febrero 27, 2009

QUILTRO MAYOR


Aquellas mechas al aire que su gorro de lana ya no puede cubrir, siempre ondean seguras mientras se mueve por entre los coches con la mano derecha empujando el carro de supermercado y la izquierda revoloteando en el aire para señalizar la vía que debe seguir la caravana de quiltros* a su alrededor. Sus ojos claros están flanqueados por una barba trigueña espesa que resalta aquellos pliegues del tiempo esculpidos en los pómulos. La cazadora negra a medio caer, y colocándose en medio de la calle con su carro para parar el tráfico, y así, hacer del cruce de los canes, algo más seguro en aquellos contornos periféricos acostumbrados a ver sus siluetas adosadas al pavimento o pudriéndose y a punto de reventar, al costado de las grandes avenidas.
Siempre mueren de noche o por la mañana temprano cuando aún no han despertado del todo. Las gomas de caucho frenando en el asfalto; golpe seco, aullidos a la distancia que se van apagando hasta desaparecer, otro cuerpo callejero transformado en charqui tras intentar cartografiar la ciudad hostil que lo parió una noche de invierno agudo al alero de algún basurero o matorral olvidado. Culebrean la ciudad con total independencia. Son capaces de extraviar el rumbo por algún polvo improvisado a las afueras de un colegio perdido de primaria, o realizar, cada día, durante largos meses, la rutina del mínimo esfuerzo. Hasta que un día lo dejan todo, se alejan del vagabundeo solitario para incorporarse a la manada heterogénea y de medio pelo que trajina los contornos de la ciudad tras la silueta del flaco de los ojos claros.
Los vínculos de aquel pastor urbano y su rebaño de quiltros se afianzan tras el itinerario diario que se han trazado para sobrevivir. A media mañana está en el paradero 13 de Vicuña, en Serafín Zamora, recostado en la muralla del antiguo cuartel de Investigaciones con una hilera de perros disfrutando aquellos rayos del sol que a veces logran colarse por la espesa capa de humo que envuelve el invierno de Santiago de Chile. Todos duermen sobre alguna frazada roñosa o vieja prenda de vestir, se revuelcan en la calzada con una soltura que da envidia, estiran sus extremidades hasta envolver sus colas demacradas, emborrachados de pereza tierna, se saben a salvo con la figura del flaco a su lado. Su compañero de viaje, jamás su dueño. Y mientras ellos duermen, el flaco se enfrasca en una tras otra conversación con la gente que a esa hora se mueve por aquella calle de locales comerciales que desembocan en la estación Bellavista del Metro. Sensibiliza a quien este dispuesto a escuchar sobre la manutención de los perros, qué si alguien quiere ayudar, que lo haga, pero que sepan que todo es para ellos. Lo deja claro para que el rictus chileno no comience su desvarío psíquico mientras en sus brazos se acurruca un cachorro blanco que aún no abre los ojos. Y así va consiguiendo medicinas para el perro enfermo que no se mueve del carro, leche para los más pequeños y algo de abrigo para pasar el invierno, de vez en cuando alguna mano generosa deja caer algún billete que se transforma en huesos carnudos para los perros y una buena empanada para él.
