febrero 25, 2014

Creemos ser país y somos apenas paisaje



Son las ocho menos veinte de la mañana y aterrizo en Santiago de Chile. El pasaje se inquieta por salir rápido con sus rostros masacrados por el jet lag, todos estamos igual, pero yo he amanecido con una sospechosa sonrisa en la cara que no tiene que ver con llegar a Chile ni tampoco de irme del agujero español por tres meses. La culpable de este bello anochecer eterno por el atlántico digamos que tiene unos ojos tan profundos que cuando la miras fijamente eres capaz de ver como se escapa tu mirada en la suya. Mi compañero de asiento por casualidades de la vida es un sesentón chileno de la época del exilio que se quedó por Estocolmo y vuelve de vez en cuando para visitar a la familia. Puta que hueveaste anoche, tan joven y ya tienes problemas de próstata hueón, tanto ir al baño- me suelta a punto de salir del avión. Le pido disculpas mientras clavo mi mirada en los ojos de ella, que se despide con otra sonrisa y un hasta luego señor, gracias por volar con nosotros. Por un momento pienso en soltarle un piropo tipo andaluz de ¡guapa yo contigo volaría a cualquier parte! pero me reprimo porque está la jefa de cabina y además que yo nunca he sido de piropos ni tengo la entonación adecuada, pero lo fundamental, es que en ningún momento de la noche hemos hablado, susurrado o deslizado la posibilidad de intercambiar un número de teléfono, dirección de red social, email o cualquier dato que remitiera a un supuesto futuro. Así que la contemplo por última vez y aquella imagen me acompaña mientras entre manga, pasillos, eternas filas, por fin llego al control de pasaportes.

Buenos días- entrego el pasaporte chileno al treintañero del cubículo que tiene la placa en la solapa y su chaqueta de la Policía de Investigaciones (PDI), sus dedos revuelven las páginas, me mira de vez en cuando, y sospecho que me va  a soltar el rollo de la crisis económica española y la vuelta de los chilenos emigrantes que un día se fueron y ahora vuelven cabizbajos. Experimento la misma sensación de hace más de diez años cuando llegué por primera vez a España vía barajas en el control de pasaportes con la intención de quedarme y embolsar la cifra de inmigrantes ilegales en los meses finales de la España de Aznar. Mientras los otros controles avanzan, yo sigo clavado viendo como el policía una y otra vez pasa el pasaporte azul por el detector de imitaciones, mira la pantalla del ordenador, lo vuelve a coger y sus dedos repasan las hojas como queriendo encontrar algún detalle. Por fin me mira a los ojos y me pregunta con un desafiante tono seco- ¿cuándo te nacionalizaste?  
No entiendo- le respondo extrañado y con la sonrisa eclipsándose. En un primer momento pienso que se ha liado con la tarjeta de residencia española y el pasaporte chileno, algo absurdo, pero bueno, es temprano por la mañana y no todo el mundo tiene un buen despertar.
Que cuando te hiciste chileno- me dice de sopetón. Antes de siquiera poder decir nada, el pendejo se ha crecido tras el cristal y arremete- Rodrigo Soto…, nacido en La Paz, Bolivia, el 11 de agosto de 1975, profesión desconocida, soltero,….- y así sigue hasta que por fin se detiene y vuelve a insistir por el año en que me hice chileno.

A esas alturas, la situación desborda el absurdo, asumo que he tenido la mala suerte de toparme con el clásico policía que cree hacer patria en las fronteras. Después de unas semanas comprendería que en el Chile de hoy aquel discurso nacionalista y xenófobo- como en la mayoría del mundo- cruza a la transversalidad de la sociedad; de la ultra derecha económica neo pinochetista a la izquierda revolucionaria atragantada con la palabra pueblo, pasando por los progresistas que están encantados con las nanas peruanas. Estuve a punto de decirle, con tono de provocación, que si hubiera tenido la posibilidad de elegir no hubiera sido chileno, para joder un poco, pero venía llegando así que no había que forzar la suerte. Si bien uno se fue hace mucho de Chile, uno sabe que meterse con la llamada patria puede traer problemas de calibre, a nivel de conocidos y más con un desconocido que cumple por la mañana temprano su labor de que ningún indeseable se cuele en el bipolar milagro económico chileno..

La magia efímera de una noche, la incertidumbre de saber si cogería el avión de vuelta, los certeros gin tonic y la pregunta de cuando me hice chileno, todo ello se confundía en mi mente mientras imaginaba que un eco rotundo sonaba por la megafonía de todo el aeropuerto de SCL, aquella era la voz inconfundible de Nicanor Parra con las olas rompiendo de fondo para advertir a turistas y nacionales que tuvieran presente que aún creemos ser país y somos apenas paisaje. Así que así, sin más, pero con el apremio de responder a tamaña pregunta del ser chileno, comencé a esbozar una respuesta del porque un nacido en Bolivia tenía pasaporte chileno y residencia en España. De seguro que si hubiese nacido en Londres o Bruselas les daría lo mismo, pienso mientras ordeno las ideas para hacer el trámite corto.
-Mi madre es boliviana y mi padre chileno- le digo escuetamente.
-Ya, pero cuando te nacionalizaste- me replica.
-Nunca me he nacionalizado, nací en Bolivia porque mi madre así lo prometió el once de septiembre de 1973, la vida de mi hermana llegó aquel mismo día en que se comenzó a morir este país.- le espeto ya con mala leche. Eran tantos los vuelos que a esa misma hora llegaban de España no cargados de turistas precisamente y otros destinos que pronto el control de pasaportes estaba a rebozar, así que al tipo del cubículo no le quedo más remedio que sellarme el pasaporte chileno y dejarse de dar el coñazo. Me despidió con un bienvenido a Chile y pulsó el botón, no de pánico patriota, sino que el normal, el que anunciaba la llegada de otra víctima ante su presencia. Después vinieron a darme la bienvenida los perros del OS7 de carabineros mientras esperaba la mochila en la cinta, un barbón de esos que de seguro estaría más extasiado trabajando en la calle para pillar a unos chavales con un poco de marihuana- cara y regular- me da los buenos días y se queda al lado como esperando que su perro salte sobre mi mochila que aún no aparece. Hago un repaso mental de lo que traigo o creo traer esperando que salte alguna alarma por si quizás alguna cola de un porro se ha colado en alguna prenda. La histeria policial política chilena con el consumo de marihuana es conocida internacionalmente por su prohibición-penalización, lo mismo sucede con el aborto. De pronto apareció un labrador negro con su peto del SAG concentrado en su labor de pillar algún alimento o semilla prohibida. Yo cogí mi mochila y por fin salí, porque en el fondo lo único que traía eran unas botellas de vino y la mente abierta para reinterpretar al país que uno había dejado por voluntad hace una década. Así que cogí ese carrito de la vida que siempre estará lleno de retazos, equidistantes unos de otros, y salí a encontrarme con la fresca niebla de Pudahuel. 

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