septiembre 21, 2012

Aire enlatado



La idea, en sí, no es novedosa. Hace años que se vende aire enlatado de lugares como Roma, Berlín, París, Praga, Singapore, Nueva York, Líbano. Un souvenir intangible que intenta evocar un recuerdo, una ilusión o simplemente una bocanada supuestamente de aire puro en la imaginación de quien abre la lata. El  multimillonario chino, Chen Guangbiao, hace unos días lanzó al mercado su aire enlatado a un precio de 0,63 dólares, el negocio está revestido de la camiseta de la filantropía (donará 0,018 dólares a organizaciones caritativas) y el pseudo mensaje ecológico de su creador. En esta ocasión el aire está extraído de la región del Tíbet y un par de provincias chinas que escapan a la contaminación fuera de control que se respira a diario en la locomotora de la economía mundial.

El contenido es imposible de testear, al final es sólo aire, es cierto, pero un aire donde se condensan los alientos de un territorio social, donde lo mismo se disipan sueños mientras se escuchan nuevos gritos de libertad ahogados en el susurro de la información. Desconozco el proceso de extracción y enlatado del aire, pero sospecho que desde la primera línea de producción está contaminada ya no sólo por la mano del hombre sino que también por sus continuas exhalaciones de aire utilizado para sobrevivir.

Una lata de aire puro del Tíbet no puede sino estar cargada de partículas de sufrimiento suspendidas en la atmósfera después de tantas décadas de ocupación y represión china. Abrir una lata de estas es oler el cuerpo chamuscado de cientos de tibetanos que se siguen quemando a lo bonzo por un poco de libertad concreta, más allá del budismo.
Esta nueva versión del aire enlatado vende una quimera que es la concepción del aire puro y la asociación mental a un espacio reconstruido en los márgenes de la ensoñación publicitaria sin contexto social. Es decir, el Tíbet, la cuna del budismo, el Everest, el aire purificado donde aún no ha llegado la maquinaria capitalista y sus chimeneas de humo.

septiembre 06, 2012

De idas y vueltas



A 8 mil pies de altitud sobre algún punto del Atlántico, y con rumbo a España, resurge la pregunta, la interrogante de la declamación popular a uno y otro lado del charco que versan sobre el sentido de las idas y vueltas a estas alturas de la vida. Volver ¿para qué?, irte ¿por qué?, regresar ¿a dónde?.. No me apetece dejar la discusión interna para más adelante así que voy saltando cuerpos desparramados por el estrecho pasillo de las butacas en clase turista. Dos azafatas matan el tiempo con un crucigrama y la otra se entretiene acomodando su chasquilla rubia- que de todas maneras- le sienta mejor cayéndole por la mejilla izquierda. ¿Hola?, me podéis poner un gin tonic, por favor. Las dos se miran como diciendo, tenemos un borracho abordo, un código cabronazo que nos dará la tarde, madrugada y noche, de sus labios hasta es posible escuchar, este tipo de clientes son los que suben los costes de un vuelo transcontinental, eso sí, siempre con una sonrisa.
También es factible que no digan nada y sea uno el guionista de una película paralela, improvisada en la arbitrariedad del que imagina demasiado.
Me abrocho el cinturón, despliego la mesilla, aparco por un rato la lectura de El Imperio de, Ryszard Kapuscinski, que a última hora me ha regalado el traidor Escalante en Santiago de Chile; por fin acomodo la copa. Es hora de intentar sistematizar una respuesta acotada a tamaña pregunta, sin embargo, uno sabe de antemano que esta nunca podrá ser una réplica categórica, y si así fuera, tendría que ser una narración histórica de las emociones, un mapa corporal que de cuenta de los desarraigos más allá de las frías coordenadas GPS que se acumulan en la memoria.

Todo viaje es una huida, una búsqueda, un encuentro que a veces nunca se materializa del todo o que sencillamente es la antesala a otro itinerario que lo mismo versa sobre la búsqueda de la felicidad en un laberinto en donde con la misma rapidez, a veces alguien se extravía para luego encontrarse. No hace falta viajar para ello. La geografía y el kilometraje poco importan. Eso sí, yo quiero hablar desde una cartografía de los sentimientos que siempre estará acotada a un rotundo nosotros. Y ahí, la pregunta inicial adquiere otros ribetes, una dimensión con mayúsculas de la cual ya no hay salida en el boeing del Airbus que tiene por misión dejarnos en Barajas, Madrid, a eso de las siete de la mañana de un día de verano. Agosto de 2012, seguramente no el año del fin del mundo, pero si el epicentro histórico de otro país que vira de rumbo con dirección hacía el abismo social. Un cambio de paradigma, un nuevo triunfo de la vieja doctrina del shock neoliberal en la vieja Europa y las consecuencias sociales con que se traza el futuro. Y sí sólo fuera una crisis económica más, un desajuste bursátil o una corrección menor para cuadrar el gasto público estaríamos hablando de otro estado de las cosas y con otra entonación estilística.

