militares, gobernantes democráticamente malvados y la injerencia política
internacional camuflada en la lucha contra las drogas o los lobby de presión de
las transnacionales que querían un trozo del país que se comenzó a vender desde
finales de los ochenta bajo el amparo de la dictadura del mismo neoliberalismo
y sus organismos financieros que hoy despliega su salvajismo social en países
europeos como España, Portugal, Grecia, Chipre…..
Hace una década Bolivia aún encabezaba todas las
estadísticas de la desigualdad y desesperanza que caben en un clásico gráfico
de barras o en una infografía digital de la miseria. No había organismo
internacional que diera un duro por aquel país enclaustrado marítimamente en
Sudamérica y siempre subestimado por sus vecinos. Desde los ochenta que se
venía repitiendo con insistencia el axioma que se resumía en un rotundo Bolivia no existe a nivel económico
internacional ni regional, que solo llamaba la atención por su deriva a
convertirse-o convertirlo- en un nuevo estado fallido producto del egoísmo de
su clase política tradicional de derechas e izquierda y los intereses foráneos.
Si bien los analistas del Pentágono venían avisando desde finales de los
noventa sobre el ascenso indigenista comandados por un tal cocalero llamado Evo
Morales, nadie presto demasiada atención política al movimiento social que se
estaba generando porque sencillamente nunca pensaron que la indiada organizada,
los pobres urbanos y los descolgados de sus privilegios podían encontrarse no
sólo en las calles sino que en las urnas y cambiar el destino de un país que
por primera vez en su historia moderna tiene un Nosotros.
Este 12 de octubre pasado el pueblo boliviano ha vuelto a
endosar un voto de confianza en Evo Morales otorgándole el 61% de los votos, si
hace seis años Bolivia estaba a punto de una guerra civil provocada por las
regiones orientales que se querían independizar hoy en esos mismos terruños
avanza la cordura y la realidad objetiva y ya casi nadie discute que Bolivia ha
emprendido un camino por la justicia social incluyente que no tiene vuelta
atrás. Este es el triunfo de los que dejaron atrás las mazmorras del silencio
para convertirse en sujetos sociales promulgando una verdad empírica: otro
mundo es posible con otras políticas económicas en beneficio de las mayorías
sociales. Hoy asistimos a una nueva Bolivia en donde aún falta mucho para
construir una sociedad más justa y participativa pero quizás por primera vez en
su historia hay un nosotros, pobre y defenestrado,
es cierto, pero constructor de su futuro y sabedor que con o sin Morales nunca
más estarán silenciados: el empoderamiento social ha sido tan fuerte que ya
nada volverá a ser igual, y eso dice mucho de un proceso social aún en marcha.
El fracaso de esta revolución es probable que no venga por
la histórica variable económica sino que por las tensiones sociales en aras de
construir una sociedad más justa y con futuro, que a día de hoy por ejemplo, se
arraiga culturalmente en la violencia machista que lo mismo se ejecuta en los
cuatro pilares básicos del abismo familiar o en un espacio público con total
impunidad. Bolivia encabeza la estadística de los países latinoamericanos en el
asesinato de mujeres, los femenicidios son una sangría diaria entre
tanto avance macroeconómico y una salud y educación en alza. Atrás va quedando
el exitoso proceso de alfabetización que erradicó el analfabetismo del país, en algunos lugares por fin tuvieron
constancia de la existencia de un médico que atendiera lo básico, si fuera
cubano o no, daba lo mismo, por primera vez el estado se hizo cargo de algo fundamental para el desarrollo de una sociedad. La pobreza extrema aún en Bolivia
alcanza un 20% antes era del 40%, cifras que tienen rostro que aún no ven
delineado un porvenir a su alcance. En 2005 los bolivianos que subsistían con un dólar al día sumaban la cifra de 24 por cada cien, en 2012 eran 10, ahora quizás son ocho.
Es tanto lo que aún queda por hacer que a
veces se pierde la perspectiva de que ocho años no bastan para recomponer un país
que viene saliendo de un abismo neoliberal
profundo y delirante, en donde se intentó privatizar hasta el agua de la
lluvia.
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