marzo 09, 2012

Siria a la distancia


Me encuentro con un amigo sirio en la cafetería Lisboa de Granada. Toma un café doble sin azúcar, y pese a ello, su mano mueve la cucharilla con rabia en el fondo del vaso. La vista está extraviada mucho más allá de Plaza Nueva, de las colinas árabes del Sacromonte que desembocan en la Alhambra o de aquel mismo punto donde estamos esta mañana, de otro lunes al sol español.
La última vez que nos vimos era verano y el conflicto sirio seguía su estela de muerte y represión política, opacado mediaticamente porque los focos estaban puestos en los últimos coletazos del régimen de Gadafi en Libia. Seis meses después, aquello es una incipiente guerra civil fragmentada en dónde la mayor parte de las 9.ooo víctimas desde que se inició el conflicto (7.000) siguen siendo civiles que son masacrados en grupo por los bombardeos de la artillería de Bachar El Asad o por sus francotiradores que marcan la diferencia entre la vida y la muerte en una fracción de segundos.

La ciudad de Homs- o lo que va quedando de ella y sus habitantes- después de meses de resistencia ha caído bajo el control de las fuerzas especiales del ejército sirio en los últimos días. En barrios como Bab Amro, epicentro de la lucha armada y la aniquilación sistemática y aleatoria de la población civil por parte del régimen, estas noches serán las más largas de todas sus vidas; los que logren ver el amanecer, relatarán en un futuro lo que ahí sucedió de verdad.

Mientras tanto, nosotros sólo somos espectadores- siempre manipulados- de la segunda parte de la primavera árabe que es mucho más compleja de lo que sucedió en Túnez, Libia, Egipto o Yemen. El conflicto sirio hoy en día engloba a actores tan dispares como Israel, Irán, Hezbolá, Líbano, la llamada comunidad internacional, las monarquías del Golfo Pérsico como Catar, Emiratos Árabes y Arabia Saudí, que tienen la doble moral de querer armar a los combatientes sirios mientras el año pasado enviaban tanques y tropas de combate, y no una comisión de paz internacional, para aplastar la otra parte de la primavera árabe en Bahrein, que curiosamente, no fue televisada ni por Al Jazeera ni la CNN. Y también la presencia de algunas células de Al Qaeda que ya han hecho su aparición con suicidas bombas, agregando otro actor al complejo tablero sirio.

Y ahí, entremedio de todo esto, están los gritos de libertad de los opositores sirios que si ayer estuvieron dispuestos a salir a las calles pese a la represión política hoy se encaminan por algunos de esos mismos barrios al grito de Allah Akbar (dios es el más grande) con su Kalashnikov bajó el brazo o un lanza granadas en la espalda. Muchos han nacido con la masacre de la ciudad de Hama (1982- 20.000 muertos) tatuada en su cuerpo, esperando esta oportunidad en dónde el último aliento de una batalla diaria y desigual, se transforme en la primera bocanada de aire fresco. El hastío de la muerte impune y la convicción de que ya no hay nada más que perder los ha encaminado a cambiar sus oficios cotidianos por los de guerrillero, ayudistas, contrabandista de medicinas y armas, documentalistas gráficos o simplemente a ser sobrevivientes que malviven escondidos en sótanos junto a los cadáveres de sus familiares, que ni siquiera pueden enterrar en los cementerios locales.

Las milicias libran una resistencia con armas ligeras en donde cientos de represores, policías, militares, y también civiles, han muerto. Se ha perdido el miedo en los sectores de la población históricamente más reprimidos y miles de ex soldados han desertado en los últimos meses y no se han ido a sus casas, sino que con su fusil o con uno que otro tanque, a engrosar las filas que conforman el rebelde Ejército Sirio de Liberación. No hay un mando político-militar que lo controle, su presencia más destacada es rural, cercanos a la frontera con el Líbano o Turquía. En los barrios su labor está acotada a no ganar posiciones, sino que a resistir, hostigar, de vez en cuando atacar, y por sobre todo, evitar que los militares sirios entren a pie o con sus blindados
A veces lo consiguen y en otras se repliegan tácticamente a la espera de que la voluntad política internacional abra el grifo del mercado negro de armas, de los asesores militares extranjeros en terreno, y así, otra vez, nazca una nueva revolución árabe condicionada.

En Siria no son miles, sino que millones los que aún apoyan a la dinastía de los El Asad (padre e hijo) que ya lleva más de cuarenta años en el poder. No son sólo Alauitas (12% de la población) también cristianos, drusos, chií, los que de vez en cuando salen a la calle en masa movilizados ya no tanto para apoyar al régimen, sino por el temor a una guerra civil sectaria al estilo libanés que ellos conocen de cerca y que hoy agita el régimen en su defensa. Por su parte la mayoría suní vive realidades dispares. Mientras en algunos lugares sus habitantes viven escenas que conocimos en Grozni o Sarajevo, la burguesía económica suní destacada en Aleppo o Damasco sigue con su trajín cotidiano al estilo occidental. Es probable que sólo el factor económico los convierta en opositores en un futuro cercano. Pese a las sanciones económicas y la intensificación de la presión internacional en todos los frentes, el régimen de Bachar sigue fuerte, sin grandes fisuras ni en lo político ni en lo militar. La cobertura del conflicto por los Mass media y los activistas rebeldes a veces desbordan la realidad haciendo creer que lo que sucede en Homs es una constante única y exclusiva que se vive en todos los barrios de Siria.

El café se enfría, los titulares de la prensa se amontonan en el kiosco de la esquina como los sirios que van copando la terraza. Una pequeña banda de jazz arremete en escena, corta el devenir de aquel joven que a miles de kilómetros de distancia también tiene el corazón agujereado. La mayoría no quiere tropas internacionales invadiendo Siria pero saben que sin aquello es muy difícil que El Asad deje el poder. Se tiende a pensar que pronto Estados Unidos y la OTAN establecerán un corredor aéreo para neutralizar las tropas blindadas sirias al estilo de lo que hicieron en Libia. Otros, y no pocos, se enrocan en defender al régimen argumentando que no existe otra opción política que brinde estabilidad al país y a una región siempre caliente. La mayoría, sin embargo, concuerdan en que el presente es bestial, y el futuro, una incógnita abrumadora.

Es muy probable que en seis meses más el régimen de El Asad ya no conduzca los destinos de Siria. El conflicto y sus consecuencias serán un tema privado y comercial del país y las autoridades resultantes, nos dirán. Para entonces ya estaremos embarcados en otra guerra moderna preventiva contra Irán, lo que aún no sabemos es quién atacará primero para mantener el orden mundial; Israel o Estados Unidos.

1 comentario:

Vania dijo...

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