Durante la tarde callejean de un lado a otro y luego se apilan en un pequeño jardín a las afueras de la Municipalidad de La Florida que el hombre ha ido cercando con algunas rejas para que los canes descansen con seguridad mientras él se ausenta por unos minutos. Y si fuera por él no los encerraría –ni siquiera un minuto- pero no le queda otra posibilidad si aquellos animales siempre quieren estar a su lado y desconocen que su figura no agrada a muchos transeúntes que caminan frenéticos hacía el Mall comercial para gastarse la mitad del sueldo en unas zapatillas Nike para el crío que tanto las necesita, o quizás, si no fuera por esa maldita camioneta blanca de sanidad que trajina las calles en búsqueda de los famélicos vagabundos. El flaco sabe que los contornos han cambiado, que para muchos floridanos de la eterna escalada social su figura maltrecha y los perros no deberían estar en el centro de la actividad comercial, que en la última década, ha permitido a los vecinos, ya no tener que viajar al centro, para consumir con distinción.
Cuando cae la noche abandona el territorio comercial para refugiarse en el pequeño descampado de calles más abajo. Siempre está en movimiento, buscando refugios, intentando torcerle la muñeca a la mano canalla que junta firmas para su expulsión porque su estampa y la de los cuadrúpedos devalúan las casas de ladrillo pareadas. Y mientras el flaco sueña entre los cartones con la posibilidad de un pequeño terreno para él y los suyos, algún buen vecino arroja un pan con vidrio molido a los perros. Aquellos quejidos del perro envenenado lo despiertan de madrugada, lo devuelven a la triste realidad del asesinato impune de la ciudad mientras corre desesperado por un poco de leche para contrarrestar el efecto de aquel bocado, que ya para entonces, ha hecho mierda el interior del animal, del flaco y de la manada que rompe el silencio y comienza a aullar.
Algunas luces se prenden en el vecindario, sombras mirando por las ventanas del salón, no se molestan en salir a la calle, sólo les basta con ver la escena del flaco agarrando entre sus brazos al quiltro inerte bajo la farola amarilla para volver a dormir.
Yo no sería nadie sin ellos. Estaba a un metro de distancia, sus ojos claros en línea recta quedaban un poco más abajo que los míos. Lo dijo con total honestidad
–siempre mirándome- mientras volvía al mostrador por sus bolsas con suficiente comida para su manada que lo esperaba fuera del local a granel. Cruzamos algunas palabras sobre la manada, la vida, deslizó la idea de que nunca había pasado por un programa de abstinencia, ni regalado su pena a las células mormonas y evangélicas que se extienden como callampas por los barrios populares del Santiago de Chile modestamente hipócrita. Yo sólo los necesito a ellos. Desde que estoy con ellos- extendió su mano en dirección a la manada con un gesto suave, que convocaba atención- ya no tomo, dejé el alcohol por ellos, estos perros ahora son mi vida.
Conocía la calle y sus vericuetos, se había entregado a ella desde aquella noche en que cerró la puerta de su casa sabiendo que no regresaría jamás. Unas buenas noches que se hicieron eternas para los que se quedaban adentro y para él, que se encaminaba a los callejones de la vida con lo puesto. Pero su figura, sus retazos de felicidad y sus hilachas de penas privadas desbordarían los tajamares de una sociedad construida en la hipocresía.
Ya no más espacios públicos ni privados para el que ha osado podar ilegalmente el árbol genealógico de la normalidad, parecieran recordarle los gélidos despertares del invierno mientras se revuelve en los cartones, y los perros, se arremolinan en aquel cuerpo de quiltro mayor.

