octubre 26, 2014

¡Bolivia no existe!



No hace mucho- digamos dos décadas atrás- Bolivia internacionalmente era conocida solo por la producción de cocaína, la pobreza social extrema siempre en alza y el lamento de los políticos bolivianos de turno. Los mismos que a medida que privatizaban el país se iban de gira internacional para lloriquear en cualquier foro económico y así provocar una condonación de la deuda externa que beneficiaba a la misma y pequeña clase política racial que gobernaba el país de los andes. La historia boliviana está plagada de golpes de estado, inestabilidad política, revoluciones de izquierda fracasadas, dictaduras militares, gobernantes democráticamente malvados y la injerencia política internacional camuflada en la lucha contra las drogas o los lobby de presión de las transnacionales que querían un trozo del país que se comenzó a vender desde finales de los ochenta bajo el amparo de la dictadura del mismo neoliberalismo y sus organismos financieros que hoy despliega su salvajismo social en países europeos como España, Portugal, Grecia, Chipre…..

Hace una década Bolivia aún encabezaba todas las estadísticas de la desigualdad y desesperanza que caben en un clásico gráfico de barras o en una infografía digital de la miseria. No había organismo internacional que diera un duro por aquel país enclaustrado marítimamente en Sudamérica y siempre subestimado por sus vecinos. Desde los ochenta que se venía repitiendo con insistencia el axioma que se resumía en un rotundo Bolivia no existe a nivel económico internacional ni regional, que solo llamaba la atención por su deriva a convertirse-o convertirlo- en un nuevo estado fallido producto del egoísmo de su clase política tradicional de derechas e izquierda y los intereses foráneos. Si bien los analistas del Pentágono venían avisando desde finales de los noventa sobre el ascenso indigenista comandados por un tal cocalero llamado Evo Morales, nadie presto demasiada atención política al movimiento social que se estaba generando porque sencillamente nunca pensaron que la indiada organizada, los pobres urbanos y los descolgados de sus privilegios podían encontrarse no sólo en las calles sino que en las urnas y cambiar el destino de un país que por primera vez en su historia moderna tiene un Nosotros.  

Este 12 de octubre pasado el pueblo boliviano ha vuelto a endosar un voto de confianza en Evo Morales otorgándole el 61% de los votos, si hace seis años Bolivia estaba a punto de una guerra civil provocada por las regiones orientales que se querían independizar hoy en esos mismos terruños avanza la cordura y la realidad objetiva y ya casi nadie discute que Bolivia ha emprendido un camino por la justicia social incluyente que no tiene vuelta atrás. Este es el triunfo de los que dejaron atrás las mazmorras del silencio para convertirse en sujetos sociales promulgando una verdad empírica: otro mundo es posible con otras políticas económicas en beneficio de las mayorías sociales. Hoy asistimos a una nueva Bolivia en donde aún falta mucho para construir una sociedad más justa y participativa pero quizás por primera vez en su historia hay un nosotros, pobre y defenestrado, es cierto, pero constructor de su futuro y sabedor que con o sin Morales nunca más estarán silenciados: el empoderamiento social ha sido tan fuerte que ya nada volverá a ser igual, y eso dice mucho de un proceso social aún en marcha.


El fracaso de esta revolución es probable que no venga por la histórica variable económica sino que por las tensiones sociales en aras de construir una sociedad más justa y con futuro, que a día de hoy por ejemplo, se arraiga culturalmente en la violencia machista que lo mismo se ejecuta en los cuatro pilares básicos del abismo familiar o en un espacio público con total impunidad. Bolivia encabeza la estadística de los países latinoamericanos en el asesinato de mujeres, los femenicidios son una sangría diaria entre tanto avance macroeconómico y una salud y educación en alza. Atrás va quedando el exitoso proceso de alfabetización que erradicó el analfabetismo del país, en algunos lugares por fin tuvieron constancia de la existencia de un médico que atendiera lo básico, si fuera cubano o no, daba lo mismo, por primera vez el estado se hizo cargo de algo fundamental para el desarrollo de una sociedad. La pobreza extrema aún en Bolivia alcanza un 20% antes era del 40%, cifras que tienen rostro que aún no ven delineado un porvenir a su alcance.  En 2005 los bolivianos que subsistían con un dólar al día sumaban la cifra de 24 por cada cien, en 2012 eran 10, ahora quizás son ocho. 
Es tanto lo que aún queda por hacer que a veces se pierde la perspectiva de que ocho años no bastan para recomponer un país que viene saliendo de un abismo neoliberal  profundo y delirante, en donde se intentó privatizar hasta el agua de la lluvia.