mayo 29, 2008

Juventud popular, consumo de drogas e histeria política chilena (I)

Chile y su bipolaridad social

Hogueras de maría
Y quizás fue al comienzo de la transición a la democracia chilena (1990) cuando las plantaciones clandestinas de marihuana comenzaron a arder en la zona central y sur de Chile de manera más intensa y desbocada. Policías, jueces, políticos y periodistas asistían entonces con satisfacción valórica a las hogueras de maría, o a cualquier otro rito político- social que ayudara en la limpieza del cuerpo anémico chileno que iniciaba su frenesí democrático en la medida de lo posible. Todos ellos, llegado el momento, se colocaban en dirección contraria al viento a la espera de que algún barbón del OS-7 (policía antidroga) arrojara la antorcha a las plantas que habían sido arrancadas de raíz y rociadas con gasolina previamente. Y muy cerca de ahí, en lo alto de algún pequeño cerro o escondidos entre los pastizales, se podía ver también a muchachos en bicicleta corriendo tras las direcciones caprichosas que el viento emprendía en esa quema a campo travieso. Cuando aquel chiflón golpeaba sus rostros; inhalaban fuerte y retenían el aire, después de unos minutos de infusión caían rendidos de placer y sus cuerpos se perdían entre el pastizal. Sólo faltaba algún cura - que aterrorizaba cada domingo a los feligreses con su sermón católico contra la marihuana y los marihuaneros- para bendecir aquella escenificación de la política antidrogas que iniciaban los gobiernos de la concertación democrática y la derecha reaccionaria chilena.
Los consumidores de toda una vida; que habían resistido a las críticas desmesuradas de la izquierda revolucionaria en la época de Allende, aquellos mismos volados que mantuvieron el hábito de fumarse algún pito (porro) durante la bota militar y que pretendían seguir haciéndolo con un poco más de libertad, contemplaban aquellas hogueras por la televisión pública con preocupación y dándole una calada al último porro a buen precio que se podía conseguir en las calles del contorno urbano popular. Las nuevas masas adolescentes que comenzaban a despertar en democracia, a explorar hasta que vértices los sueños podían ser reales, no prestaron mayor atención a la guerra declarada contra la marihuana. Muchos confiaban en los productores nacionales y en el ingenio del chileno para disimular los cultivos. Pero al poco tiempo los paquetes de marihuana se hicieron excesivamente caros y pequeños. Ya no era posible comprar un par de buenos canutos preparados por unas monedas o recurrir a los circuitos de siempre en busca de esa confianza clandestina; aquella en que la transacción pasaba a ser un detalle cotidiano del callejeo barrial.
La demanda aumentaba a medida que la oferta se contraía por la ofensiva política - policial. Si bien seguía habiendo yerba, en las poblaciones del Chile post dictadura esta no era capaz de saciar la ansiedad de cientos de miles de muchachos y muchachas que se estrenaban en el reventón callejero de los noventa. Y también estaban los otros; aquellos jóvenes de la generación de los ochenta que no sólo habían puesto la ilusión, sino que el cuerpo en la lucha contra la dictadura, y ahora más que nunca tenían el corazón salpullido de muerte y desesperanza. La policía civil y carabineros que había llevado a cabo con ahínco su misión de reprimir, torturar y asesinar en la dictadura de Pinochet, se volcó con todo su esfuerzo patriótico en democracia a la detención por sospecha, a la criminalización de la juventud popular y a intensificar los controles para desmantelar el trapicheo con marihuana o con cualquier sueño libertario que intentara desbordar el proceso democrático de la histeria chilena que continua hasta hora.
Con los años la política del consenso chileno supo que ya no se necesitaba tanto plomo como antes para disciplinar a esos contornos periféricos que habían dado pelea a la dictadura y ahora sólo eran bolsones urbanos marginales. El libre mercado también soltaría en los sectores populares y en la gran clase media baja que huye de la pobreza, sus granadas de futuro incierto lleno de clasismo socio- económico. Drogas miserables que expropiaban al ser humano de su vida, también podían ser una manera eficiente de adormecer a esa gran masa juvenil marginal que estaba condenada a seguir esperando que el modelo económico de la dictadura por fin se pegara una buena corrida de oportunidades e igualdad en sus rostros demacrados.
El plomo policial se dejó para abatir a jóvenes lautaristas en un microbús cerca del Apumanque, una se guardó para la frente de Marco Ariel Antonioletti, otra para algún delincuente juvenil que levantaba las manos para entregarse y recibía un par de balazos porque algún funcionario creía ver un arma, otra para el universitario y trabajador Daniel Menco asesinado por el Teniente de Carabineros, Norman Fuentes, afuera de la Universidad de Antofagasta, otra para Claudia López y su último baile en la población La Pincoya, otro plomo impune se llevó a Alexis Lemún y Matías Catrileo en su carrera vital por recuperar las tierras mapuche del sur de Chile…
En el barrio alto de la capital y los sectores medios acomodados nunca faltó la yerba porque ahí no compraban al menudeo como en las poblaciones, había otro trato, otro mercado que no sería desabastecido pese al incremento del consumo de cocaína. Los otros y sus cordones de concreto pareado que rebosan de sueños truncados por la realidad serían inundados por drogas de baja calidad y un mercado negro cada vez más violento que reconfiguró las representaciones sociales en el colectivo nacional.