* 1. m. Bol. y Chile. Perro y, en particular, el que no es de raza.

febrero 25, 2009

San Precario



La primera estampita de San Precario que llegó a mis manos fue a mediados de 2005 después de la presentación del proyecto que cartografió socialmente el estrecho, a uno y otro lado de la orilla, por gente de diversos colectivos. Como no podía ser de otra manera estos eventos y cualquier otra actividad social, desde un encuentro casual a un funeral anunciado, terminan siempre en los bares granaínos que aún en época de crisis siguen apareciendo. Entre caña y caña, la conversación se fue ampliando a muchas bandas y en una de esos derroteros apareció la estampita; venía de Málaga y con ella otras experiencias del movimiento precario que se ha extendido por decenas de ciudades europeas con su carnaval que decontruye imaginarios sociales, en donde no sólo se aglutina un nuevo sujeto social sino que se articulan respuestas callejeras y teóricas que redundan en un nuevo cuerpo social consciente del estado precario de la vida a todos los niveles.
Por estos días ya se prepara el próximo May Day 09 en decenas de ciudades europeas, un desfile alternativo (street parade) que no va en la misma comparsa de los grandes sindicatos y partidos políticos de izquierda con viejas ideas. Los precarios van por libre, interviniendo el espacio público o privado en la acción, información y movilización. Ya lo decían allá por el 2005 “Emplearemos los métodos de acción directa y guerrilla comunicativa que estén en nuestras manos para apoyar huelgas, piquetes, paros, boicots, bloqueos, sabotajes y protestas por toda Europa. Acordamos formar una red transeuropea de movimientos y colectivos dispuestos a luchar contra los liberalizadores para conseguir derechos sociales válidos para todos los seres humanos que viven en Europa”.

