octubre 24, 2007

“Pour plus de sécurité” Avanza la política del racismo y la xenofobia en Europa



Hacer una campaña política basada exclusivamente en el racismo y la xenofobia hoy, da garantías de triunfo en la vieja Europa. Si no, que se lo pregunten a, Christoph Blocher, líder de UDC-SUP (partido popular de Suiza) que ha ganado las elecciones generales del domingo pasado con el 29% de los votos, obtenido 61 escaños en el Consejo Nacional y conseguido alinear a uno de cada cuatro suizos bajo el lema “Por plus de sécurité” (para tener más seguridad). En su campaña prometieron reducir al mínimo las ayudas sociales a los inmigrantes, la deportación de los menores delincuentes y sus familias, la prohibición de construir minaretes en las mezquitas, control estricto de los demandantes de asilo y derogar las leyes que prohíben el discurso racista por considerarlo “una represión de la libertad de expresión". Sin embargo, lo más gráfico de su pensamiento y de sus aliados repartidos por todo el continente quedó escenificado en su campaña electoral con los afiches de las ovejas blancas dándole una patada en el culo a la oveja negra que es expulsada fuera del tablero suizo. Se calcula que más de 100 mil inmigrantes viven y trabajan en Suiza sin papeles.
La ultraderecha, el populismo nacionalista y su discurso reaccionario son una realidad latente que avanza en la conformación de una ideología política, sustentada en la exclusión y el racismo puro y duro. Hace unas semanas el partido Flamenco de ultraderecha “Vlaams Belang” creció fuerte en Blandes (33,5%) en el marco de las elecciones municipales y provinciales en Bélgica. También están presentes en la región francófona de Valonia a través del Frente Nuevo de Bélgica (FNB). En Holanda el LPF del asesinado, Pim Fortuyn, se mantiene en las altas ligas de la política holandesa, al igual que la ultraderecha danesa, más aún después del capítulo de las caricaturas de mahoma en la prensa. En Austria Jörg Hayder y el democristiano Partido Popular son los representantes del racismo y la xenofobia, desde aquella trinchera que huele a rancio no sólo se han lanzado a la caza de votos sino que de los inmigrantes que llevan años viviendo en sus países.
El 26 de septiembre la policía austriaca llegó a la casa de Arigona Zogaj para repatriar a la fuerza a ella y su familia. Su madre sufrió una crisis nerviosa y tuvo que ser internada, su padre y sus cuatro hermanos menores fueron subidos a un avión con destino a Kosovo. Arigona huyó de la policía y durante dos semanas estuvo escondida en la casa de un sacerote, lo único que se supo de ella durante esos días fue un video que recorrió las entrañas de Austria donde aparecía la joven diciendo que se suicidaría si la expulsaban. Sólo con 15 años y una vida más que difícil Arigona le torció la mano al ministro Günther Platter que por esos días declaraba que Austria “no se dejaría chantajear. Al final desde su despacho emanó un permiso de estancia temporal para ella y su madre hasta que los tribunales dictaminen su situación. Pedir asilo político o humanitario ya no es fuente de seguridad en Europa. La familia de Arigona lo había solicitado en 2002, el año de su llegada.
Iván no tuvo tanta suerte como Arigona en su huída de la policía francesa que venía a por él y su familia hace unos meses en Amiens. Cayó del cuarto piso de su casa mientras intentaba descolgarse a un balcón vecino, de nada le sirvió ser el alumno perfecto del curso y hablar un francés impecable, ni que sus padres hubiesen solicitado asilo político en 2004 después de llegar de los infiernos de Grozny y haber soportado una guerra –ahora de baja intensidad- cruenta y silenciada por las complicidades de occidente. La familia Dembsky Abueva (ruso/chechena) es posible que se quede ahora en Francia con un hijo en estado de coma, vegetal o muerto. Iván es otro de los 25.000 inmigrantes que tienen que ser expulsados este año por la política migratoria de Nicolás Sarkozy, que lo ha llevado al poder.


