julio 28, 2008

María Música


Hay una chica de catorce años que en las últimas semanas ha vuelto a poner en evidencia la histeria social en que se asienta el deambular chileno. Una acción política pre-adolescente llena de fugacidad y rebeldía ha trastocado la curvatura de la tolerancia nacional que nada dice sobre la represión policial eterna, herencia de Pinochet, que hoy después de 17 años de transición democrática sigue disciplinando a porrazos a los estudiantes secundarios en las calles y en las puertas de los colegios. Nada se dice de los manoseos a las chicas en los carros policiales atiborrados de detenidos que sólo luchan por recuperar una educación pública de igualdad para no terminar en el patio trasero del exitismo económico nacional. En el Chile de hoy - no exótico sino que real- se habla con mucha soltura de la brecha digital, pero nada o muy poco, se dice de la desigualdad social que día a día ensancha la bipolaridad tras la abismante distribución del ingreso y las oportunidades, a la que están condenados los jóvenes de las viejas y nuevas generaciones.
Aquella mañana del 14 de julio en el hotel Crowne Plaza de Santiago, el cartel del salón principal anunciaba la asistencia de la ministra de educación, Mónica Jiménez. El ambiente no estaba para exposiciones oficiales sobre el futuro de la educación chilena, porque ahí había más de una treintena de estudiantes furiosos y desencantados con la nueva Ley General de Educación (LGE) que reemplaza a la dictada en época de Pinochet, pero que mantiene y profundiza los valores del libre mercado sobre una educación pública de calidad. Ellos no estaban ahí para participar en otro diálogo de sordos, sino que derechamente su intención era reventar el acto y buscar una respuesta de la autoridad educacional sobre el tema de la violencia sistemática que reciben en las calles y comisarías tras cada manifestación. Y en eso estaban hasta que de pronto apareció en escena María Música para cambiar el guión de una historia que olía a otro desalojo o abandono silencioso de la autoridad por la puerta trasera.
Después de escabullirse como una liebre la chica Música logra alcanzar el estrado y colocarse a un costado de la ministra que guardaba con premura sus apuntes que esa mañana no pronunciaría. Con catorce años y cuatro detenciones por participar en el movimiento estudiantil, le dice a la ministra “señora diga algo, responda de lo que pasa”… la frialdad de la ministra que no hace siquiera el amago de mirarle a la cara enfurece aún más a la chica que ya está bastante nerviosa y con la voz entrecortada. Y en una fracción de segundos, su vista se topa con un jarrón de agua que siempre está presente en estos encuentros oficiales para que los participantes no se atraganten con tanta barbaridad que sueltan por los labios. Lo vuelve a mirar, esta vez fijamente, lo coge con ambas manos y lanza el contenido sobre la cara de la ministra que ahora si que ha quedado impávida.
A los pocos días la chica ya tenía una denuncia ante la policía, se la expulsaría del liceo público y su vida se haría aún más difícil. La maquinaria comunicacional y política transformaron a María Música y su jarrón de agua en un peligro social que comprometía el desarrollo democrático de Chile, otros esclavos de las buenas palabras decían que aquello le hacía mal al movimiento estudiantil porque perdía apoyo en la sociedad. Se hizo común leer columnas de opinión que sacaban a colación esa vertiente clasista chilena que comentaban el acento popular de la chica y sus padres. Se inauguró una nueva temporada nacional de lapidación verbal y repulsa moral llena de dobles discursos que nunca cruzan el terreno de la superficialidad maliciosa porque les da temor lo que pueden encontrar si escarban un poco más. Así es parte del Chile cabrón que hoy tiene crucificada a esta niña de la dulzura irreverente que se llama María Música Sepúlveda.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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