febrero 13, 2012
Itinerario de un parado: Bibliotecas Públicas
Vivimos tiempos en que las bibliotecas públicas españolas son asaltadas por manadas de desesperados con escaso presupuesto y demasiado tiempo libre. Pero no se confunda, no se forman colas para acceder como en las oficinas del INEM que está a doscientos metros calle abajo. Ni tampoco se producen esas aglomeraciones de gente en las tiendas que tienen todo de rebaja, incluso hasta a sus empleados. Más bien esto es un goteo, lento, constante y ascendente de los que no renuncian a seguir formándose en los flecos del saber que están a la mano. Quién sabe, así como están las cosas, mañana lo mismo algún tecnócrata económico junto a su amigo el liquidador político-social nos pillen desprevenidos- como viene sucediendo desde hace tiempo- y nos impongan el copago ya no sólo en la educación y la sanidad pública, sino que también en la red de bibliotecas públicas del estado y su sistema de prestamos. El céntimo cultural lo llamarán.
El segmento de estudiantes de bachiller y universitarios siempre es constante en estos espacios, pero se concentran en el ala derecha en una gran aula de estudio abierta. Aquellos son y tienen que serlo, visitantes clásicos de una biblioteca-por lo menos por un período de la vida- así que por eso no me fijo demasiado en ellos y sí en los otros, en los que verdaderamente dan vida y sentido a estos espacios públicos que también, más pronto que tarde, pasarán por la guillotina neoliberal europea. Y uno lo mismo va en busca de algún libro para terminar leyendo la última página y entregarse por completo a ese éxtasis en dónde lo que se busca ya no son respuestas sino que preguntas más acotadas. Otros van en busca de un ordenador con conexión a Internet o a coger wifi, mientras los módulos para pasar la tarde viendo alguna película están a rebosar. Algunos llegan directamente a pillar el disco My favorite things de Coltrane porque necesitan una bocanada de metal para contrarrestar la escarcha que amenaza con dejarnos paralizados.
En tardes lluviosas como estas, los dedos aún húmedos trajinan centenares de títulos calefaccionados que reposan en las estanterías. Entonces brota aquel aroma de libro viejo que necesita, que aspira desde sus entrañas, a que alguien lo coja, se lo lleve a casa y le de un buen repaso. Imposible seguir la vida de un libro hoy en día. Saber por ejemplo, el itinerario de préstamo, si alguien lo ha cogido o no alguna vez es una incógnita porque los timbres con las fechas que aún permanecen en la solapa interior de los libros son sólo un recuerdo de muchos años atrás en que todo el sistema se informatizó y ahora sólo basta con tu código de barras, una firma y un recibo en que viene la fecha de devolución que siempre se extravía en el camino. Hasta hace un tiempo en la biblioteca central de Granada tenían un sistema draconiano para multar a aquel que no entregara a fecha lo que se había llevado. Yo ostento el penoso récord de haber estado castigado más de cuatro meses por haber olvidado devolver uno. Los catalanes para estas cosas son más permisivos así que han ideado un sistema de puntos para llegar a la solución final. Después de sobrepasar los 60 puntos dejan caer sobre ti toda la indiferencia del sistema.
En una biblioteca pública española por estos días lo mismo te encuentras a un octogenario cogiendo el libro ¡Indignaos!, o a un sin techo, como el de la plaza del periodista, que siempre está tumbado en un sofá releyendo a los clásicos de la filosofía. Un hombre con rostro de desempleado se inclina por saber -a estas alturas- quién coño le robó su queso y una joven madre con dos críos a cuestas arrasa con la sección infantil y sale rumbo a casa. La sección de poesía, como ella misma, es manoseada a mansalva pero a veces intimida y se la vuelve a dejar en su lugar. Hay miedo a que los versos ardan en una madrugada de estas tan oscuras y silenciosas, que nos pillen desprevenidos apagando el último cigarrillo o encendiendo otro.
En una biblioteca pública uno puede tener un encuentro casual y clandestino que devenga en una amistad de dos desarraigados por opción que nunca fue construida en base a la nostalgia sino que cincelada en el devenir cotidiano. O simplemente, encontrarte camino a casa con un nuevo artefacto explosivo en la mochila ya nunca más para construir una trinchera sino que a lo sumo una barricada siempre móvil hacia delante. Pero siempre teniendo en cuenta que: ya no basta sólo con leer.
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