Oración a San Precario

¡Oh San Precario!
Protector nuestro, de los precarios de la tierra
Protégenos a nosotros, estudiantes, precari@s,
migrantes, cuidadoras y amas de casa,
becarios y cognitari@s, trabajador@s sin derechos,
sin futuro ni garantías

Danos hoy la maternidad pagada,
los días festivos, las pensiones y la casa.
Y no permitas que trabajemos los domingos,
Tú que apareces donde más te necesitan
Ilumínanos en el camino a la ciudadanía
universal y la renta garantizada.

¡ OH San Precario!
Libéranos de la inseguridad, la inestabilidad y el
Miedo y danos la fuerza para luchar tod@s junt@s,
Contra los avaros de la explotación flexible
Y sus credos neoliberales.

Ilumínanos de esperanza y alegrías
Por los siglos de los siglos
¡ Mayday! ¡ Mayday!

febrero 17, 2009

Rayitas de invierno



La primera siempre entra como un huracán desbocado; carente de sentido, haciéndose camino al andar. Entonces se anestesia la garganta, la lengua palidece y nuestros labios secos esperan a que alguien se los coma a besos para calmar la eterna sequía de ese algo más que buscamos desde algún día prematuro. Y ahí nos vamos, sin controladores de billetes que pregunten por el destino final del viaje o por la estación de arribo, esta es una búsqueda- huída en donde el billete del viaje continuamente permanece abierto; como los caminos de la vida que brotan a medida que la noche avanza y los trasiegos hacia el baño se multiplican. El tiempo se desborda en un minuto y la peña de amigos se abre paso por el garito a reventar para poder llegar al punto donde consumar otro ritual enderezado de afectos, palabras y polvo blanco que ahora cae en forma de nieve tras el cristal de la habitación, esta noche de invierno andaluz. De la calidad de la substancia siempre dependerá el ritmo de la fuga corporativa. Entonces el baño se multiplica de cuerpos mixtos, en donde creemos ponemos al día de la vida después de meses sin vernos mientras alguien se dedica a la labor de ir señalizando la vía de evacuación con una tarjeta y el clásico rulo que siempre termina perdiéndose en el trajín de la noche.
Recuerdo que tenía 17 años, una mochila demasiado cargada y el corazón fracturado por el primer largo amor que te abandonaba en alguna vía de servicio de la carretera de la vida. Luego vendrían otros, pero ninguno dolería como aquel, sobre todo, por ese primer encuentro frío y dramático con el palidecer del desamor. Crucé la frontera de Chile a Bolivia con una autorización notarial por ser menor de edad, escaso de dinero y convencido de que esta vez abandonaría el destartalado tren en Uyuni y torcería desde el altiplano hacia el oriente boliviano. Aquello fue descubrir el placer de viajar solo y no dejar de hacerlo, de improvisar siempre en el camino, y de aprender a reconocer a los compañeros de ruta que surgen y probablemente no verás nunca más. Mi primer viaje iniciático por la Bolivia profunda fuera de las comodidades de las casas y el status de los familiares que se asentaban en La Paz y que visitaba de vez en cuando. Aquel fue el primer palpito consciente de que los marginados y excluidos de rostros indígenas darían la vuelta algún día a la tortilla política en la que ellos siempre serían el relleno. Drogas alucinógenas y tratadas químicamente también aparecerían en el viaje, abriendo otro abanico de posibilidades para la interpretación de una realidad que era tanto o más dolorosa que el primer espasmo en la barriga tras sorber la dosis del cactus san pedro que un par de chicas argentinas venían preparando con dedicación desde Potosí.