Bipolaridad social
La década de los noventa y su discurso de progreso se transformaron en un eructo de mala educación burguesa para el concreto proletario y sus habitantes juveniles cargados de desencanto a medida que se iban haciendo mayores y el futuro precario adquiría categoría de presente abrumador. Como callampas brotaban en los sectores populares los grandes centros comerciales, los hipermercados y el olor de la fritanga gringa mientras metros más adentro se decidía si pagar el recibo del agua o comprar una bombona de butano porque si no, no se podía llegar a fin de mes. Algunas familias del extrarradio juntaban monedas durante semanas para llevar a los críos a dar una vuelta al mall y saborear un helado, grupos de adolescentes a punto de terminar el colegio público, e ingresar en otra incertidumbre, observaban deslumbrados el último modelo de zapatillas Adidas que costaban un sueldo mínimo y colgaban de una vitrina luminosa al otro lado de la avenida.
Cualquier pobre descontextualizado que se compraba un televisor de pantalla plana a 48 cuotas mensuales dejó de ser pobre para la macroeconomía nacional y el progreso simbólico; los campamentos y sus pobladores que eran relocalizados en los bordes de Santiago en centenares de nichos de cemento aparecían con frecuencia en la televisión policíaca y desaparecían de la estadística oficial de pobreza porque ya tenían un techo así que el problema estaba resuelto. La democracia se acostumbró a llegar a esas fracturas sociales sólo con afiches en las campañas electorales, el resto del año eran retocados con asfalto para dejar atrás el tierral, farolas para iluminar la incipiente delincuencia juvenil y comisarías para reprimir a los hijos de la transición que se transformarían en el enemigo interno no sólo del sistema policial sino que de sus propios vecinos.
Y la frustración no sólo era económica o social, también era política-simbólica porque si bien en aquellos bordes faltaba la educación formal, sobraba la memoria visual y la intuición para saber que nuevamente los -nos- habían jodido. Lo que en un momento había extasiado los corazones pendejos, con los años se transformó en un plomo enquistado en la espalda. La llamada patria pesaba- y pesa tanto o igual- que los cabrones civiles y militares que ha parido por doquier.
Las inauguraciones de grandes centros comerciales y tiendas transnacionales de consumo se hicieron frecuentes en toda la periferia santiaguina pero por sobre todo en comunas como La florida, Maipú y Puente Alto que representa el sueño chileno de ser clase media emergente. Los descampados y sus campos de fútbol se transformaron en grandes extensiones de concreto con un césped de verde intenso desde donde emanaban palmeras tropicales y tarjetas de crédito para equilibrar los precarios presupuestos familiares.
El mall o centro comercial es en Chile la plaza pública por excelencia; el punto de integración de la extensa y desigual familia chilena eternamente atrapada en el neoliberalismo radical chileno aplicado por Pinochet desde finales de los setenta. Los barrios populares se volvieron inseguros en los noventa por hechos reales y ascendentes de delincuencia juvenil, y sobre todo, por el interés de los grandes medios de comunicación, la clase política y las fundaciones política económicas, todos ellos y muchos más que siempre se mueven en la sombra transformaron el tema de la seguridad ciudadana en el enemigo interno, desplazando temas trascendentales en el devenir chileno como son la redistribución de la riqueza que día a día aumenta, haciendo de las cifras macroeconómicas un espejismo que no se ciñe a la realidad del grueso de la población.



