mayo 29, 2008

juventud popular, consumo de drogas e histeria política chilena (II)

Aluvión blanco ocre
La década de los noventa estuvo marcada por la escasez de yerba verde en las poblaciones y la introducción de pasta base de cocaína a bajísimos precios en cada esquina popular que modificaron no sólo el consumo, sino que las relaciones sociales en los pliegues de la pobreza urbana. Los señores de la prudencia democrática que construían el Chile de la simulación a través de discursos y retazos simbólicos no prestaron mayor atención al aluvión blanco ocre que ya para 1991 estaba instalado en los circuitos periféricos juveniles de Arica, Iquique, Antofagasta y Calama. Ya en 1986 varios centros de salud nortinos habían dado la voz de alarma sobre los efectos que estaba produciendo entre la población juvenil el alto consumo de pasta base de cocaína llegada desde la cercana frontera con Perú y Bolivia.
Mientras para Santiago la pasta sólo era un rumor callejero que en algunos espacios se comenzaba a probar, en el norte, los efectos del consumo extendido de la pasta base ya habían delineado su estética destructiva no sólo en las capas populares ancladas a la cesantía, sino que también en los universitarios foráneos que iban en búsqueda de la movilidad social y terminaban por dejarlo todo después de quedar enganchados a la pasta en los carretes nortinos.
La pasta base de cocaína irrumpió con fuerza en las poblaciones del Santiago urbano el 92, 93, 94, 95; miles de papeles de aluminio con pasta se encendieron en la movida popular santiaguina de la periferia que salía de marcha en su pequeña cartografía; de plazas, esquinas, portales de bloc, pasarelas, canchas, alguna casa o sede social. Se fue haciendo común de que uno pasara semanas enteras sin conseguir pitos, los que antes vendían yerba ahora sólo trabajaban con pasta base y cocaína, y los que tenían yerba para mover, subieron los precios haciéndolos inalcanzables para la juventud popular que era tan diversa como la necesidad de buscar algún paliativo que mitigara la realidad tan mediocre que ofrecía el Chile democrático de Aylwin y Freí, después, vendría Lagos y ahora Bachelet.
En los primeros años de masificación se fumaba exclusivamente con tabaco, tabacazos que después fueron dando paso a los pipazos para aumentar su efecto. Pipas artesanales con tubos de pvc que se llenan con cenizas de cigarro y donde se vierte la pasta para luego fumarla. En menos de diez segundos uno se eleva, al minuto está plácidamente estabilizado pero antes de veinte minutos se desciende con angustia y sin siquiera un paracaídas sensorial a la realidad desde donde se ha emprendido la huida. Es tan corto el efecto que de nuevo hay que abrir la papelina para preparar otro pipazo. Hay que volver al baño, al patio o al descampado solitario para consumirla sin que nadie te pida. Imposible saber el momento exacto en que el aluvión blanco ocre llegó para quedarse y llevarse a tantos retoños de la miseria, a tantos cuerpos llenos de sueños que se fueron, que se van, que se irán diluyendo en el patio trasero del exitismo macro- económico chileno.
La pasta base de cocaína se tragó los últimos años de la paty que ya había perdido hasta la ilusión de viajar al litoral central para conocer el mar. Así, sin sentir la brisa salada en la comisura de sus labios adolescentes que estaban partidos tras tanto pipazo, se fue para siempre una noche de verano con su cuerpo menudo. El Javier la noche de año nuevo tuvo un último mal viaje; la angustia lo acorraló en su cuarto del block D, sintió que iban a por él un carnaval de siluetas marchitas, se escabullo como pudo de aquel refugio hasta descender a los tejados vecinos. Corría por los techos de la población desesperado mientras se iban encendiendo las luces del pequeño pasaje, algún vecino de gatillo fácil lo abatió a metros de alcanzar la calle, ahora está en la plaza con la mirada perdida y sobre una silla de ruedas.
Miles de chicos y chicas, cientos de piños (grupos) de adolescentes en busca de diversión, dedicaron alguna noche a la embriaguez pastera pero para muchos eso fue todo. Otros continuaron en escalada ascendente, al poco tiempo tuvieron que salir a la calle a revender pasta base, a ganarse unos pesos para sustentar su consumo personal, a otros, no les quedó más remedio que salir a la calle derechamente a robar. Y la moda de la pasta compuesta de metanol, queroseno, saborizantes, sulfato de cocaína, ácido sulfúrico, bases alcalinas y otros alcaloides se desbordó de la estampa clásica de los pliegues sociales más vulnerables, para estar presente en todo ese gran abanico social heterogéneo que se considera clase media chilena, para, por último, terminar estabilizándose en el 3% de los sectores más pobres que hoy están tapiados de pasta y escombros del capitalismo periférico
Sus rostros y las dinámicas de la angustia sólo se utilizan para robustecer el estado policial chileno y su política represiva en el tema de las drogas. La inquisición de los medios de comunicación se fue quedando con el rostro de la delincuencia juvenil intoxicada de hambre de futuro y pasta base después de asaltar algún microbús con violencia desmedida o de matar a otro joven por un miserable cigarrillo. Con rabia y desolación los otros quieren hundir la navaja en otro cuerpo que no siga siendo el suyo, quieren gritarle a los que viven fuera de su pequeño territorio, que aún están vivos pese a tanta exclusión, miseria y sueños rotos, quieren mostrar que aún pueden equilibrarse en esta vida que se hace cada vez más peligrosa a medida que la distribución de la riqueza ensancha la bipolaridad social chilena.
La pasta base en los noventa creció en los sectores más pobres como el crack lo había echo en los barrios negros de estados unidos en los primeros años de la década de los ochenta, después de ser introducida por el Consejo de Seguridad Nacional y la CIA en el mercado callejero para financiar a su contra nicaragüense que luchaba por derrotar a la Revolución Sandinista. Ahora el Paco aniquila los grandes núcleos populares de Buenos Aires y Montevideo en una danza macabra de silencio, hambre y desolación. Desde el año 2000 su consumo se ha hecho fuerte y sostenido en las barriadas populares de la capital argentina, kilómetros más allá del obelisco hay una Ciudad Oculta que rebosa de siluetas juveniles marchitas tras tanto Paco.
En Bolivia el consumo de base se ha tomado manzanas enteras en la ciudad de El Alto. A cuatro mil metros de altura el polvillo blanco se ha hecho popular entre la juventud que ha vivido en la exclusión permanente, siempre aplanando eternas calles de tierra y observando la misma estampa de casas a medio construir que los han visto crecer. Y los barrios limeños al otro lado del Río Rimac o los otros que repiten la dinámica de la angustia a orillas del pacífico, en el Callao.