La primera rayita de cocaína que me metí en la vida fue en Santa Cruz de la Sierra, era el año 93 y aquello era una ciudad en ebullición económica en donde por sus calles no había más espacio para tanto todo terreno de cuatro puertas que inundaban los primeros anillos de la ciudad en donde residía la beatifule people. Del cuarto anillo hacía afuera la pobreza urbana y las villas miserias de la masa indígena que había migrado del campo a la ciudad, para no morir de hambre, salían a trabajar a la ciudad y luego volvían a su espacio territorial en que los tenía confinados la clase política boliviana que por esos mismos días no paraba de firmar leyes de capitalización que profundizaban las desigualdades. Llegaría un momento en donde ya no quedaba nada más tangible que vender, si acaso, una ilusión neoliberal que esta vez no alcanzó a privatizar los sueños de un pueblo que tímidamente comenzaba a despertar.
Los clásicos carretes de fotografía reemplazaban por entonces a las bolsitas de plástico en las noches cruceñas. No se vendía a granel sino que por carrete pero no eran más de 20 dólares y nosotros muchos así que el saldo siempre resultó positivo. Cocaína de alta pureza y bien cortada en donde la amargura entrando por la garganta era un placer sensorial que pocas veces más he vuelto a sentir; el colocón era fuerte y sostenido con la segunda raya trazada con mesura. Nada de ansiedad desbocada a por otra línea tras veinte minutos de ingesta, era coca recién elaborada en los grandes laboratorios que estaban en el Chapare donde se libraba un largo conflicto de baja intensidad (CBI) contra los campesinos que cultivaban la hoja de coca, mientras en Santa Cruz se cerraban los grandes acuerdos de exportación de cocaína boliviana al mercado mundial. No era casual la abundancia de dólares frescos en la ciudad ni esa opulencia estéticamente narco latina que se veía y respiraba en ciertos lugares de la ciudad, por entonces nadie hablaba de autonomía y si mucho de las playas y centros comerciales de Miami.
Hoy las rayitas recortadas de cocaína están de moda en Europa pero por sobre todo en España que tiene el consumo más alto de la Unión Europea. Llegó para quedarse tímidamente a principios de la década de los ochenta, en los inicios de la transición española. Después de tanta dictadura militar, moral y católica muchos se entregaron a la labor de colocarle un poco de libertad personal a tanto cambio político que se venía dando. La estela destructiva del consumo sostenido de heroína arrasó multitud de barrios y condenó a muchos a la exclusión social del silencio, otros coqueteaban con la cocaína de forma esporádica, pero la mayoría se decantó por el cannabis y el hachís. La cocaína se masificó a finales de los noventa y desde entonces su precio se mueve entre los 50 o 60 euros el gramo, de la calidad del primer corte ya no queda mucho y abunda la que los narcos de medio pelo amplifican con anfetaminas y su familia parental. Cada vez más chavales consumen con desenfreno entrando en un espiral destructivo que siempre tendrá la misma fachada lúgubre a uno y otro lado del charco. Viejos recuerdos en un nuevo escenario de amigos que se van diluyendo, ya no en un ritual, sino que un monólogo insostenible en que esta controla todos los espacios de la vida.
La estela del consumo de cocaína con carácter sostenido y a grandes dosis avanza por la pendiente transformando muchos carnavales en procesiones del abismo sin retorno. Otros la siguen administrando con pausa hasta que surge la ocasión de compartirla en una larga conversación entre amigos a media tarde o en una larga noche de marcha fortuita. En tiempos de profunda crisis económica dicen que la gente comenzará a drogarse más para evadir la realidad precaria que se presenta en el horizonte mediato. Que saldrán en masa algún día cercano rumbo al polígono de la zona norte y sus barrios donde se concentra el trapicheo con cocaína, para arrebatarles a los gitanos e inmigrantes la mercadería que venden y se jala en todos los rincones de la España diversa. Seguramente más rayitas de cocaína se dejarán caer este invierno- por semanas eternamente gris- pero eso será todo, lo demás es exagerar porque si esa máxime fuera cierta, más de la mitad del mundo que nace, vive y muere en eterna crisis económica estaría en un eterno colocón histórico.

