noviembre 22, 2014

Barcelona y el post 9-N



Después de aquel día todo el mundo ha vuelto a salir a la calle para ir a sus puestos de trabajo o en la búsqueda de alguno para dejar atrás el paro crónico. Las aulas se han vuelto a llenar de estudiantes aquejados por los recortes y el alza de aranceles, las calles del centro son nuevamente delineadas por hordas de turistas que avanzan en autobuses, a pie, en bicicleta o en potentes monopatines eléctricos alquilados por hora; pocos son los que se desprenden del mapa turístico o el smartphone y se hacen camino al andar por sí solos. Los que no necesitan de aquello, es ya la clásica estampa de una comisión judicial con su compañía de antidisturbios que ejecutan otro desahucio en Nou Barris, L`Hospitalet de Llobregat o en el Gòtic dejando en la calle a otra familia y con una deuda impagable con la banca.

A esa misma hora mis vecinos del segundo han bajado con sus sonrisas de ébano a por sus carros de supermercados aparcados y encadenados al lado de las bicicletas y se han perdido por estos callejones para cartografiar la ciudad en búsqueda de la chatarra de la sobrevivencia; no volverán hasta pasada la tarde. Una pareja de franceses que contemplan la escena desde el balcón de un piso turístico fotografían la situación cotidiana quizás pensando en que Barcelona hasta para lo más pedestre es cool. La débil pero persistente lluvia mañanera ha frustrado el juego de petanca de los jubilados en el parque así que han tenido que refugiarse en el bar de toda la vida- que ahora son administrados por ciudadanos chinos- y ahí seguir comentando la jornada histórica que el domingo 9-N se vivió en Cataluña, y de paso, esperar que se anuncie por televisión un nuevo escándalo de corrupción política de alto nivel. Este no tardaría en llegar con epicentro otra vez en Sevilla y solo decir que hasta la diputación fue registrada por la policía.

Las cifras del 9N son categóricas en su justa dimensión y medida. Más de dos millones participaron en el referéndum simbólico sin ninguna garantía legal ni consecuencia concreta. De ellos casi el 80% optaron por el binomio si-si que significaba derechamente la opción por la independencia de Cataluña. El censo total que tenía derecho a voto era de alrededor de 7 millones de electores, de los cuales solo voto un 35% del padrón electoral, pero también es cierto, que aquí está representado lo que se ha querido negar durante mucho tiempo, es decir, que por el momento existe una base social que quiere si no bien en su mayoría la independencia, si otra forma de asociación con España. Algunos esperaban que Barcelona apareciera copada por tanquetas y los mossos deteniendo a familias con niños que hacían largas colas para votar, que se secuestraran las urnas con una orden judicial y que desde Madrid se actuara con mano dura para poner punto final al secesionismo catalán.

Otros independentistas eufóricos llegaron a llorar a la hora de depositar su voto y luego salieron raudos a por un vermouth dominguero que alargara la espera de resultados en TV 3. En los últimos años, es un hecho que la frustración social por la precarización de la vida ha llevado a muchos a escorarse hacia una futura independencia motivados por un etéreo nuevo comienzo en manos de la misma clase política catalana burguesa que en estos últimos seis años viene recortando el gasto social con más intensidad que los pobres de Andalucía, a los que siempre tanto critican a nivel político o cotilleo casual.

Una futura independencia capitaneada por los representantes de la derecha política catalana y sus aliados de izquierda que se han ensimismado exclusivamente con la independencia pactando en el parlamento recortes sociales y mociones de silencio, sería un punto de retroceso para la sociedad catalana y quienes la componen. Sin embargo, el tema de la cuestión catalana es tan transversal que copa todos los espacios geográficos políticos y emocionales, que van mucho más allá de Artur Más, los democratacristianos de CIU, los izquierdistas nacionalistas de ERC, o los ni chicha ni limonada que representan los socialistas catalanes, hasta anarquistas han ido a votar para dar por culo, mientras kilómetros más allá algún representante de la burguesía catalana, igual de podrida que la española, depositaba su último sueño por cumplir luego de espoliar las arcas de su querida Cataluña y guardar millones de euros en cuentas secretas Suizas.

Algunos hasta el día de hoy piden que rueden cabezas por la afrenta catalana a la unidad de España y golpean las puertas de la judicatura para que castigue con cárcel la osadía de su afrenta. Otros por fin han entendido que no son cuatro locos sino que una marea diversa en donde ha penetrado el discurso independentista sin programa de fondo pero que mueve a los que sencillamente se entregaron a las garras de los que agitan el tema de la identidad catalana y el enemigo externo como causa de sus males.
A estas alturas de mi vida y viaje migrante, sencillamente soy de los que nos cree en una patria ni tampoco en las banderas que sustentan nacionalismos absurdos como el chileno, español o catalán. Hoy son otras las banderas que hay que levantar. Sin embargo, reconozco que lo mejor que le ha pasado a la sociedad catalana en el último tiempo ha sido el 9-N porque aquella votación simbólica ha significado abrir la válvula social que en la cotidianidad ya estaba sobrecargada de mal humor y una agriedad en el carácter catalán fuera este partidario de la independencia, o estuviera en la orilla contraria con la misma actitud rancia de los contrarios a cualquier iniciativa popular. En fin, que la Independencia, sí llega, será para una nueva batalla que tendrá que esperar por lo menos cinco años, porque ahora el tema es otro, y no es nada más ni menos, que cambiar en un año el mapa político español creado desde la transición y que afectará a todo el territorio que actualmente compone España.

Por lo pronto hay un eco sostenido de cambio y aún subterráneo que apunta a Guanyem Barcelona como un punto de inflexión político-social para comenzar a hacernos cargos de lo más básico; la ciudad en que habitamos




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