noviembre 26, 2011
La nueva batalla de Chile
Hace seis meses que el alzamiento estudiantil chileno se transformó en una noticia intermitente en el apartado internacional de la prensa española. Desde entonces y en la mayoría de los casos, no han dejado de aparecer análisis vacíos de contenidos que siempre comienzan con la muletilla lingüística-ideológica sobre el éxito del modelo económico chileno en la región y su ejemplo de transición a la democracia, basado en el caso español. Muchos interpretan la rebelión social como un arrastre globalizador de la corriente de indignación que recorre al planeta; se equivocan. En los telediarios de la TV se priorizan las imágenes de la lucha callejera antes de entrar a desmenuzar las causas que han llevado a un país, anestesiado por décadas, a redefinir su futuro. Los enviados especiales al otrora mito chileno del desarrollo cogen un par de testimonios de manifestantes, otro de algún dirigente estudiantil, van al despacho de algún politólogo criollo, pasan por La Moneda para cubrir la conferencia de algún representante del Gobierno de Piñera llamando al diálogo para mantener la imagen-marca país en el exterior. Luego vuelven a sus hoteles en el barrio oriente de la capital para despachar la crónica y de seguro muy pocos se adentrarán en el otro gran Santiago en donde se puede palpar la bipolaridad social chilena, que es la génesis de todo.
Hay que ir detrás de esos miles de chicos y chicas que se manifiestan en las calles para que los lleven al laberinto de sus vidas, y quizás, así intentar comprender lo que significa haber nacido y vivir en el país estrella del neoliberalismo. La desigualdad social va más allá del coeficiente de Gini que coloca a Chile en el país con mayor desigualdad de ingresos ( 0,50) frente al promedio dela OCDE que es del 0,31%. Las cifras exitosas de la macroeconomía nacional a costa de ensanchar la mala distribución del ingreso no son una pancarta estudiantil más, sino que una constante desde el inicio de la transición a la democracia (1990). Hablamos de dos décadas, de veinte años en donde la clase política (coalición de centro izquierda y neo pinochetistas) sólo han administrado y profundizado el modelo neoliberal inaugurado por Pinochet y la Escuela de Chicago en 1976.
La educación y la salud son una ruleta rusa mediatizada por la capacidad de consumo; jamás un derecho social en donde sea posible acariciar la igualdad de oportunidades. El sistema de pensiones lo administran corporaciones privadas donde especulan con la rentabilidad y tributan una miseria. Transnacionales mineras invierten en Chile para llevarse el oro, el cobre o el litio porque lo mismo en la ecuación final son tantas las regalías, los beneficios netos, que igual es posible pagar la tasa de explotación o evadir algunos cientos de millones de dólares. El estado y su clase política administran las relaciones sociales y comerciales de la sociedad desde una posición de observador ausente porque aún siguen creyendo que los desequilibrios económico-sociales los corregirá el mercado en algún momento.
Por eso a los ciudadanos los llaman consumidores, para que la gente siga creyendo que el esfuerzo personal es lo único que basta para batirse en la vida. Otra quimera neoliberal tercer mundista pero que ha condicionado el devenir de la sociedad chilena que no sólo ha tenido que asumir la derrota política y militar de 1973, sino que vivió 17 años de venganza feroz en donde el plomo y la sangre siempre estuvieron presentes, para terminar aún entrampados en un modelo económico nefasto y con una democracia a medio empezar Hoy en las calles chilenas no sólo se le planta cara al mercado de la educación pública y privada, sino que más importante aún es la posibilidad de una transformación social que va generando un movimiento social organizado, diverso y de nueva sabia, capaz de sumar a capas sociales que hasta hace algún tiempo aún creían en que sólo bastaba con su esfuerzo emprendedor para alcanzar la justicia social. Los estudiantes chilenos han dado un paso gigante en la madurez política de la movilización; no quieren otras pequeñas reformas, ni que se ajusten los presupuestos sólo para conseguir otras miles de becas. Ya hastiados piden lo imposible para muchos, una educación pública, gratuita y de calidad, que deje de ser un bien de consumo que imposibilita la movilidad social en un país diseccionado por las clases sociales. Y si bien es cierto que la fractura social causada por la liberalización económica totalitaria hace mucho que está presente, recién es hoy cuando se comienza a tener una conciencia más profunda en que ya es hora de reescribir la historia.
Mientras tanto, aquí en Europa recién se inicia aquel largo camino en donde las reformas estructurales de la economía amenazan con privatizarlo todo. En la subjetividad neoliberal va implícita la disciplina de la fragmentación social que también busca la privatización de la esperanza. Y esto no es una figura literaria, más bien, un dato histórico que ha quedado escrito en las regiones del mundo por donde ha pasado la ola destructiva del neoliberalismo y sus tecnócratas de turno.
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