Así que me dejé llevar por sus grandes avenidas y diagonales que cruzan la ciudad. Me alejé por los callejones oscuros al aire libre, terminando en el barrio de la Barceloneta con la ropa multicolor colgada hacía la calle agitándose con el viento que de un sopetón posa el sabor a mar en los labios del que va hacía el encuentro con el mediterráneo catalán. Ni siquiera pensé en aparecer por el ex recinto del Forum de las culturas porque estas están en Santa Eulalia, I`Hospitalet de Llobregat, en todos los rincones de la Barcelona de postal modernista que persigue a la ciudad desde las olimpiadas de 1992. Una ciudad con espíritu arquitectónico de vanguardia y arquitectos de la urgencia que ahora sólo piensan en la construcción vertical y que se mezclan con los puristas lingüísticos que quieren blindar el catalán con normas y sanciones obsoletas que este no necesita para sobrevivir, históricamente lo ha demostrado. Pese a la crisis económica por las tiendas exclusivas del Passeig de Gràcia no dejan de entrar y salir clientes, el Mercat de St Josep a un costado de las ramblas capea el temporal con zumos naturales o macedonias de frutas a un euro para comérselas quizás cerca del puerto; tumbado en una de esas grandes butacas de piedra sin ángulo recto en que sólo hay que encontrar la coordenada precisa que el cuerpo necesita.
Hay que viajar en metro porque ahí hay un latido fundamental para incorporar en la cartografía sensorial de cualquier gran ciudad. Siempre será un placer ver a la gente agarrada con furia a un libro y con soltura al pasamano, o sorprenderte en mitad de un paseo de dirección aleatoria, con la síntesis de una gran verdad humana colgando desde la publicidad exterior de un autobús urbano: Probablemente dios no existe deja de preocuparte y disfruta la vida. Una campaña de carácter ateo, agnóstico o apostata que ya ha recorrido otras ciudades europeas y que se inscribe en la articulación de un cada vez mayor grupo de ateos que se cansaron del silencio y hoy quieren debate y avance en los espacios sociales y políticos, porque ahí está la batalla valórica contra los ultra clericales de España que siguen abonados a la teoría del creacionismo. Hace unas semanas, en Roma, Benedicto XVI marcó la pauta del catolicismo extremo colocando en una posición estratégica a KiKo Argüello fundador del camino Neocatecumental y su movimiento los KiKos, un nuevo ejército de jóvenes y familias dispuestos a ir a cualquier sitio para evangelizar desde una férrea e inquisidora moral cristiana.
Juan Pablo II hizo lo mismo con Marcel Maciel Degollado y su obra Los Legionarios de Cristo. El fundador y director, hasta hace poco, del ejército de cristo en la tierra terminaría recluido en Roma bajo el silencio protectoral vaticano después de una vida entregada al abuso de menores, al dinero y a las jeringuillas con morfina.
Desde la cima del Park Güell Barcelona se amplifica desembocando hacía el mar, desde el tejado de una casa okupa cuelga el lienzo Stop Genocide in Palestine, en días pasados más de cincuenta mil personas han salido a la calle para protestar contra el terrorismo del estado israelí. Barcelona siempre está en movimiento, con los alquileres siempre en ascenso haciéndolos inalcanzables para los mileuristas que además de vivir en la precariedad son sometidos a un bombardeo diario de malas previsiones económicas en otro capítulo de la campaña del terror que ha desatado la crisis económica mundial y la particular española de la burbuja inmobiliaria que se fue a la mierda. Por estos días en Barcelona se atochan los ERE (expedientes de regulación de empleo) de grandes multinacionales y medianas empresas que de un plumazo quieren despedir a centenares de trabajadores. Huyen con la producción a otros puntos del planeta en donde la mano de obra sea más barata y las condiciones políticas económicas de preferencia. Otras, como las automotrices, siguen reduciendo empleos y jornadas de trabajo mientras se benefician de las ayudas gubernamentales anti crisis.
La Sagrada Familia eternamente en construcción dilata las pupilas que hasta ese momento sólo la conocían de la memoria visual del aprendizaje. No me puedo resistir a la obra vanguardista de Antoni Gaudí. Pese a los 16,50 euros de un ticket desproporcionado, cruzo la puerta a media tarde para sumergirme en el universo espacial -de quizá su obra más acabada- la casa Batlló en el Pg. de Gracia. El que vaya en busca de ángulos rectos que se de media vuelta o coja una de las miles de bicicletas públicas que pululan por la ciudad, pedalee recto con dirección Montjuic o la Rambla Litoral. Traspasar aquella puerta significa entrar en una cosmovisión arquitectónica de vanguardia plagada de puntos de fuga estéticos funcionales. De la primera planta a la azotea nada ha quedado al azar. Vestigios culturales de la Barcelona aristocrática y su carácter europeo.
En una cafetería al lado del Arena tomo unas cañas mientras repaso, El Periódico, en catalán, no es una soberbia lingüística sino más bien un intento por comprender aquella lengua llena de buenos escritores y otros muchos malos que venden más de la cuenta. Barcelona me sienta bien, los pasos cogen el ritmo perfecto y el ojo se desprende de la cámara porque este también necesita su espacio para reflexionar o sencillamente desconectar las vías de escape que impidan otra huída. Después de cinco días volví a Granada; el tren llegó por la mañana temprano y el viaje fue eternamente incómodo. Me dormí pensando una y otra vez que en la cafetería del tren en vez de tanto sándwich mixto o bocata de tortilla o de jamón con tomate, nos harían un favor a todo el pasaje si le pidieran la receta a la repostera francesa del bon profít. Con un pastelito de aquellos el TALGO se convierte en un AVE risueña y todos pasan sin duda una bona nit.
Al coger la puerta de salida de los andenes tres hombres de civil y mediana edad nos cortaron el paso a los pasajeros y enseñando sus placas fueron seleccionando a quienes debían someterse a un control de identidad y algo más. Curiosamente no me seleccionaron para el control, me pareció extraño porque mis viajes siempre están salpicados de aquel coñazo policial. Cogí la mochila, sonreí mientras veía los cielos cubiertos sobre la ciudad y encendí un cigarrillo.