marzo 01, 2012
Pequeño manifiesto inmigrante
No tenemos voz ni representación política porque los márgenes de su querida y avanzada democracia occidental no tolera la figura de las minorías activas. Aquello no nos quita el sueño porque el espacio desde dónde todo siempre ha cambiado se traduce en la calle y la recuperación de esta por parte de todos los invisibles. Para el capital local-transnacional, su clase política de turno y la mansedumbre que no ha logrado revertir la educación del pensamiento único y excluyente, los inmigrantes- somos y seremos- nada más que mano de obra barata al servicio de su sistema de desarrollo y acumulación material. No son pocos los que resoplan en la cola del paro al ver nuestros rostros demacrados juntos a los suyos por una prestación ganada con el sudor de la frente, un subsidio cada vez más exiguo, o simplemente, estar ahí, para inscribirse como demandante de empleo y poder coger un curso de formación diseñado por algún burócrata de la urgencia laboral que no conduce a ninguna parte.
Son tiempos de desempleo y precariedad laboral que golpea con fuerza a toda la clase trabajadora y en eso no debe haber distinción, ni atajos emocionales. Todos los días en la geografía española más de 300 familias son desahuciadas por no cumplir con la tiranía de hipotecas que en el fondo sólo han ayudado a sobrevalorar el precio de la vivienda, y a vivir, única y exclusivamente, para sustentar las cuatro paredes del abismo familiar. Ahora son miles, de aquí y de allá, los que se van a la puta calle después de dejar de pagar unas letras siempre variables y abusivas. La banca siempre gana y ahora no sólo se queda con los pisos sino que además de por vida te cobrarán, lo que según ellos, aún les debes. En madrugadas desoladas son muchos los que empaquetan sus cosas antes de que una comisión judicial con protección policial y cerrajero autónomo se presente a expulsarte de lo que debiera ser un derecho social y no una mercancía al alero de especuladores.
No son pocos los que nos acusan de delincuentes, sin embargo, no les tiembla la moral a la hora de contratarnos para cuidar a sus niños. Para levantar el sueño nefasto de la propiedad privada o servirles su cafecito caliente por la mañana. Pasamos más tiempo con sus abuelos- en jornadas agotadoras y esclavizantes- que sus propios hijos que ya no tienen tiempo, o interés, para siquiera llevarle una bolsa de frutas mezcladas con cariño a aquellos otros olvidados de la historia española que se pudren en la soledad de sus pisos. Pronto llegará el día en que también algún margen de histéricos nos señale con su dedo inquisidor de que somos los culpables del cambio climático con nuestras idas y venidas. La poesía de la nostalgia será cuantificada en contaminación de CO2 y quizás nos impondrán una tasa especial.
Aquí en España-como en el resto del mundo- nadie es racista, todos quieren una inmigración ordenada. Sin temblarles la voz te hablan de sus abuelos o padres que partieron una noche de la larga dictadura franquista porque el hambre apremiaba, eso sí, con sus papeles en regla y el bocata de chorizo en la maleta. Otro mito nacional que se engarza a que los inmigrantes que hoy vivimos acá tenemos las mejores plazas de los colegios, una vivienda subsidiada por el estado o un trato preferencial a la hora de buscarnos la vida. Por casualidades de la vida el enemigo interno se configura a partir del trabajador explotado que cobra menos, pero nunca en su escala de valores estará presente el empresario que nos explota, a ti y a mí, porque en su concepción reduccionista de la vida, uno da trabajo y el otro solamente vende su mano de obra.
Son tiempos difíciles para todos, afirman con soltura las voces que pavimentan el camino al neoliberalismo más extremo que recién España está conociendo. Los que nacimos en aquel modelo resguardado por alguna dictadura militar, contenemos el aliento y nos enfrentamos a las paradojas de la historia, la universal y personal, que al final se funden para configurar una sola. El estado benefactor como garante de la cohesión social no tiene cabida en la ideología neoliberal que día a día va recortando los derechos sociales básicos. La educación pública de calidad que aseguraba la movilidad social de la población hoy está en retirada, el acceso a la sanidad pública con garantías se recorta y pronto se impondrá el copago o derechamente la privatización de la atención y los quirófanos. Los viejos pensionistas que dejaron sus mejores años para refundar este país, ven menguar o congelar su pensión porque según los tecnócratas todos tienen que sacrificarse de la misma manera. Y qué decir de los derechos laborales que costaron sangre y sudor para ser desmantelados en alguna reunión de madrugada por los socialdemócratas de turno y los populares que ya están aquí con su reforma laboral que legaliza la precariedad laboral.
Así las cosas y pese a la intensificación de su empeño por erradicarnos sólo me queda decir que muchos seguiremos en la porfía de no abandonar el barco cuando se está hundiendo. No hemos sido paridos por el sistema de valores del Capitán del Costa Concordia, ni tampoco domesticados por sus liquidadores político-sociales que desde hace décadas vienen confundiendo a las llagas del hambre carcomiendo los labios, con los pezones exclusivos del puticlub de lujo que aquellos degustan tras cada viaje y shock económico. Que no se crean que tenemos hechas las maletas bajo la cama esperando el momento de esquivar el golpe económico para volver. Llegará el día en que quizás asumamos que la vida es algo mucho más complejo que una maleta, una cuenta bancaria o una patria que se resume en una bandera.
Sepan ustedes que otra reforma a la Ley de extranjería para limitar nuestros derechos no provocará un éxodo masivo al aeropuerto del Prat o Barajas. Ni siquiera sus redadas policiales para cumplir con el cupo de expulsiones asignadas a cada comisaría nos atemorizan, ni tampoco el ser internado en el olvido social carente de derechos en que se han transformado sus Centros de Internamiento de Extranjeros (CIE). Ya sabemos que nos harán la vida más difícil, sospechamos que en este 2012 se cerrarán todas las puertas legales para que los inmigrantes que llevan más de tres años en España no puedan regularizar su situación. Adiós al arraigo laboral o social como mecanismo para que los supuestos invisibles se hagan legales, volverán las épocas en donde se engordará la bolsa de inmigrantes sin papeles, miles de hombres, mujeres y niños tendrán que volver a afinar la mirada e intentar pasar inadvertidos en las ciudades, esquivando las redadas a la caza del inmigrante.
Dicen que somos muchos, demasiados, a lo sumo, un error de buena voluntad administrativa sólo posible en épocas de bonanza económica. Todos los días miles de ciudadanos se suman a sus tesis y robustecen su poder en las urnas llegado el momento. Lo que hasta hace unos años era para muchos analistas un fantasma marginal acotado a realidades concretas, hoy es una opción política que no se muerde la lengua a la hora de radicalizar su discurso contra el otro para ganar votos. La contundente y profunda crisis económica y de sentido identitario que asola a España y Europa es el abrevadero perfecto para que millones sigan comiendo mierda envenenada; de Badalona a Milán, de París a Copenhague, de Bruselas a Praga, de Ámsterdam a Bucarest, de la Unión Europea al Tea Party norteamericano, avanza contundente el nuevo orden psicosocial del capitalismo y su vertiente xenófoba.
Que se escuche y comprenda bien de una vez, ni victimas ni victimarios, sólo un engranaje más de la máquina social que está en movimiento. De alguna manera, TODOS nosotros somos efectos colaterales del capitalismo más despiadado que vosotros recién vais a conocer y por ello mismo no los abandonaremos en este instante en que la indignación crece y hay que dotarla de contenido y resistencia global.
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