juventud popular, consumo de drogas e histeria política chilena (II)

Aluvión blanco ocre
La década de los noventa estuvo marcada por la escasez de yerba verde en las poblaciones y la introducción de pasta base de cocaína a bajísimos precios en cada esquina popular que modificaron no sólo el consumo, sino que las relaciones sociales en los pliegues de la pobreza urbana. Los señores de la prudencia democrática que construían el Chile de la simulación a través de discursos y retazos simbólicos no prestaron mayor atención al aluvión blanco ocre que ya para 1991 estaba instalado en los circuitos periféricos juveniles de Arica, Iquique, Antofagasta y Calama. Ya en 1986 varios centros de salud nortinos habían dado la voz de alarma sobre los efectos que estaba produciendo entre la población juvenil el alto consumo de pasta base de cocaína llegada desde la cercana frontera con Perú y Bolivia.
Mientras para Santiago la pasta sólo era un rumor callejero que en algunos espacios se comenzaba a probar, en el norte, los efectos del consumo extendido de la pasta base ya habían delineado su estética destructiva no sólo en las capas populares ancladas a la cesantía, sino que también en los universitarios foráneos que iban en búsqueda de la movilidad social y terminaban por dejarlo todo después de quedar enganchados a la pasta en los carretes nortinos.
La pasta base de cocaína irrumpió con fuerza en las poblaciones del Santiago urbano el 92, 93, 94, 95; miles de papeles de aluminio con pasta se encendieron en la movida popular santiaguina de la periferia que salía de marcha en su pequeña cartografía; de plazas, esquinas, portales de bloc, pasarelas, canchas, alguna casa o sede social. Se fue haciendo común de que uno pasara semanas enteras sin conseguir pitos, los que antes vendían yerba ahora sólo trabajaban con pasta base y cocaína, y los que tenían yerba para mover, subieron los precios haciéndolos inalcanzables para la juventud popular que era tan diversa como la necesidad de buscar algún paliativo que mitigara la realidad tan mediocre que ofrecía el Chile democrático de Aylwin y Freí, después, vendría Lagos y ahora Bachelet.
En los primeros años de masificación se fumaba exclusivamente con tabaco, tabacazos que después fueron dando paso a los pipazos para aumentar su efecto. Pipas artesanales con tubos de pvc que se llenan con cenizas de cigarro y donde se vierte la pasta para luego fumarla. En menos de diez segundos uno se eleva, al minuto está plácidamente estabilizado pero antes de veinte minutos se desciende con angustia y sin siquiera un paracaídas sensorial a la realidad desde donde se ha emprendido la huida. Es tan corto el efecto que de nuevo hay que abrir la papelina para preparar otro pipazo. Hay que volver al baño, al patio o al descampado solitario para consumirla sin que nadie te pida. Imposible saber el momento exacto en que el aluvión blanco ocre llegó para quedarse y llevarse a tantos retoños de la miseria, a tantos cuerpos llenos de sueños que se fueron, que se van, que se irán diluyendo en el patio trasero del exitismo macro- económico chileno.
La pasta base de cocaína se tragó los últimos años de la paty que ya había perdido hasta la ilusión de viajar al litoral central para conocer el mar. Así, sin sentir la brisa salada en la comisura de sus labios adolescentes que estaban partidos tras tanto pipazo, se fue para siempre una noche de verano con su cuerpo menudo. El Javier la noche de año nuevo tuvo un último mal viaje; la angustia lo acorraló en su cuarto del block D, sintió que iban a por él un carnaval de siluetas marchitas, se escabullo como pudo de aquel refugio hasta descender a los tejados vecinos. Corría por los techos de la población desesperado mientras se iban encendiendo las luces del pequeño pasaje, algún vecino de gatillo fácil lo abatió a metros de alcanzar la calle, ahora está en la plaza con la mirada perdida y sobre una silla de ruedas.
Miles de chicos y chicas, cientos de piños (grupos) de adolescentes en busca de diversión, dedicaron alguna noche a la embriaguez pastera pero para muchos eso fue todo. Otros continuaron en escalada ascendente, al poco tiempo tuvieron que salir a la calle a revender pasta base, a ganarse unos pesos para sustentar su consumo personal, a otros, no les quedó más remedio que salir a la calle derechamente a robar. Y la moda de la pasta compuesta de metanol, queroseno, saborizantes, sulfato de cocaína, ácido sulfúrico, bases alcalinas y otros alcaloides se desbordó de la estampa clásica de los pliegues sociales más vulnerables, para estar presente en todo ese gran abanico social heterogéneo que se considera clase media chilena, para, por último, terminar estabilizándose en el 3% de los sectores más pobres que hoy están tapiados de pasta y escombros del capitalismo periférico
Sus rostros y las dinámicas de la angustia sólo se utilizan para robustecer el estado policial chileno y su política represiva en el tema de las drogas. La inquisición de los medios de comunicación se fue quedando con el rostro de la delincuencia juvenil intoxicada de hambre de futuro y pasta base después de asaltar algún microbús con violencia desmedida o de matar a otro joven por un miserable cigarrillo. Con rabia y desolación los otros quieren hundir la navaja en otro cuerpo que no siga siendo el suyo, quieren gritarle a los que viven fuera de su pequeño territorio, que aún están vivos pese a tanta exclusión, miseria y sueños rotos, quieren mostrar que aún pueden equilibrarse en esta vida que se hace cada vez más peligrosa a medida que la distribución de la riqueza ensancha la bipolaridad social chilena.
La pasta base en los noventa creció en los sectores más pobres como el crack lo había echo en los barrios negros de estados unidos en los primeros años de la década de los ochenta, después de ser introducida por el Consejo de Seguridad Nacional y la CIA en el mercado callejero para financiar a su contra nicaragüense que luchaba por derrotar a la Revolución Sandinista. Ahora el Paco aniquila los grandes núcleos populares de Buenos Aires y Montevideo en una danza macabra de silencio, hambre y desolación. Desde el año 2000 su consumo se ha hecho fuerte y sostenido en las barriadas populares de la capital argentina, kilómetros más allá del obelisco hay una Ciudad Oculta que rebosa de siluetas juveniles marchitas tras tanto Paco.
En Bolivia el consumo de base se ha tomado manzanas enteras en la ciudad de El Alto. A cuatro mil metros de altura el polvillo blanco se ha hecho popular entre la juventud que ha vivido en la exclusión permanente, siempre aplanando eternas calles de tierra y observando la misma estampa de casas a medio construir que los han visto crecer. Y los barrios limeños al otro lado del Río Rimac o los otros que repiten la dinámica de la angustia a orillas del pacífico, en el Callao.