febrero 09, 2009

PÁJARO CHUCAO


Apareció una tarde de invierno. Sus bototos estaban cubiertos de barro seco y una cazadora negra le caía hasta la cintura, dentro, un grueso chaleco artesanal y en la espalda una mochila donde llevaba atada una pequeña hacha de la cual sobresalía el mango. Nosotros estábamos a media reunión, a medio camino entre la política y la literatura, la vida y sus sin sentidos, siempre a medio camino, pero con la certeza exquisita de seguir estando de pie después de la estampida social que había provocado el inicio de la transición a la democracia chilena en 1990. La cita de los sábados a las cuatro de la tarde para preparar los números siempre atrasados de la revista o alguna actividad sacudida por el infortunio, era una finta colectiva al barranco de la década de los noventa que ya casi terminaba.
Nos saludó y buscó sitio en la alfombra del salón, abrió la mochila y sacó una bolsa plástica con premura, tenía una prisa veloz por saber si lo que llevaba en aquella bolsa aún estaba intacto. Había bajado la vista pero seguía hablando sobre el sonido de las aguas del río Bío-Bío al nacer en la alta cordillera Pehuenche del sur de Chile, de los amaneceres con el cantar del pájaro Chucao, de los piñones de las ñañas y del ruido que producían las retroexcavadoras que avanzaban río arriba y pronto llegarían a Ralco Lepoy; el punto neurálgico de la resistencia contra la Central Hidroeléctrica Ralco que levantaba Endesa España. Por fin de la bolsa sacó unos géneros envueltos; eran tres títeres con la cabeza de madera, de un momento a otro comenzó una función que hizo resplandecer la habitación mientras afuera el cielo cubierto de Santiago decidía si llover a discreción o lanzar su furia clásica de invierno.
La primera vez que llegó a Ralco supo que se quedaría. Volvió a Santiago, cogió sus cosas y se fue. Atrás quedaba el largo callejear por el asfalto sur de la capital, la cesantía precoz que se lleva lo mejor de uno, los amigos del barrio que se niegan a desaparecer y los que emergen, los puntos de fuga que se había construido, las pequeñas certezas. Para los Pehuenches del alto Bío-Bío era otro voluntario más en la lucha por conservar sus tierras y el entorno de sus parajes naturales, se las arregló para sobrevivir durante meses a la intemperie o en algún fogón de los peñis y ñañas de las comunidades, trabajaba la tierra, adquirió responsabilidades y por sobre todo, lo más importante, aprendió a escuchar, a medir los tiempos, dejó que su cuerpo y mente fueran esculpidos nuevamente por la vida, pero esta vez dejó atrás las bofetadas de los callejones de la ciudad y se entregó al sonido del viento y las aguas, a las manos de los hombres y mujeres de la tierra y a sus sueños que estaban colmados de hombres de un solo corazón.
El conflicto de Ralco llevaba ya casi una década pero su resonancia en la opinión pública de la capital era baja, la respuesta colectiva estaba acotada a los múltiples grupos de izquierda o de carácter anarquista, a ONG, ecologistas, marginales activos, desencantados haciendo algo e indígenas urbanos que desfilaban por las calles de la capital con orgullo, mientras danzaban con los pies descalzos, y la trutruca se quejaba no ya de dolor y esperanza, sino que de alegría y autodeterminación. Las cárceles del sur de Chile se fueron llenando de presos políticos mapuches acusados de terrorismo tras una y otra vez intentar recuperar sus tierras ancestrales que les había arrebatado el estado y ahora estaban en manos de las grandes empresas forestales. La policía se acostumbró a allanar las comunidades en la madrugada; golpeando a mujeres y niños se deslizaban por los rincones de las pequeñas casas mientras insultaban a las familias pehuenches, mapuches y pobres, porque en el racismo nacional hasta el más miserable es capaz de poner a los mapuches y los inmigrantes bolivianos, peruanos y ecuatorianos como el peldaño más bajo de la escala social por sentido común.
En los cuarteles de la Policía de Investigaciones y Carabineros se volvió a torturar con soltura luego del consenso alcanzado sobre el tema indígena por el gobierno, la clase política, el empresariado pinochetista y sus medios de comunicación. Cientos de efectivos policiales, tanquetas, equipos de investigación policial expertos en subversión, planes sociales de emergencia para atender a la multitud indígena que desde la llegada de Colón ha transitado siempre en el vagón de lejanías, por esa piel, no, por esa carga frustrada del mestizaje chileno que quizás por un pelín pudo ser blanca, blanca y luminosa como las piernas de los gringos que suben al cerro San Cristóbal con sus bermudas beige una tarde de domingo para contemplar desde la altura el gris Santiago.
Los gobiernos de la concertación- de la esperanza democrática que devino en depresión- se limpiaban el culo con la Ley Indígena que protegía las tierras de los Pehuenches de Ralco. En los momentos más álgidos del conflicto los abogados del ministerio del Interior, los de las reparticiones económicas del gobierno y los abogados de Endesa España trabajaban juntos para buscar algún resquicio infame que permitiera seguir construyendo Ralco. Luego desde la sala de prensa de La Moneda algún dinosaurio de la palabra ilusa intentaba explicar al país porque una simple normativa de la Ley Eléctrica podía valer más que la Ley Indígena que tenía un rango superior, o lo que es lo mismo, porque un tubo de pvc con cables o un empalme eléctrico tenía más valor que un puñado de hombres y mujeres que llevaban en esa tierra una eternidad.
