A estas cebras humanas las encontré una tarde de mayo de 2007 en La Paz. Al otro lado de la calle, en la plaza san Francisco, se celebraba la primera manifestación transexual boliviana y de paso diversos colectivos apoyaban el primer año de gobierno de Evo Morales, yo iba a su encuentro. Pero ahí estaban ellas, una docena repartidas en cuadrillas de dos, armadas con una cuerda, apostadas en la intersección de las calles más conflictivas y dispuestas a cumplir la misión de enseñar gráficamente a respetar las señales de tránsito urbano a los peatones. Sus trajes brillaban más que la señal impresa en el pavimento hace ya muchos años. Cuando el semáforo saltaba a verde, tensaban la cuerda para atraer a todos sus retoños andinos por el buen camino, siempre había alguno que se resistía a la norma y cruzaba por el otro lado de la cuerda, entonces la cebra- o la mujer u hombre que le diera vida- le recriminaba su actitud moviendo los brazos en un gesto de aspaviento que derechamente en su interior peludo redundaba en un ¡vete a la mierda carajo!
Algunos, con la vista cansada tras tanta normalidad, dirán que la fotografía es otra muestra del subdesarrollo latinoamericano y tocarán madera por haber nacido en sociedades de progreso. Otros menos contaminados creerán ver en aquella postal de las cebras urbanas una acción poética de carácter visual que tenía el mérito de no dejar a nadie indiferente. Si algún periodista extranjero condicionado por su patrón hubiera visto a las cebras aquellos días de seguro que hubiera interpretado el gesto como otro de recorte de libertades democráticas que propiciaba el indigenismo de Morales.
Algunos, con la vista cansada tras tanta normalidad, dirán que la fotografía es otra muestra del subdesarrollo latinoamericano y tocarán madera por haber nacido en sociedades de progreso. Otros menos contaminados creerán ver en aquella postal de las cebras urbanas una acción poética de carácter visual que tenía el mérito de no dejar a nadie indiferente. Si algún periodista extranjero condicionado por su patrón hubiera visto a las cebras aquellos días de seguro que hubiera interpretado el gesto como otro de recorte de libertades democráticas que propiciaba el indigenismo de Morales.
Desde entonces muchas cosas han pasado y de seguro que las cebras ya no siguen ahí. Lo que continúa, con sus altos y bajos, es una revolución social en constante tensión pero que consolida ya no un gobierno, sino que la idea rotunda de que el cambio social sólo es posible a través de las masas sociales organizadas que hace ya tiempo inauguraron una nueva Bolivia que ahora recién pareciera interesar al mundo.
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