Prohibicionistas
Después de dieciocho años en Chile los sectores sociales arrasados por el modelo de libre mercado están teñidos de blanco pálido o en su defecto marihuana paraguaya prensada con disolventes químicos. Ahora es el tiempo de las “bolsitas” de cocaína de baja calidad que se pueden conseguir hasta por tres mil pesos (5 euros). En los ambientes juveniles populares y sus generaciones anteriores, cada vez más gente se engancha al mercado de la coca recortada de cocaína porque son otros los impulsos y carencias que hay que mitigar. Otra estampida de polvo blanco se va quedando en los bloques de cemento de los cinturones periféricos en donde el tiempo avanza con la majadería de la hostilidad oficial que aún no quiere entender que la guerra contra las drogas es una quimera, un sueño tan estéril como las campañas de terror contra las drogas o los dictados morales de ex drogadictos que trabajan en el CONACE y son capaces de apoyar la misma política intolerable que también ayudó a destruir sus vidas.
Y la respuesta oficial no es más que coercitiva, jamás un gesto de comprensión o una autocrítica sale de sus labios cuando dan a conocer las estadísticas nacionales de consumo de drogas. Leen cifras y cifras pero no son capaces de dar, siquiera esbozar, una respuesta al flagelo del consumo de la pasta base que se estabilizó en el 3% de la población nacional. Si quisieran ayudar estarían reparando el daño psicosocial causado por su actitud histérica con respecto al tema de las drogas con una política agresiva de reducción del daño para los chicos y chicas de la pasta. Modificar el consumo del eslabón más precario de las drogas hoy debiera ser un valor ético moral para la clase política chilena tan asidua a misa dominguera, y sobre todo, para los ex socialistas que soñaron con abrir las grandes alamedas y ahora reparan su derrota moral con un sencillo tinte progresista.
Y es posible - por qué no- que alguna imagen en el destierro obligado de muchos de ellos por Europa haya condicionado su juicio banal e histérico sobre las drogas. Quizás la estampa de algún joven holandés inyectándose heroína a plena luz del día haya desequilibrado su juicio sobre la tolerancia, o tal vez aquel aroma árabe del hachís que los jóvenes españoles consumían -consumen- en plena calle en la incipiente tolerancia de la transición española de su querido Felipe González tuvieran algo que ver en su mirada mezquina con la marihuana. Los prohibicionistas de la transición chilena siguen aplicando su fórmula de Prevención- Penalización- Rehabilitación y Represión ante el tema de las drogas y su consumo.
A veces un día domingo por la mañana alguna campaña estatal reparte publicidad a grupos de jóvenes que siguen vacilando los destellos de la noche pasada en alguna plaza o feria popular. Y quizás si hubieran llegado diez años antes, primero a escuchar y ver, para luego hablar y proponer, algunos se hubieran salvado; ya es tarde. El folleto propagandístico que intenta prevenir el consumo de drogas tiene como destinatarios a pendejos que ya no están experimentando con drogas miserables sino que subsistiendo dentro de ese mundo paralelo. A veces salen de su confinamiento social para cometer un asalto con violencia, un asesinato angustiado, un cogoteo ramplón, un asalto farmacéutico lleno de violencia gratuita que no tarda mucho en llegar a las televisiones chilenas en horario de máxima audiencia.
Una nueva dosis de miedo y estigmatización van arropando a la familia chilena que invierte en barrotes para las ventanas y vidrio molido para asegurar las panderetas del perímetro exterior. Los otros se inclinan por las alarmas de última generación, guardias de seguridad y video vigilancia. Ex socialistas hoy socialdemócratas, pinochetistas reconvertidos en demócratas, democratacristianos arrastrando la cruz de su doble moral, izquierdistas reaccionarios, empresarios televisivos y de prensa escrita, fundaciones socio-políticas en búsqueda del enemigo interno juvenil, grandes masas de histéricos e hipócritas, todos contribuyen día a día a la creación de nuevas representaciones sociales que amenazan el carnaval del buen rollito chileno lleno de insatisfacción y prozac nocturno.



