A 8 mil pies de altitud sobre algún punto del Atlántico, y con
rumbo a España, resurge la pregunta, la interrogante de la declamación popular
a uno y otro lado del charco que versan sobre el sentido de las idas y vueltas
a estas alturas de la vida. Volver ¿para qué?, irte ¿por qué?, regresar ¿a
dónde?.. No me apetece dejar la discusión interna para más adelante así que voy
saltando cuerpos desparramados por el estrecho pasillo de las butacas en clase
turista. Dos azafatas matan el tiempo con un crucigrama y la otra se entretiene
acomodando su chasquilla rubia- que de todas maneras- le sienta mejor cayéndole
por la mejilla izquierda. ¿Hola?, me podéis poner un gin tonic, por favor. Las
dos se miran como diciendo, tenemos un borracho abordo, un código cabronazo que
nos dará la tarde, madrugada y noche, de sus labios hasta es posible escuchar,
este tipo de clientes son los que suben los costes de un vuelo transcontinental,
eso sí, siempre con una sonrisa.
También es factible que no digan nada y sea uno el guionista
de una película paralela, improvisada en la arbitrariedad del que imagina
demasiado.
Me abrocho el cinturón, despliego la mesilla, aparco por un
rato la lectura de El Imperio de,
Ryszard Kapuscinski, que a última hora me ha regalado el traidor Escalante en
Santiago de Chile; por fin acomodo la copa. Es hora de intentar sistematizar
una respuesta acotada a tamaña pregunta, sin embargo, uno sabe de antemano que esta
nunca podrá ser una réplica categórica, y si así fuera, tendría que ser una
narración histórica de las emociones, un mapa corporal que de cuenta de los
desarraigos más allá de las frías coordenadas GPS que se acumulan en la
memoria.
Todo viaje es una
huida, una búsqueda, un encuentro que a veces nunca se materializa del todo
o que sencillamente es la antesala a otro itinerario que lo mismo versa sobre
la búsqueda de la felicidad en un
laberinto en donde con la misma rapidez, a veces alguien se extravía para luego
encontrarse. No hace falta viajar para ello. La geografía y el kilometraje
poco importan. Eso sí, yo quiero hablar desde una cartografía de los
sentimientos que siempre estará acotada a un rotundo nosotros. Y ahí, la
pregunta inicial adquiere otros ribetes, una dimensión con mayúsculas de la
cual ya no hay salida en el boeing del Airbus que tiene por misión dejarnos en
Barajas, Madrid, a eso de las siete de la mañana de un día de verano. Agosto de
2012, seguramente no el año del fin del mundo, pero si el epicentro histórico
de otro país que vira de rumbo con dirección hacía el abismo social. Un cambio
de paradigma, un nuevo triunfo de la vieja doctrina
del shock neoliberal en la vieja Europa y las consecuencias sociales con
que se traza el futuro. Y sí sólo fuera una crisis económica más, un desajuste
bursátil o una corrección menor para cuadrar el gasto público estaríamos hablando
de otro estado de las cosas y con otra entonación estilística.
El verano está caliente, los recortes sociales de la
maquinaria Popular son más osados que cualquier bikini o topless que se vea en
las playas de Barcelona. El sol cae con la misma fuerza castigadora que el segundo
rescate económico español que será un hecho en este mes de septiembre. La
troika (BCE,FMI,UE) tomará la conducción del país, como ya lo ha hecho en
Irlanda, Portugal y Grecia, y ahí, se acabará lo que hasta entonces conocimos
como España. Vendrá la última etapa en la desmantelación del estado de
bienestar que cohesionó socialmente a un país en las últimas cuatro décadas a
través de una educación pública de calidad y asequible, un sistema de salud de
atención universal, gratuita y, por último, un régimen de protección al
desempleo y las pensiones. Los que vienen serán tiempos amargos en dónde ya no
sólo colocarán candados a los contenedores de basura para que la gente no
hurguetee por un bocado para la boca, sino que cada uno de nosotros tendrá que
cargar con uno, y quizás, cuánto tiempo.
Miles de corazones indignados de rebeldía serán desactivados
desde la centralita de las privatizaciones, la flexibilidad laboral, el eterno
paro y la precariedad de la vida que se agudizará en los próximos meses.
Entonces no serán pocos los que quedarán atrapados en los espasmos de la
disciplina capitalista y terminarán pensando que la conexión con el mundo ahora
se traduce en un retiro permanente de auto ayuda, montar un pequeño huerto en un
balcón o apoyar las reivindicaciones sociales desde el sofá del piso que se ha
transformado en una pesadilla. ¿Y quién puede culparlos? La disipación de los
sueños sociales y colectivos siempre han sido un efecto colateral programado por
los shock políticos y económicos que antes lo llevaban acabo dictaduras
militares. Ahora ya no son necesarias, para ello tienen a los mercados
internacionales y sus peones políticos trabajando juntos por mercantilizar
todos los espacios de lo que llamamos vida. Lo cual está comprobado que termina
atomizando las relaciones sociales a través de la privatización personal
Y pese a todo ello, uno es obstinado y vuelve al país desde
dónde los titulares de la prensa extranjera hablan del lugar al que nadie
quiere ir, a no ser que sea de vacaciones o con una cuenta abultada para
transformar una quiebra en oportunidades de negocios. España es el nuevo
apestado económico internacional, un tema demasiado recurrente en cualquier encuentro
social o casual. A 13 mil kilómetros de distancia hay ganas de saber el momento
exacto en que uno notó en que todo irremediablemente se iba a la mierda. Datos
de primera fuente ya sean estadísticos o cotidianos, contexto social o apunte
privado que pudiera graficar la mayor crisis que asola al llamado primer mundo.
Pero por sobre todo, quieren saber que posibilidades reales hay de revertir la
situación desde el campo social. Uno regresa con otras bofetadas-caricias de la
vida, ligero de equipaje facturable y con otras lecturas sobre las crisis de
aquí y de allá. Se vuelve sin miedo a la espera del minuto en que lleguen los
hombres de negro con sus maletines que están cargados de material
deshumanizador.
Aterrizamos en Barajas y la prensa ensalza la figura del
empresario español, Amancio Ortega, dueño del imperio textil INDITEX (Zara,
Bershka, Pull and bear, Stradivarius, Massimo Dutti, Oysho…) la tercera fortuna
más rica del mundo (38 mil millones de euros) El orgullo español banal en
épocas de crisis aflora y si no es el fútbol muchos están dispuestos a celebrar
como suyos los ceros de las cuentas corrientes que esconden algo más que buena
gestión empresarial. Resultará curioso, comprobar como en las semanas
siguientes ningún periódico español se haría cargo del hallazgo de una
treintena de talleres clandestinos en Brasil que trabajaban indirectamente para Zara. Ni un
miserable párrafo o siquiera una nota pequeña en el lugar más ilegible de la
página se dignaron a publicar. Sin embargo, en los días posteriores nos
bombardearon con moralina informativa sobre los doce carros con productos de
primera necesidad que un piquete de trabajadores había recuperado desde una
gran superficie. Aquella expropiación de alimentos terminó dando de comer a una
veintena de familias que sobreviven a duras penas después de haber sido
desahuciadas de su casa y su futuro. Los rescates a la banca privada que por
estos días todos pagamos sabemos a quienes van a parar.
Esa es la gran diferencia entre ellos y nosotros.