Otro asesinato de carácter racista sacude a Grecia. Esta vez
no es la muerte de un inmigrante paquistaní golpeado, ni la del joven iraquí
cazado por la furia antiinmigrante que lo mató para cumplir la cuota diaria de
agresiones racistas en plena calle cuando volvía del trabajo. El asesinato del
rapero griego y militante social, Paulos Fissas, viene a marcar otro hito en el
ascenso de la violencia de la formación política de carácter neofascista que es
Aurora Dorada, y de paso, agrega otra chispa a la hoguera social helena que
sobrevive intervenida por la Troika, a la espera de un posible nuevo rescate
económico y disciplinada en la austeridad más nefasta que tiene a gran parte de
la población a un paso de la desesperación total.
La violencia, la muerte, el racismo, el enemigo interno-externo,
los suicidios, la ausencia ya no de futuro sino que de porvenir, el discurso
nacionalista en barrios obreros, el desempleo, todo se conjuga día a día
mientras se tiene constancia de que todo se va al carajo y que los hombres de
negro volverán en un par de meses para dictar otra sentencia social.
Con 18 diputados en el parlamento, una intención de voto que
se augura pasará del 7% al 12%, y un despliegue de trabajo territorial
simplista pero efectivo- tanto en la forma y fondo- les permiten tener un
votante no sólo cautivo sino que haciendo trabajo social ahí donde el
neonazismo lo requiera para ir apuntalando una identidad colectiva a través del
odio, que lo mismo lo ejemplifican en sus discursos y palizas diarias contra
inmigrantes o en sus repartos de comida en la plaza Sintagma sólo para
ciudadanos griegos, los de verdad, con carnet en mano, nada de nacionalizados,
residentes y menos inmigrante, faltaba más. Algunos griegos se resisten a coger
esas bolsas llenas de comida de odio porque dicen que ya están viejos para
repetir una historia que sacudió a Grecia en la II guerra mundial, y que
prefieren estrujar esa pensión que día a día es recortada, antes de participar en
la nueva narrativa del fascismo del siglo XXI.