mayo 22, 2008

Italia: cazando gitanos y criminalizando a los inmigrantes sin papeles

Y mientras eso sucede en los arrabales urbanos de Sudáfrica, en pleno corazón de la Europa culta y artísticamente bella se desata otra casería xenófoba contra los gitanos, los rumanos y los inmigrantes sin papeles. En bolas de fuego se han convertido los campamentos gitanos de las afueras de Nápoles y Roma, sus moradores huyen atemorizados con los críos a cuesta; sus sombras se pierden en el espesor de la noche italiana que huele a racismo duro institucionalizado por el cavalierri y sus amigos fachas de la Liga del Norte.
Desde hace mucho que el tema de la inmigración dejó de ser un elemento más del discurso político italiano para transformarse en un arma de agitación masiva que moviliza a lo más granado de la derecha neo fascista y a los miles de italianos que se apilan en los suburbios de las grandes ciudades que a su vez son controlados por la camorra italiana.
A tanto ha llegado la situación que el Parlamento Europeo envió a una de sus miembros a Italia para indagar en la realidad que se encuentra la comunidad Romaní. La Eurodiputada Húngara, Viktoria Mohacsi, se mostró horrorizada a la vuelta de su periplo por Italia. “Redadas nocturnas aleatorias, detenciones gratuitas, agresiones en los calabozos y un clima general de persecución”, sobre el origen de este nuevo estallido tampoco tiene dudas “(..) la campaña xenófoba lanzada por la coalición de Berlusconi, prometiendo que echaría a los gitanos del país, está alentando a que se persiga a toda la comunidad, no sólo a los sospechosos.
En Italia hay más de doscientos mil gitanos de los cuáles se calcula que 120 mil son italianos no reconocidos por el estado, también hay rumanos (el icono de la nueva xenofobia) y otros miles que huyeron de la guerra de los Balcanes. Los gitanos y los sin papeles son el tema político a agitar en esta legislación. Existe un acuerdo tácito de los viejos y nuevos ultra derechistas para dotar a la retórica xenófoba que vomitan en sus mítines y declaraciones, de amparo legal y leyes que respalden su ideología excluyente.
Ayer mismo Berlusconi en su primer consejo de ministros aprobó el decreto que convierte a la inmigración ilegal en delito. Se criminaliza la situación del migrante, pasando de una falta administrativa a un delito de carácter penal. Junto con ello anunció otras cuarenta medidas destinadas a la erradicación definitiva de todos los indeseables (sin papeles, gitanos, vendedores ambulantes, vagos…) de su querida Italia, porque “los italianos tienen derecho a no tener miedo, es un derecho primario” dice Berlusconi.
Entre seis meses y cuatro años de cárcel para los inmigrantes sin papeles, si este delinque se le sumará automáticamente un tercio más de condena por el hecho de ser indocumentado; los que alquilen casas a estos se arriesgan a una pena de seis a tres a seis años de cárcel más multa; los que tengan permiso de residencia y soliciten la reagrupación familiar con sus hijos tendrán que someterse a pruebas de ADN…. Además se dota de mayores atribuciones legales a los alcaldes para acentuar la persecución, encarcelación y expulsión de todos aquellos que no embelecen la ciudad.
El icono de alcalde-sheriff xenófobo y represivo que desarrolla con éxito la Liga del Norte avanzará sin transar por la geografía italiana y su devenir que cada día provoca más asco.

