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Se calcula que más de tres millones de personas han dejado atrás su natal Zimbabwe huyendo del hambre y la violencia desatada por el régimen de Robert Mugabe, al cuál pareciera que poco le importa que la tasa de paro de la población este en un 80% y que la inflación supere el 160.000%.
Centenares de negros Surafricanos agobiados por el paro, el alza de los productos de primera necesidad, abandonados a la deriva de una capital boyante sin servicios públicos que les den asistencia y los protejan, se echan a la calle con sus machetes y barras de hierro que no descansarán de descargar su irá en otro cuerpo negro y pobre que sólo puede huir unos metros antes de caer ensangrentado ante el jubilo de los nuevos chacales que gritan y cantan envueltos en una danza macabra que recuerdan el genocidio de Ruanda.
De nada han servido los llamados a la calma. La multiculturalidad y la tolerancia trabajada con esmero por el estado, desde la vuelta a la vida para los que no eran blancos, se ha desvanecido en los suburbios tras el shock moral que significa la cacería de pobres contra pobres. Ahora los militares vuelven a ocupar los guetos (Germiston, Alexandra) con la misión de evitar que la sangría continúe.
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