Se inaugura con otra sobredosis de miseria moral. Con otro largo silencio internacional, que nada, o muy poco dice o hace, para parar una nueva barbarie militar israelí contra la población Palestina. Bombardeada por aire, mar y tierra desde hace doce días. Ahora la incursión terrestre judía va casa por casa y dispara a todo lo que se mueve, como sus aliados políticos-militares norteamericanos lo hacen en Irak o Afganistán. Las cifras de muertos aumentan a medida que la ira desplegada por la vertiente sionista del conflicto histórico pone en práctica sus últimos juegos de guerra con tecnología local o exclusiva de su socio gringo; los cuales- con Obama o sin él- no dejarán de brindarle una impenetrable cobertura diplomática. Otra negociación más de última hora para ponerle un alto al fuego al apetito asesino se resuelve en la ONU con final incierto o carente de valor.
Mientras tanto la franja de Gaza agoniza. Mujeres, niños, viejos y jóvenes, todos ellos milicianos de la sobrevivencia, corren de un lado para otro dentro de la ratonera geográfica este martes 6 de enero huyendo de los regalos bombas que los reyes magos sueltan sin contemplación. Ya no basta con destruir la escasa infraestructura de la zona sino que también hay que bombardear los colegios bajo protección internacional en donde centenares de desesperados buscan cobijo. Tras cada bomba o bala trazadora se iluminan los callejones de la historia canalla contra el pueblo palestino y al mismo tiempo la silueta de la resistencia, que más pronto que tarde, como un designio de esta vieja historia, repetirán las nuevas generaciones de niños y jóvenes palestinos. Otro ciclo de violencia se sella por estos días y todos nosotros somos testigos de aquello, no lo olvidemos. Porque la memoria histórica del ser humano es muy débil, selectivamente canalla, programada para conectar la imagen con el concepto, pero rehacía a explorar en los vértices del abismo de nuestra memoria RAM. Y yo aquí, en la soledad de una medianoche bajo cero me preguntó en que momento la memoria del pueblo judío- perseguido y sobreviviente del holocausto nazi- extravió el concepto de la vida para transformarse en una marioneta de la muerte revanchista contra los fantasmas de un pasado que algunos sectores quieren eternizar bajo el concepto político-cultural-militar de la seguridad de Israel. Son días de furia, de llantos desconsolados, de niños moribundos en brazos de sus padres que corren desesperados en búsqueda de algún coche que los transporten a un precario hospital también bajo fuego y saturado de heridos y cadáveres, que sólo podrán certificar otra muerte prematura.
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