Pobres contra pobres: violencia xenófoba en Sudáfrica

Hace más de una semana que la chispa de un odio delirante brotó a 20 kilómetros de Johannesburgo. Hoy las cifras hablan de 42 muertos, cientos de heridos, más de quince mil desplazados y otros tantos de miles continúan huyendo por las calles en busca de algún cuartel policial que los proteja de la muerte. Esta vez no son los blancos segregacionistas con escopeta en mano disparando a diestra y siniestra en los suburbios obreros creados por el apartheid en la década de los sesenta. Hoy ya no huele a pólvora en aquel sitio sino que a carne humana chamuscada por el fuego, la policía incapaz de controlar la situación observa como las turbas de gentío negro y pobre descarga sus frustraciones con el colectivo inmigrante que también es negro, pobre y sin derechos.
Se calcula que más de tres millones de personas han dejado atrás su natal Zimbabwe huyendo del hambre y la violencia desatada por el régimen de Robert Mugabe, al cuál pareciera que poco le importa que la tasa de paro de la población este en un 80% y que la inflación supere el 160.000%.
Centenares de negros Surafricanos agobiados por el paro, el alza de los productos de primera necesidad, abandonados a la deriva de una capital boyante sin servicios públicos que les den asistencia y los protejan, se echan a la calle con sus machetes y barras de hierro que no descansarán de descargar su irá en otro cuerpo negro y pobre que sólo puede huir unos metros antes de caer ensangrentado ante el jubilo de los nuevos chacales que gritan y cantan envueltos en una danza macabra que recuerdan el genocidio de Ruanda.
De nada han servido los llamados a la calma. La multiculturalidad y la tolerancia trabajada con esmero por el estado, desde la vuelta a la vida para los que no eran blancos, se ha desvanecido en los suburbios tras el shock moral que significa la cacería de pobres contra pobres. Ahora los militares vuelven a ocupar los guetos (Germiston, Alexandra) con la misión de evitar que la sangría continúe.

mayo 13, 2008

Cayucos: Navegantes sin puerto


Es frecuente encontrarse en las costas de Cádiz con los restos de alguna patera o cayuco
que ha quedado como testigo mudo de la tragedia que ahí se vivió. Imposible saber si zarpó de la costa norte marroquí, del enclaustramiento sureño saharaui, de la ciudad de Nuadibú en Mauritania o de Dakar en Senegal….pueden ser días o semanas de incierta travesía. A medida que la política del enemigo interno de la Unión Europea se afianza en su escalada represiva y contenciosa contra la inmigración, los viajes de los navegantes sin puerto se hace cada vez más larga y peligrosa.
Según el informe sobre inmigración clandestina "Derechos humanos en la frontera norte-sur 07", 921 inmigrantes murieron durante ese período intentano penetrar en la Europa fortaleza, según las mismas fuentes (con bastante credebilidad), más de tres mil en los últimos años.
Contemplo el horizonte desde una cala perdida entre Barbate y Conil, pese a la nubosidad aparece Marruecos en el estrecho de Gibraltar, hacía el otro lado el mar se pierde en el atlántico. El mar está tanto o más tranquilo que la veintena de nudistas disfrutando del sol entre acantilados y arena fina, a sus espaldas un verde bosque sin plagas inmobiliarias que han destruido gran parte de la costa mediterránea española. Los primeros surfistas de la temporada capean las olas mientras otros prefieren elevarse con el Kite- surf; yo mientras tanto me fumo un porro de hierba en la playa pensando en la suerte de los tripulantes del cayuco que llegó, y sobre todo, en los que zarparan ahora que llega el verano a la vieja Europa.
Y las expectativas de un viaje exitoso se desvanecen rápidamente en el aire porque la realidad de los viajes de quienes huyen de las consecuencias del capitalismo más periférico son hoy nefastas. Por estos días los países miembros de la Unión Europea afinan un texto jurídico para ampliar la detención de los inmigrantes sin papeles por un período de 18 meses. Ya no les basta con las deportaciones, la privación de libertad en los centros de internamientos para extranjeros donde se vulneran todos sus derechos, los centros de deslocalización de inmigrantes que están en el norte de África y en el magreb también se han quedado pequeños para contener a la multitud migrante. Ni los sistemas de vigilancia de última generación que monitorean el estrecho, ni las patrulleras españolas apostadas en las costas de Senegal y Mauritania, ni las campañas del terror político comunicacional y las diatribas xenófobas podrán detener aquel éxodo sostenido que quiere romper la barrera per cápita de la desigualdad inmoral norte-sur.