octubre 18, 2007

El secuestro de Tarzán; el perro


La última vez que el artesano vio a tarzán; este aún dormía a pata suelta dentro de la furgoneta. Antes de cerrar la puerta pensó en despertar al perro para que bajara a mear y estirara sus cortas patas. Pero no lo hizo y se encaminó junto a su hijo hacía un bar cercano para desayunar.
Era un quiltro normal que con su pelaje discreto se movía con desplante y seguridad allá por donde iba. Por la noche esquivaba con maestría a los cuerpos embriagados que transitaban por todos los recovecos de la calle Elvira en busca de otra copa o de un kebab para estabilizar la marcha. No era un perro callejero, pero tampoco tenía un domicilio fijo porque lo suyo era siempre estar de paso. Tarzán, el perro, era parte de la gran caravana multicultural de artesanos- y devenidos en esto- que se moviliza por España y Europa siguiendo el itinerario de fiestas, festivales, ferias, mercadillos.
Su cuerpo más que menudo sabía reconocer a la distancia el peligro. Durante meses fui testigo de como Tarzán se sincronizaba con el artesano y su familia a la hora de huir de la Policía Local que se desplegaba de improviso para requisar la mercadería; si te cogen el riesgo de que te pidan la documentación es alta. El perro era el último que emprendía la retirada, esperaba a que llegara la policía y a medida que estos avanzaban sus ladridos y movimientos histéricos crecían. Yo por entonces trabajaba en un bar que tenía un gran ventanal por donde se dispensaba cantidades enormes de cervezas y tapas, un maldito lugar que estaba marcado en todos los mapas para estudiantes Erasmus y guiris en general. El artesano chileno, su hijo y la chica vasca, cuando no estaban de viaje, pasaban una temporada en Granada; después de meses de observar a Tarzán supe que una cosa es la reacción lógica de un perro que ve amenazado a su amo y en concordancia actúa, y otra muy diferente, la locura bella del quiltro que siempre asumía por sí mismo la misión de contención ante el peligro. Más de un puntapié policial se comió en silencio para luego de unos minutos de rutina canina, salir pitando calles abajo en busca de su familia. Siempre era el primero en volver al lugar donde la porfía humana y animal era una sola a la hora de sobrevivir.
Después de volver de desayunar del bar italiano, el artesano y su hijo no sólo se dieron cuenta de que les habían mangado la furgo, su casa, su trabajo y todos los retazos simbólicos de su vida, sino que también los cabrones se habían llevado al perro. Aquello pasó hace una semana en un barrio de Roma, desde entonces todos los que conocimos al perro errante nos preguntamos dove cazzo stara tarzán?

octubre 16, 2007

Stencil callejero Granada (II)

Su estética grabada en algún muro, fachada, puerta o edificio público, nos hablan de una narrativa social del descontento que bombardea las ciudades con mensajes provocadores en donde se economiza la palabra para poner en circulación una serie de reflexiones e ideas fuerza que atentan contra los valores fundamentales de la sociedad de consumo y las relaciones de poder en todo ámbito de la vida.
La temática es tan amplía como las subjetividades que subsisten tras la mano que rosea el muro con spray. Militantes del arte callejero que desarrollan su crítica social en los espacios públicos y no ante la televisión observando el telediario, cronistas del relato visual breve que nos interrogan sobre el control de nuestras vidas, la plaga inmobiliaria, el hambre en África, la precariedad de la vida y la privatización sentimental del ser humano.
Un grito potente y fugaz que permanecerá tatuado en el cuerpo social y su espacio público bajo el capricho silencioso del tiempo y el azar. Imágenes que procuran poner en contradicción y abrir puntos de fuga que se decantan por un fino humor negro que poetiza con furia sobre la libertad de movimiento en la Europa Comunitaria o espasmo visuales que hablan de la violencia machista y que algún maltratador ve por casualidad en la esquina de su casa. También hay otras que sólo buscan que un chiflón de sensaciones placenteras te recorra el cuerpo aunque sea por un segundo en tu tránsito cotidiano.
Las fotografías que ha continuación aparecen son parte de un proyecto que tiene por objetivo la documentación gráfica de las plantillas en la ciudad de Granada y su interacción social. Asumimos el trabajo como la posibilidad de rescatar la memoria de la fugacidad de los muros, a través de la fotografía no sólo se busca la documentación del hecho en sí y su complejidad temática sino también permitir multiplicar su discurso en otros soportes, transformando así nuestro trabajo en una correa transmisora entre el artista, el muro, la fugacidad del tiempo y el ojo que nunca la ha visto o no ha querido verla.
Las fotografías han sido tomadas el año 2006 y el 2007 en la ciudad de Granada. Fotografías Ronald Plaza & Rodrigo Soto.

