Este es un otoño que ha comenzado con las hojas aún en los
árboles y las porras policiales cayendo a destajo para sembrar el miedo en la
protesta social que toma las calles. Otro otoño de recesión económica española-
¿cuántos van ya?- en que aún tenemos que soportar el discurso hegemónico de los
neoliberales que nos repiten una y otra vez que hay que recuperar la confianza
de los mercados y avanzar en las reformas estructurales de la economía. Como si
cuatro años y el fracaso empírico de sus recetas no bastaran para cambiar de
rumbo, al contrario, siguen empecinados en su guerra ideológica en la cual
nosotros no somos más que efectos colaterales que en algún momento, según
ellos, el libre mercado corregirá.
Este es otro otoño en donde 526 familias todos los días son
expulsadas de sus casas mientras contemplan por última vez en el televisor del salón
que el rescate a la banca privada española, al final rondará los 57 mil
millones de euros. Este es otro otoño en que la palabra crisis suena con más
fuerza que un te quiero susurrado al oído o gritado en las grandes avenidas,
las novelas históricas o libros de auto ayuda transformados en best seller,
copan todos los vagones del metro por la mañana temprano y por la noche. La
poesía está ausente pero por lo menos se sigue leyendo ante la hegemonía de los
móviles y sus prestaciones que son mayoría en todos los horarios, en todos los
espacios públicos o privados.
Son días en que lo mismo Rajoy se fuma un puro caminando por
Nueva York, mientras en Andalucía se confirma que otra vez un depósito de droga
con custodia policial ha desaparecido durante el verano. Catalunya quiere la
independencia y rebotan los histéricos en Madrid. Los juzgados vuelven a estar
atochados de juicios por corrupción política y empresarial, los personeros del statu
quo insisten desde sus columnas de opinión que nadie puede poner en tela de
juicio a las instituciones democráticas. Desde su escritorio intentan en vano
conectar con un pulso social que ya va calles más debajo de su pluma; los
viejos se quedaron sin tinta y los jóvenes sin la necesidad urgente de rebuscar
folios en la basura de la historia patria para reescribirla.
Mientras tanto don
Manuel sigue viviendo en su coche como hace meses casi al lado del mar, todas
las noches nos vemos. Yo al salir de un trabajo con fecha de caducidad, él se
queda ahí, aprisionado en el espacio en donde el objetivo de encontrar trabajo
se traduce en un incesante martillear que no lo dejará conciliar el sueño durante
toda la noche.
Y así vamos tirando.