enero 20, 2012

Bakakai



Un Baltasar de piel oscura original ofrece pañuelos desechables por la voluntad en una calle de Granada, zigzaguea entre los coches. Lleva años en esa esquina, cuando comience la feria estará vestido de sevillana, en semana santa será un cofrade más, sin embargo, en la mayoría de los días es sólo él mismo regalando una sonrisa subsahariana que de vez en cuando logra estamparse en el otro. Más arriba, una pareja de jóvenes vestidos para la ocasión, hacen un breve espectáculo de clon en donde en menos de un minuto tienen que entretener o siquiera empatizar con los conductores furiosos y antes que el semáforo cambie, correr y cubrir los cuatro carriles para ver si se desliza alguna moneda desde la ventanilla. A veces lo consiguen y otras se entusiasman con las mazas girando en el aire y tienen que hacerse a un lado antes de ser arrollados. Entonces un beso con ternura une sus cuerpos hasta que el semáforo vuelve a cambiar a rojo.
Es la una y media de la tarde, un grado bajo cero y un sol potente que sólo con rozarte la piel es capaz de quemarla y hacerte creer que no estamos en invierno sino que en primavera. Al fondo, el barrio del Albayzín permanece incólume y blanco como siempre, tanto o más, que la sierra completamente nevada en donde el sol se refleja en sus laderas. Decenas de abuelos en silla de ruedas son arrastrados al paseo matutino por sus cuidadoras inmigrantes, en su mayoría de origen latino, bolivianas de cuarenta o más años, donde abundan los contratos de palabra y la ausencia de derechos laborales .
Van de un lado para otro con los abuelos como queriendo matar el tiempo, a la mayoría de los mayores les da lo mismo, sólo quieren salir de sus pisos que están pagados pero se fueron quedando marchitos. Prefieren estas idas y venidas o acomodarse a tomar el solcito para ver la vida cotidiana pasar: patinadores, niños corriendo, perros, ciclistas trazando un carril bici imaginario para llegar con seguridad a destino, viandantes anónimos, y como no, algún músico callejero a pesar de la ordenanza municipal del ayuntamiento de Granada que prohíbe cantar en la calle y que paralelamente cierra a destajo multitud de garitos que algún día consolidaron una escena musical granadina.
Fuera del edificio de Hacienda continúa el viejo Nicolai con su destartalado violín entregando música, de ahí viene el compás que armoniza tanto bullicio en este encuentro con la ciudad.
La cafetería El Tren de avenida Madrid ha echado la persiana hace meses, lo mismo que el bar Royalty cincuenta metros más arriba. De los edificios cuelgan avisos desesperados de alquiler y sobre todo de venta de pisos, permanecerán años con el cartel y algunos nunca se venderán o muy probablemente terminará llevándoselo la banca tras otro desahucio. La estampa de la crisis económica está presente en Granada (30% de paro), los amigos del barrio han desaparecido en las bifurcaciones de la geografía mundial, los que aún resisten están a punto de marcharse, otros vendrán a poblar esta ciudad encantadora y anémica, pienso, mientras callejeo por la plaza del boquerón, que no existe o que ciertamente incumple las tallas mínimas del urbanismo granaíno. El Grow shop resiste a la crisis económica porque en granada se fuma mucho y el autocultivo en los últimos años cada vez gana más adeptos. Lo mismo ocurre con el restaurante chino, las tienda de comestibles del paqui o la papelería, también el gimnasio y como no la sede del punto de información y asistencia técnica para la búsqueda de empleo que ya pocos visitan porque casi nada tiene que ofrecer, y es época de rebajas calles más abajo.
En el incipiente barrio de la movida gay y lesbiana que se quedó a medio cuajar- como el centro cultural García Lorca- y con poco tránsito peatonal por el día, cinco locos totalmente descriteriados han montado una pequeña librería alternativa en el sentido estricto del concepto. Por los títulos, la casi inexistencia de estanterías y esa capacidad de devolver al visitante la posibilidad de sorprenderse desde la entrada hasta la salida. Un bello gesto poético- político ante la profunda crisis económica que por momentos amenaza hasta con privatizar la esperanza y la capacidad de lucha real. De partida hay que aclarar que ahí no se venden best seller al estilo Ruiz Zafon, ni tampoco manuales de autoayuda o de crecimiento personal, tampoco literatura masiva que ya grandes plataformas se encargan de explotar.
La librería se llama Bakakai y es más bien el bajo de una casa reconvertida en un solo espacio bien aprovechado, libros de tendencia anarquista, política anticapitalista, ensayos de pensamiento crítico, filosofía, historia, sociología desde una vertiente contracultural, literatura de los bordes, títulos difícil de encontrar, novelas gráficas, libros de psicología reichiana, editoriales independientes respondiendo en su catálogo a los conflictos sociales que permanecen en ebullición bajo el reacomodo capitalista, de las revoluciones árabes a la chusma francesa. Algunas, sin mayores reparos morales, se presentan como “Una editorial con menos proyección que un cinexín” y no están de joda sino que editando buenos títulos (pronto hablaré de pepitas de calabaza ed.)
En la calle Tendillas de Santa Paula nº11 se inauguró hace unos meses un punto de fuga palpable desde donde formarse para sortear las trincheras del pensamiento único, hoy más furioso que nunca. Esta es una batalla épica, de las mejores que se pueden librar en estos momentos en que muchos apuestan por el sálvese quien pueda. ¿Se entenderá el sentido del gesto?

enero 10, 2012

Paso de cebra ( escenas urbanas)


A estas cebras humanas las encontré una tarde de mayo de 2007 en La Paz. Al otro lado de la calle, en la plaza san Francisco, se celebraba la primera manifestación transexual boliviana y de paso diversos colectivos apoyaban el primer año de gobierno de Evo Morales, yo iba a su encuentro. Pero ahí estaban ellas, una docena repartidas en cuadrillas de dos, armadas con una cuerda, apostadas en la intersección de las calles más conflictivas y dispuestas a cumplir la misión de enseñar gráficamente a respetar las señales de tránsito urbano a los peatones. Sus trajes brillaban más que la señal impresa en el pavimento hace ya muchos años. Cuando el semáforo saltaba a verde, tensaban la cuerda para atraer a todos sus retoños andinos por el buen camino, siempre había alguno que se resistía a la norma y cruzaba por el otro lado de la cuerda, entonces la cebra- o la mujer u hombre que le diera vida- le recriminaba su actitud moviendo los brazos en un gesto de aspaviento que derechamente en su interior peludo redundaba en un ¡vete a la mierda carajo!
Algunos, con la vista cansada tras tanta normalidad, dirán que la fotografía es otra muestra del subdesarrollo latinoamericano y tocarán madera por haber nacido en sociedades de progreso. Otros menos contaminados creerán ver en aquella postal de las cebras urbanas una acción poética de carácter visual que tenía el mérito de no dejar a nadie indiferente. Si algún periodista extranjero condicionado por su patrón hubiera visto a las cebras aquellos días de seguro que hubiera interpretado el gesto como otro de recorte de libertades democráticas que propiciaba el indigenismo de Morales.

Desde entonces muchas cosas han pasado y de seguro que las cebras ya no siguen ahí. Lo que continúa, con sus altos y bajos, es una revolución social en constante tensión pero que consolida ya no un gobierno, sino que la idea rotunda de que el cambio social sólo es posible a través de las masas sociales organizadas que hace ya tiempo inauguraron una nueva Bolivia que ahora recién pareciera interesar al mundo.