Los enfrentamientos con la policía se multiplicaron en las comunidades mapuches y en el Alto Bío-Bío, las carreteras del sur se cortaban intermitentemente, los jóvenes mapuches transformaron los albergues universitarios en puntos de resistencia y creación, ardían camiones forestales, fincas de algún oligarca chileno, se saboteaban actos oficiales y se tomaba alguna intendencia del sur. En uno de esos actos el pájaro Chucao descendió en bolas desde la azotea de la intendencia de la octava región desplegando un gran cartel que decía ¡ni por un puñado de oro, Ralco no se vende!, algunos canales captaron el momento en que descendía por una cuerda leyendo una declaración, tenía la cara pintada de negro y una cartuchera de enormes piñones cruzaban su pecho. Su activismo político era tan amplio como los bordes de hormigón que construían la represa de Ralco, a principios de 2000. Después de pasar por todas las aristas de la militancia, por todos los bordes de buenas intenciones pero aún hoy plagadas de mezquindades, su rostro seguía siendo el de aquel niño pleno, pese a ello, un halo de preocupación comenzaba a nublar aquella sonrisa.
La cordillera del alto Bío- Bío, los Pehuenches, el fogón de doña Berta, el cementerio indígena lleno de colores a un lado del camino, el sonido del agua que baja acariciando los bordes de la roca, su nueva vida llena de tierra, poesía y felicidad estaban a punto de extinguirse. De estallar en mil pedazos a medida que en los tribunales se acorralaba a las últimas siete familias pehuenches para que permutaran de una vez sus tierras.
Una tarde llegó a mi casa con el rostro pálido. Me pidió que revisara un artículo en Internet sobre la quema de unos camiones en Ralco. En aquel centenar de líneas se resumía la investigación de la quema de camiones, mencionaban tres nombres y uno era el suyo, había datos sobre algunas de sus actividades y lugar de origen, datos filtrados por inteligencia de carabineros a la prensa de derecha para construir perfiles del nuevo enemigo interno. Después de unos minutos llegamos a la conclusión de que había que recabar más antecedentes sobre la situación, asesorarse por algún abogado de confianza, agotar los cartuchos y luego él debería tomar una decisión. Las malas noticias se agolpaban; habían detenido a los peñis más cercanos, registraron la ruca que había construido en Ralco, un testigo sin nombre y rostro aseguraba haberlo visto arrancando por los bosques minutos después de ver a dos camiones con maquinaria pesada ardiendo en el camino de Ralco. La policía civil visitaba la casa de sus padres en Santiago para dejar citaciones judiciales que se iban acumulando.
Durante largas semanas no se supo nada de él. No había que buscarlo sino dejar que él te encontrara o enviara señales que iban de chasqui en chasqui hasta dar contigo, en aquella posta de la información siempre se extraviaba algo o se agregaban nuevos episodios al relato original pero aquello era un detalle, una insignificancia al lado de saber que el pájaro Chucao seguía revoloteando en libertad. Imagino aquellas semanas de espera y siempre se me antojan alegres pero con una nostalgia en alza, por alguna razón sé que ha estado en alguna urbe, lo veo sentado cerca de alguna ventana que da al patio, está sereno, se fuma algún porro para bajar la ansiedad mientras contempla por la ventana las hojas de un sauce seco. Entonces vuela a la distancia para abrazar los pliegues del Alto Bío- Bío que sacó lo mejor de sí, revolotea los predios de las ñañas Quintreman por última vez, hacia el fondo la cordillera aparece más alta y tiene los picos nevados mientras kilómetros más abajo las barracas de los obreros a sub contrata que construyen la represa están plagadas de antenas de televisión satelital. Así es Ralco peñi- parece decirle el viento que golpea sus mejillas a media altura mientras sus lágrimas se cristalizan en la soledad del frío invierno.
Hasta que por fin un día llegó la noticia de que había volado lejos para eludir la injusticia del estado de derecho chileno que quería recortar sus alas. Él no estuvo dispuesto a correr el riesgo de un juicio negociado tras bambalinas, no habían pruebas pero aquello es un detalle cuando se juzga a algún mapuche o Pehuenche, y en este caso era peor, el juzgado era un santiaguino devenido en peñi, en fin, un extremista agitador que ponía en peligro a la joven pero ya tan desgastada democracia chilena. Hizo bien al irse, sus movimientos estaban condicionados; no podía moverse con libertad a ninguna función de títeres en las comunidades, ni siquiera ver a toda la gente que quería, o estar en algún acto público. Aquel gesto fue quizás su poema más maduro, la vida sigue, los presos políticos mapuches y los de siempre, todos ellos, no necesitan a los cuerpos rebeldes compartiendo la celda, así que sí se podía volar por un tiempo había que hacerlo, por respeto y consecuencia, porque el valle de la dignidad está lleno de muertos, memoria y sueños aún por realizar.