mayo 12, 2008

El niño de las pinturas




El Niño de las pinturas es un Graffitero de arte mayor que pulula por las calles de Granada siempre buscando un lienzo urbano que revitalizar. Hace más de cuatro años que lo sigo por los callejones de la ciudad con la intuición de la sorpresa y siempre hay algo nuevo con su huella particular. Sus creaciones son capaces de abofetear la emocionalidad del transeúnte que también lee los pequeños textos de los Jinetes del Apocalipsis. La ascendente factura técnica de la obra del niño, que de niño me imagino que ya le que queda poco, es un despunte de belleza y reflexión, en fin, un trabajo profesional de carácter efímero que sin embargo perdura en la retina maltrecha del callejero.
El niño de las pinturas (fotografías Rodrigo Soto y Gonzalo Vidal)

mayo 06, 2008

Fotografías de graffiti y murales en Granada



http://www.flickr.com/photos/tisuquiearth/sets/72157604914809753/
Fotografías de Rodrigo soto y Gonzalo Vidal, fotógrafo radicado en el barrio de Alhamar, La Habana, Cuba.

Inventario Público


Sino fuera por ellos la vista se dejaría ganar la partida en el descorche anestésico que produce una pared impoluta en el abismo del bombardeo publicitario, las construcciones urbanísticas y los escaparates del consumo que delinean la normalidad visual. Todos los días y noche nace alguno en la cartografía social de lo disperso porque son necesarios para la desintoxicación del cuerpo social tras tanta globalización precaria. En la era de las nuevas tecnologías comunicacionales, la muralla intervenida en modalidad de graffiti o mural, sigue siendo el soporte simbólico más fuerte para la expresión y colisión de subjetividades socio-políticas-emocionales.
Y los que en algún momento pensaron que el graffiti estaba llamado a subvertir la normalidad por su dimensión clandestina y juvenil que brotaba como setas en el descampado urbano mundial se equivocaban. Desde hace mucho la tradición muralista y el graffiti como arte contestatario están integrados al circuito de producción cultural de consumo. Se cotiza al alza y muchos de los autores callejeros hoy exponen en grandes galerías y trabajan con firmas publicitarias que requieren de sus servicios para montar campañas de consumo dirigidas al segmento juvenil. Sin embargo, el street art no ha perdido su capacidad transformadora porque día a día se reinventa en miles de nuevos militantes que van al encuentro de la muralla.
La cultura del graffiti es tan amplia como las fotografías de aerosol que están repartidas por el mundo entero. En ciertos barrios; las paredes guardan toda una memoria colectiva pero soterrada de luchas políticas, sueños y muerte, hoy en esos mismos muros se narran otras grandes batallas contra la subsistencia. El aerosol y la brocha dinamizan a los chicos y chicas de los barrios marginales latinos, tanto o más, que a los chicos de la periferia parisina o los de Bucarest, Granada o Estocolmo…su actividad incesante va marcando su despliegue estético por las callejuelas, bloques de apartamentos, solares abandonados, murallas de grandes avenidas.
Cualquier lienzo público o privado está condenado a tener que soportar el discurso de la multitud crítica y descontenta.