Después de aquel día todo el mundo ha vuelto a salir a la
calle para ir a sus puestos de trabajo o en la búsqueda de alguno para dejar
atrás el paro crónico. Las aulas se han vuelto a llenar de estudiantes
aquejados por los recortes y el alza de aranceles, las calles del centro son
nuevamente delineadas por hordas de turistas que avanzan en autobuses, a pie,
en bicicleta o en potentes monopatines eléctricos alquilados por hora; pocos
son los que se desprenden del mapa turístico o el smartphone y se hacen camino
al andar por sí solos. Los que no necesitan de aquello, es ya la clásica
estampa de una comisión judicial con su compañía de antidisturbios que ejecutan
otro desahucio en Nou Barris, L`Hospitalet de Llobregat o en el Gòtic dejando
en la calle a otra familia y con una deuda impagable con la banca.
A esa misma hora mis vecinos del segundo han bajado con sus
sonrisas de ébano a por sus carros de supermercados aparcados y encadenados al
lado de las bicicletas y se han perdido por estos callejones para cartografiar
la ciudad en búsqueda de la chatarra de la sobrevivencia; no volverán hasta pasada
la tarde. Una pareja de franceses que contemplan la escena desde el balcón de un
piso turístico fotografían la situación cotidiana quizás pensando en que
Barcelona hasta para lo más pedestre es cool.
La débil pero persistente lluvia mañanera ha frustrado el juego de petanca de
los jubilados en el parque así que han tenido que refugiarse en el bar de toda
la vida- que ahora son administrados por ciudadanos chinos- y ahí seguir
comentando la jornada histórica que el domingo 9-N se vivió en Cataluña, y de
paso, esperar que se anuncie por televisión un nuevo escándalo de corrupción
política de alto nivel. Este no tardaría en llegar con epicentro otra vez en
Sevilla y solo decir que hasta la diputación fue registrada por la policía.
Las cifras del 9N son categóricas en su justa dimensión y
medida. Más de dos millones participaron en el referéndum simbólico sin ninguna
garantía legal ni consecuencia concreta. De ellos casi el 80% optaron por el
binomio si-si que significaba
derechamente la opción por la independencia de Cataluña. El censo total que
tenía derecho a voto era de alrededor de 7 millones de electores, de los cuales
solo voto un 35% del padrón electoral, pero también es cierto, que aquí está
representado lo que se ha querido negar durante mucho tiempo, es decir, que por
el momento existe una base social que quiere si no bien en su mayoría la
independencia, si otra forma de asociación con España. Algunos esperaban que
Barcelona apareciera copada por tanquetas y los mossos deteniendo a familias con niños que hacían largas colas para
votar, que se secuestraran las urnas con una orden judicial y que desde Madrid
se actuara con mano dura para poner punto final al secesionismo catalán.
Otros independentistas eufóricos llegaron a llorar a la hora
de depositar su voto y luego salieron raudos a por un vermouth dominguero que
alargara la espera de resultados en TV 3. En los últimos años, es un hecho que
la frustración social por la precarización de la vida ha llevado a muchos a
escorarse hacia una futura independencia motivados por un etéreo nuevo comienzo
en manos de la misma clase política catalana burguesa que en estos últimos seis
años viene recortando el gasto social con más intensidad que los pobres de
Andalucía, a los que siempre tanto critican a nivel político o cotilleo casual.
Una futura independencia capitaneada por los representantes
de la derecha política catalana y sus aliados de izquierda que se han
ensimismado exclusivamente con la independencia pactando en el parlamento
recortes sociales y mociones de silencio, sería un punto de retroceso para la
sociedad catalana y quienes la componen. Sin embargo, el tema de la cuestión
catalana es tan transversal que copa todos los espacios geográficos políticos y
emocionales, que van mucho más allá de Artur Más, los democratacristianos de
CIU, los izquierdistas nacionalistas de ERC, o los ni chicha ni limonada que representan los socialistas catalanes, hasta
anarquistas han ido a votar para dar por culo, mientras kilómetros más allá
algún representante de la burguesía catalana, igual de podrida que la española,
depositaba su último sueño por cumplir luego de espoliar las arcas de su
querida Cataluña y guardar millones de euros en cuentas secretas Suizas.
Algunos hasta el día de hoy piden que rueden cabezas por la
afrenta catalana a la unidad de España y golpean las puertas de la judicatura
para que castigue con cárcel la osadía de su afrenta. Otros por fin han entendido
que no son cuatro locos sino que una marea diversa en donde ha penetrado el
discurso independentista sin programa de fondo pero que mueve a los que
sencillamente se entregaron a las garras de los que agitan el tema de la
identidad catalana y el enemigo externo como causa de sus males.
A estas alturas de mi vida y viaje migrante, sencillamente
soy de los que nos cree en una patria ni tampoco en las banderas que sustentan
nacionalismos absurdos como el chileno, español o catalán. Hoy son otras las
banderas que hay que levantar. Sin embargo, reconozco que lo mejor que le ha
pasado a la sociedad catalana en el último tiempo ha sido el 9-N porque aquella
votación simbólica ha significado abrir la válvula social que en la
cotidianidad ya estaba sobrecargada de mal humor y una agriedad en el carácter
catalán fuera este partidario de la independencia, o estuviera en la orilla
contraria con la misma actitud rancia de los contrarios a cualquier iniciativa
popular. En fin, que la Independencia, sí llega, será para una nueva batalla
que tendrá que esperar por lo menos cinco años, porque ahora el tema es otro, y
no es nada más ni menos, que cambiar en un año el mapa político español creado
desde la transición y que afectará a todo el territorio que actualmente compone
España.