octubre 22, 2010

¡Piedra, papel, tijera!


El Presidente chileno, Sebastián Piñera, ha aterrizado en la vieja Europa que da el mazazo definitivo a lo que iba quedando del otrora estado de bienestar. Viene cargado de piedras y mensajes escritos con grandes letras rojas. El multimillonario empresario derechista (este año su fortuna fue evaluada por la revista Forbes en 2.200 millones de dólares) ha estado en Londres con la Reina y el primer ministro Cameron repartiendo piedras de la felicidad de la familia chilena, según él. Hoy llegará a París en la novena convocatoria de huelga General que ha arrojado a cientos de miles a las calles para luchar contra la precarización de la vida, que se traduce en los recortes sociales y una ley de pensiones que alarga la edad de jubilación. En el Palacio del Elíseo se encontrará con Sarkozy y volverá a contar los detalles escabrosos del rescate de los mineros chilenos que ahora viajarán por el mundo rentabilizando la experiencia mediatizada a nivel global. Es muy probable que el encuentro finalice con el obsequio de otra piedra de la mina San José y su correspondiente mensaje estamos bien en el refugio los 33, escaneado a la escala que amerita la ocasión.
Los neo pinochetistas bajan de las escalinatas del avión derrochando exitismo y emocionándose hasta la saciedad cada vez que suena el himno nacional. Dictan conferencias sobre el milagro económico chileno, hablan de una hipotética unidad nacional, y sobre todo, crean imagen de país, porque si hay algo que define al ser chileno es su obsesión por la imagen del país en el exterior. Y quizás esto es producto de la insularidad geográfica o de una desviación histórica que impide contextualizarse en el mundo. Así quedó demostrado también en el pabellón chileno de la Expo Sevilla de 1992. El entonces primer Gobierno democrático post Pinochet decidió que había que enviar al viejo continente un iceberg como representación simbólica del alma nacional que por aquellos días cristalizaba entre el olvido, el consumismo desmedido, la impunidad negociada y el abandono obsceno de todo proyecto económico o social que pusiera un atajo de cordura al capitalismo salvaje en que Chile se quedó enquistado.
La derecha neo pinochetista habla en voz baja de su padre político, lo canonizan en la acción y no en la propaganda. Siempre rezan por los suyos y sus empresas y si la ocasión lo amerita transforman una tragedia en la mejor campaña comunicacional que por una vez por todas los despercuda de tanta sangre que abonaron con su silencio cómplice. Aquellas piedras del protocolo chileno que hoy se quedan en los despachos oficiales de la derecha europea seguramente se erosionaran de pena. Nunca debieron haber recalado ahí, sino que en la calle, a la mano de un secundario parisino que la arroja por el padre siempre ausente y pobre de la banlieue, aquel que deberá seguir currando cinco años más para pagar las costas del nuevo orden financiero social tras otra crisis sistémica del capitalismo.