octubre 04, 2007

Roberto Bolaño: Los detectives salvajes y 2666


A Los detectives salvajes les encontré una tarde lluviosa reposando su ajetreado cuerpo en un estante de la biblioteca pública de Granada. Un ejemplar se hacía escaso para los estudiantes, mendigos, inmigrantes sin papeles, literatos, guiris ávidos de nueva narrativa en español que recorrían sus pasillos... los detectives salvajes siempre estaban de préstamo-viaje por la geografía andaluza de olivos, en alguna plaza silenciosa del Albayzín, o visitando un cuarto oscuro y húmedo en el centro de la ciudad donde alguien con los ojos aguachentos, de madrugada, se preguntaba en silencio como sería el desierto de Sonora y si será posible encontrar a los poetas y la poesía en fuga, o más concreto aún, si encontraría trabajo mañana. Pese a ello medité por unos minutos entre cogerlo o dejarlo para otra ocasión; después de comprender que el presupuesto apenas daba para el tabaco de liar y algún costo de mediana calidad, y que las librerías las visitaría durante mucho tiempo sólo como lector errante, lo cogí con fuerza y me sorprendí de camino a casa con una sonrisa cómplice y borrosa reflejada en un escaparate mojado.
Aquel otoño de 2003 los detectives salvajes vagaron conmigo por las calles de una ciudad aún desconocida. Vagamos como el que va en búsqueda de lo que nunca tuvo y cree haberlo extraviado quizás en una aguda borrachera emocional de algún día ya pasado, o en algún callejón, justo en el momento en que la farola de la luz ya es incapaz de delinear siquiera una sombra. Momentos muertos en que los detectives se desdoblan por alguna calle del DF mexicano en búsqueda de la literatura perdida, una búsqueda intensa en donde se va la vida y sólo permanece la estela del que un día se marchó a robustecer los puntos de fuga. Una huída transoceánica en donde la mochila se robustece de otras preguntas y derrotas, un viaje épico por las entrañas de la utopía vivida a través de la literatura a pie de calle que se desperdiga por un contorno social que no quiere poesía sino que microondas o consolas Wii. Unos detectives que indagan con sus cuerpos tan latinos pero tan universales al mismo tiempo en las fracturas de los pliegues emocionales que construyen la trasnochada identidad nacional a uno y otro lado del charco. Un viaje sin fronteras en donde los únicos papeles que valen son los que están en blanco y aún no se han escrito.
Bolaño murió a los 50 años esperando un transplante de hígado en el Hospital Vall d'Hebron de Barcelona. Se dice que hasta donde pudo siguió escribiendo y corrigiendo su última novela, quizás faltó algo, puede ser, pero lo medular de la historia, de su propia historia, está ahí, en esas 1119 páginas que conforman 2666. Bolaño nació en Chile pero no era chileno, solidificó su experiencia con la literatura en México en donde formó parte del Movimiento Infrarrealista, pero tampoco era mexicano, luego a principio de los ochenta llegó a España, pero tampoco era español. Bolaño era un exiliado eterno porque no reconocía patrias ni fronteras. A Chile volvió en septiembre de 1973 con veinte años y dispuesto a ser parte de esa utopía colectiva que ya tenía los días contados. Llegó tarde; el golpe vino tan rápido como los primeros amaneceres que logró ver en Santiago, fue detenido a las pocas semanas y expulsado. Luego de pasar una temporada en México y después de vagar por otras latitudes termina instalándose en España a principios de los ochenta.
El exilio lo entendía como vida o como actitud ante la vida. “Yo no creo en el exilio, sobre todo no creo en el exilio cuando esta palabra va junto a la palabra literatura”, decía Bolaño. Muchos exiliados que fueron sacados de una patada en el culo de sus casas, de sus vidas y sus sueños, aquellos que no querían irse de su largo país que se iba a la mierda envuelto en sangre y desolación, no pensarán igual que Bolaño es comprensible. Su militancia ante todo es literaria, errante, rebelde por que no; a Bolaño no se lo recordará nunca por sopla pollas o como un desquiciado autor que golpeaba una y otra vez puertas del delirium editorial. De alguna manera es un sobreviviente que fue capaz de escribir dos obras mayores que lograron erosionar la mediocridad de la narrativa en español, abriendo una trinchera para todos los que habían quedado en la intemperie modernista y necesitaban con urgencia un enfrentamiento bello y desgarrador con los fantasmas de la utopía personal y colectiva.
Hace un par de años en París llevaba conmigo la novela 2666, sólo me quedaba el último capítulo; la parte de Archimboldi. Aquella que entregaría más datos sobre el misterioso escritor alemán que había trastocado las vidas de cuatro jóvenes críticos literarios europeos que de pronto, desde el euro centrismo, saltaban a una realidad desconocida de crímenes de mujeres en el desierto mexicano en búsqueda del escritor cuyas huellas olían a muerte. Una de las noches que pasé junto a mi amiga Nataty me contó que hace poco tiempo había estado en Ciudad Juárez, Santa Teresa y al otro lado de la verja, en San Diego, reporteando sobre el tema y las peripecias que vivió, las cintas que pudo conseguir, me dijo con su mirada siempre sincera que después de estar ahí tenía más preguntas que respuestas. Luego saque el libro de mi mochila y se lo extendí para que lo conservara, hablamos algo de Bolaño, del exilio permanente, de los coches que ardían en la periferia parisina. A la maña siguiente me marché de París y de 2666. Hace unas semanas lo volví a comprar y lo leí de un tirón.
Los artefactos-explosivos de Bolaño no se desactivan con el término de su lectura o su interrupción pactada en silencio con el autor, sino que expanden su influencia cuando se cierra el libro y uno sin planteárselo se embarca en otra búsqueda.