Nota al pie de página
La represa Ralco de Endesa España se inauguró el año 2004, desde entonces el río Bío-Bío baja más silencioso que nunca y lejos de los oídos de todos los peñis y ñañas que resistieron hasta donde pudieron. Hoy en el sur de Chile recrudece el conflicto de baja intensidad que se cierne sobre las comunidades Mapuche en su lucha por recuperar sus tierras arrebatadas por el estado chileno y sus socios privados. Hoy en Chile existen más de un centenar de presos políticos mapuches acusados por testigos sin rostro que una y otra vez utiliza la fiscalía de la vergüenza que confunde resistencia con terrorismo. Jóvenes comuneros muertos, tortura sistemática, persecución y allanamientos, represión policial con balas de plomo y todo bajo un manto racista que cubre de buena salud a un país de ficción democrática.

febrero 05, 2009

Entre huelgas xenófobas y bandos fascistas avanza Europa


Desayuno en una cafetería de la plaza de la Romanilla mientras repaso la prensa seria, que por cierto, ya se ha olvidado de Gaza. Fuera sigue lloviendo sobre mojado, en el periódico las siluetas del temporal económico se resumen en datos y cifras que configuran un escenario de aguda recesión económica europea y sobre todo española. Sólo en el mes de enero casi 200 mil personas perdieron su empleo en todas las comunidades españolas, España hoy dobla la cifra de paro de la Unión Europea se empina por sobre el 16 % y es probable que a fin de año se llegue a los 4 millones de parados. España ya no es lo que era, dice un hombre de mediana edad colgado a una copa de sol y sombra que ilumina su mala follada granaína; nadie recoge el guante y su comentario se ahoga en su garganta que quizás nunca gritó la palabra libertad en la calle.
La ultra derecha española y la agitación también Popular de que los españoles primero son consignas viejas que se rentabilizarán políticamente en los próximos meses a medida que la crisis social se profundice. Pese a ello, dudo que el grueso de la sociedad española y sobre todo su conciencia trabajadora actuaría como hoy lo hacen los trabajadores ingleses y sus sindicatos llevando acabo una huelga xenófoba contra los trabajadores extranjeros, que esta vez no son africanos, ni latinos, o de la serie B de Europa que se engloba en el Este, esta vez son trabajadores italianos y portugueses los rechazados.
El Partido Nacional Británico (PNB) de corte racista sin complejo, agita la disociación del parado de clase media obrera que cree ver en el vecino inmigrante a su enemigo económico, si antes compartían una caña ahora muchos comparten incertidumbre económica, y ser tan iguales en una situación límite, a muchos no les gusta. Quizás porque ahí comprenden lo insignificante de los grandes conceptos como patria o globalización, cuando en un abrir y cerrar de ojos todo se va al carajo porque sólo era un sueño más del delirio capitalista global que se resumía en buenas dosis de consumo desenfrenado, especulación financiera, pero por sobre todo, en ese barniz cultural moderno que amplificó la imagen cultural del exitismo personal que se traducía en un piso nuevo a estrenar, un coche a pagar y una hipoteca que los acompañaría por lo menos treinta años, siempre con un Euribor variable, como las emociones de la vida misma, pero esta vez con saldo negativo a pagar en metálico cada fin de mes.
Desde hace un par de años que a Granada siguen llegando jóvenes italianos que van en búsqueda de un poco de oxígeno ante tanto neo fascismo real en que está envuelta la bella Italia desde hace ya tiempo. Silvio Berlusconi y su ministro del Interior, Roberto Maroni -otro señor ácido que ha parido la historia moderna- día a día avanzan en su cruzada católica y xenófoba para hacer de Italia un país limpio de gitanos, inmigrantes, homosexuales, izquierdistas….se hace fuerte el discurso oficial descaradamente racista que alimentan sus socios también racistas y violentos de la Liga del Norte. Por estos días saldrá del senado el Decreto Ley de Seguridad contra los inmigrantes sin papeles que es la joya panfletaria de Berlusconi en su campaña de tolerancia cero para hacer de Italia un país más seguro, aplicando lógicamente el binomio: inmigrante = delincuencia. Se calcula que en Italia puede haber entre 400 y 500 mil inmigrantes sin código de barras. Ahora a cualquiera de ellos se les negará la posibilidad de registrar matrimonios o nacimientos, multas de hasta diez mil euros caerán sobre sus espaldas y también está abierta la posibilidad de pasar un año y medio en la cárcel a la espera de una expulsión por el sólo hecho de una estancia no reglada. Los médicos de los hospitales deberán dar el chivatazo a la policía cada vez que llegue algún sin papeles, se perseguirá y castigará con dureza a aquel italiano que alquile su casa a alguno de los perseguidos del nuevo siglo.
Pago la cuenta y cruzo la plaza esperando que la lluvia me sacuda un poco el rostro, que enjuague los poros cargados de malas noticias para todos nosotros, los eternos pasajeros en tránsito de la aventura inmigrante. Son días para la resistencia y la movilización ante el retroceso de los derechos sociales conseguidos en Europa, son días para cargar de besos la mochila y echarse a la calle a buscarse la vida y no amargarse en el intento, son días de furia capitalista en donde la banca privada mundial nuevamente gana mientras nos disciplinan con el miedo. Y así estamos.