El verano está caliente, los recortes sociales de la maquinaria Popular son más osados que cualquier bikini o topless que se vea en las playas de Barcelona. El sol cae con la misma fuerza castigadora que el segundo rescate económico español que será un hecho en este mes de septiembre. La troika (BCE,FMI,UE) tomará la conducción del país, como ya lo ha hecho en Irlanda, Portugal y Grecia, y ahí, se acabará lo que hasta entonces conocimos como España. Vendrá la última etapa en la desmantelación del estado de bienestar que cohesionó socialmente a un país en las últimas cuatro décadas a través de una educación pública de calidad y asequible, un sistema de salud de atención universal, gratuita y, por último, un régimen de protección al desempleo y las pensiones. Los que vienen serán tiempos amargos en dónde ya no sólo colocarán candados a los contenedores de basura para que la gente no hurguetee por un bocado para la boca, sino que cada uno de nosotros tendrá que cargar con uno, y quizás, cuánto tiempo.

Miles de corazones indignados de rebeldía serán desactivados desde la centralita de las privatizaciones, la flexibilidad laboral, el eterno paro y la precariedad de la vida que se agudizará en los próximos meses. Entonces no serán pocos los que quedarán atrapados en los espasmos de la disciplina capitalista y terminarán pensando que la conexión con el mundo ahora se traduce en un retiro permanente de auto ayuda, montar un pequeño huerto en un balcón o apoyar las reivindicaciones sociales desde el sofá del piso que se ha transformado en una pesadilla. ¿Y quién puede culparlos? La disipación de los sueños sociales y colectivos siempre han sido un efecto colateral programado por los shock políticos y económicos que antes lo llevaban acabo dictaduras militares. Ahora ya no son necesarias, para ello tienen a los mercados internacionales y sus peones políticos trabajando juntos por mercantilizar todos los espacios de lo que llamamos vida. Lo cual está comprobado que termina atomizando las relaciones sociales a través de la privatización personal

Y pese a todo ello, uno es obstinado y vuelve al país desde dónde los titulares de la prensa extranjera hablan del lugar al que nadie quiere ir, a no ser que sea de vacaciones o con una cuenta abultada para transformar una quiebra en oportunidades de negocios. España es el nuevo apestado económico internacional, un tema demasiado recurrente en cualquier encuentro social o casual. A 13 mil kilómetros de distancia hay ganas de saber el momento exacto en que uno notó en que todo irremediablemente se iba a la mierda. Datos de primera fuente ya sean estadísticos o cotidianos, contexto social o apunte privado que pudiera graficar la mayor crisis que asola al llamado primer mundo. Pero por sobre todo, quieren saber que posibilidades reales hay de revertir la situación desde el campo social. Uno regresa con otras bofetadas-caricias de la vida, ligero de equipaje facturable y con otras lecturas sobre las crisis de aquí y de allá. Se vuelve sin miedo a la espera del minuto en que lleguen los hombres de negro con sus maletines que están cargados de material deshumanizador.

Aterrizamos en Barajas y la prensa ensalza la figura del empresario español, Amancio Ortega, dueño del imperio textil INDITEX (Zara, Bershka, Pull and bear, Stradivarius, Massimo Dutti, Oysho…) la tercera fortuna más rica del mundo (38 mil millones de euros) El orgullo español banal en épocas de crisis aflora y si no es el fútbol muchos están dispuestos a celebrar como suyos los ceros de las cuentas corrientes que esconden algo más que buena gestión empresarial. Resultará curioso, comprobar como en las semanas siguientes ningún periódico español se haría cargo del hallazgo de una treintena de talleres clandestinos en Brasil que trabajaban indirectamente para Zara. Ni un miserable párrafo o siquiera una nota pequeña en el lugar más ilegible de la página se dignaron a publicar. Sin embargo, en los días posteriores nos bombardearon con moralina informativa sobre los doce carros con productos de primera necesidad que un piquete de trabajadores había recuperado desde una gran superficie. Aquella expropiación de alimentos terminó dando de comer a una veintena de familias que sobreviven a duras penas después de haber sido desahuciadas de su casa y su futuro. Los rescates a la banca privada que por estos días todos pagamos sabemos a quienes van a parar.
Esa es la gran diferencia entre ellos y nosotros.