Crónicas Inmigrantes : Chicharrones de nostalgia

Cada día pechugas, trutros y alas vuelan por última vez sancochadas a la sartén hirviendo de la cocina senegalesa que se hace un hueco por sobrevivir en la primera planta del bloque de viviendas sociales construido por algún arquitecto español de la urgencia. Y el aroma del menú africano se va colando por las ventanas de los cuartos superiores siempre acompañado de ese chirrear de la fritanga en ebullición, hirviendo, caliente, tanto como el verano andaluz que hace languidecer los cuerpos cada vez más desnudos que deambulan por el asfalto de Granada; la ciudad sureña del encanto asfixiante.
La cocina da hacia un largo y estrecho patio interior que separa a los dos mausoleos habitados en su mayoría por inmigrantes y universitarios en busca de alquileres accesibles a pasos del centro de Granada. Comparten estancia con gente de la tercera edad que cumplen su sueño del piso propio gracias a las viviendas de protección oficial que se levantan con timidez ante el avasallador tranco de las grandes inmobiliarias que especulan con las necesidades y esperanzas de la población española por adquirir una, o tan siquiera, alquilarla. Todo lo que desemboca en aquel patio interior se amplifica al vecindario. Y uno ahí, sin quererlo, se va involucrando en rutinas privadas, diálogos añejos, en amores que coletean desgarrados y soledades tan profundas e invisibles como la del torso moreno friendo sus chicharrones de nostalgia al compás de la música de Youssou N'Dour . Imagino que las rutinas culinarias lo acercan a Dakar, a la familia numerosa que se ha quedado en Senegal derrochando sonrisas y esperanzas ante las calamidades que azotan al continente africano. Ahora sólo hay una mesa pequeña para compartir junto a los amigos de la aventura migrante, esta se hace estrecha, incapaz de contener ese afecto moreno que quisiera desbordarse por completo sobre el sentido común de la desconfianza española, que lo mira con desdén, mientras tira la manta en las callejuelas de la ciudad.
Imposible abstraerse a la cartografía de la soledad. Cómo negarse a la posibilidad de asistir al duelo entre el hombre asiático de la cuarta planta y su máquina lingüística programada para traducir, corregir y castigar cada palabra que sale de sus labios. Triste encuentro entre el hombre y sus circunstancias. Una lucha feroz que se desencadenó durante meses ante la mirada incrédula de algunos vecinos que no podían creer en la tenacidad de aquel asiático frente a su verdugo de última generación. Cada palabra que salía de su boca el verdugo la traducía al español, cuando el hombre vocalizaba con energía, la máquina saltaba para corregirlo, y así pasaban largas horas y rara vez avanzaban más que un par de frases a la semana.
Una noche de invierno se escuchó un grito agudo, de llanto, luego un fuerte golpe en el piso, cuando abrí la ventana del cuarto vi las entrañas de la máquina desperdigadas en el concreto, la única luz era la del cuarto del chino; lo vi en la ventana, las lágrimas o la lluvia le surcaban el rostro mientras contemplaba la escena.
Pero la soledad no es patrimonio de nadie y por eso calles más abajo una robusta anciana española de vestido rojo socializa su llanto al barrio desde su balcón de la tercera planta. Su grito desgarrador de soledad desciende entonces por las calles Mirlo, Paloma, Azor hasta perderse en el sonido de la fuente iluminada. Un beso para la mujer canosa que pide a gritos una caricia arrebatada por la modernidad, una bolsa de frutas y unas palabras de cariño para quién ya casi se despide de esta sobre valorada vida, una visita, una siquiera, de los hijos que ya sólo saben de fútbol, hipotecas, móviles de última generación, cambio de coche y tiempo de rebajas.
En la Europa comunitaria los viejos mueren con la soledad como testigo de fe, si no fuera por el olor a podrido que emana de sus pisos, nadie se enteraría de aquella despedida silenciosa. La muerte lo cambia todo, incentiva a la carroña mecanizada que visita la zona para enterarse del piso a punto de entrar al ruedo inmobiliario, los agentes a vuelo de pájaro tasan la propiedad desde el exterior, esperan que el juez de turno autorice el levantamiento del cadáver para ingresar al inmueble, que de seguro, ha quedado en manos de algún miembro de la familia ausente.
Carcajadas con sabor a hachís, cervezas frías en la nevera, televisión española en estado de coma, parejas follando tras las persianas, juegos de salón árabes en el balcón marroquí, franceses pedo corriendo desnudos por la calle, universitarias taconeando por la escalera agarradas del consolador con melodía, terrazas abarrotadas de cervezas y tapas, perros cagando en la impunidad de la noche desafiando la multa del ayuntamiento. Otro día tranquilo en el barrio Los Pajaritos de Granada.