Prohibicionistas
Después de dieciocho años en Chile los sectores sociales arrasados por el modelo de libre mercado están teñidos de blanco pálido o en su defecto marihuana paraguaya prensada con disolventes químicos. Ahora es el tiempo de las “bolsitas” de cocaína de baja calidad que se pueden conseguir hasta por tres mil pesos (5 euros). En los ambientes juveniles populares y sus generaciones anteriores, cada vez más gente se engancha al mercado de la coca recortada de cocaína porque son otros los impulsos y carencias que hay que mitigar. Otra estampida de polvo blanco se va quedando en los bloques de cemento de los cinturones periféricos en donde el tiempo avanza con la majadería de la hostilidad oficial que aún no quiere entender que la guerra contra las drogas es una quimera, un sueño tan estéril como las campañas de terror contra las drogas o los dictados morales de ex drogadictos que trabajan en el CONACE y son capaces de apoyar la misma política intolerable que también ayudó a destruir sus vidas.
Y la respuesta oficial no es más que coercitiva, jamás un gesto de comprensión o una autocrítica sale de sus labios cuando dan a conocer las estadísticas nacionales de consumo de drogas. Leen cifras y cifras pero no son capaces de dar, siquiera esbozar, una respuesta al flagelo del consumo de la pasta base que se estabilizó en el 3% de la población nacional. Si quisieran ayudar estarían reparando el daño psicosocial causado por su actitud histérica con respecto al tema de las drogas con una política agresiva de reducción del daño para los chicos y chicas de la pasta. Modificar el consumo del eslabón más precario de las drogas hoy debiera ser un valor ético moral para la clase política chilena tan asidua a misa dominguera, y sobre todo, para los ex socialistas que soñaron con abrir las grandes alamedas y ahora reparan su derrota moral con un sencillo tinte progresista.
Y es posible - por qué no- que alguna imagen en el destierro obligado de muchos de ellos por Europa haya condicionado su juicio banal e histérico sobre las drogas. Quizás la estampa de algún joven holandés inyectándose heroína a plena luz del día haya desequilibrado su juicio sobre la tolerancia, o tal vez aquel aroma árabe del hachís que los jóvenes españoles consumían -consumen- en plena calle en la incipiente tolerancia de la transición española de su querido Felipe González tuvieran algo que ver en su mirada mezquina con la marihuana. Los prohibicionistas de la transición chilena siguen aplicando su fórmula de Prevención- Penalización- Rehabilitación y Represión ante el tema de las drogas y su consumo.
A veces un día domingo por la mañana alguna campaña estatal reparte publicidad a grupos de jóvenes que siguen vacilando los destellos de la noche pasada en alguna plaza o feria popular. Y quizás si hubieran llegado diez años antes, primero a escuchar y ver, para luego hablar y proponer, algunos se hubieran salvado; ya es tarde. El folleto propagandístico que intenta prevenir el consumo de drogas tiene como destinatarios a pendejos que ya no están experimentando con drogas miserables sino que subsistiendo dentro de ese mundo paralelo. A veces salen de su confinamiento social para cometer un asalto con violencia, un asesinato angustiado, un cogoteo ramplón, un asalto farmacéutico lleno de violencia gratuita que no tarda mucho en llegar a las televisiones chilenas en horario de máxima audiencia.
Una nueva dosis de miedo y estigmatización van arropando a la familia chilena que invierte en barrotes para las ventanas y vidrio molido para asegurar las panderetas del perímetro exterior. Los otros se inclinan por las alarmas de última generación, guardias de seguridad y video vigilancia. Ex socialistas hoy socialdemócratas, pinochetistas reconvertidos en demócratas, democratacristianos arrastrando la cruz de su doble moral, izquierdistas reaccionarios, empresarios televisivos y de prensa escrita, fundaciones socio-políticas en búsqueda del enemigo interno juvenil, grandes masas de histéricos e hipócritas, todos contribuyen día a día a la creación de nuevas representaciones sociales que amenazan el carnaval del buen rollito chileno lleno de insatisfacción y prozac nocturno.



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