Sino fuera por ellos la vista se dejaría ganar la partida en el descorche anestésico que produce una pared impoluta en el abismo del bombardeo publicitario, las construcciones urbanísticas y los escaparates del consumo que delinean la normalidad visual. Todos los días y noche nace alguno en la cartografía social de lo disperso porque son necesarios para la desintoxicación del cuerpo social tras tanta globalización precaria. En la era de las nuevas tecnologías comunicacionales, la muralla intervenida en modalidad de graffiti o mural, sigue siendo el soporte simbólico más fuerte para la expresión y colisión de subjetividades socio-políticas-emocionales.
Y los que en algún momento pensaron que el graffiti estaba llamado a subvertir la normalidad por su dimensión clandestina y juvenil que brotaba como setas en el descampado urbano mundial se equivocaban. Desde hace mucho la tradición muralista y el graffiti como arte contestatario están integrados al circuito de producción cultural de consumo. Se cotiza al alza y muchos de los autores callejeros hoy exponen en grandes galerías y trabajan con firmas publicitarias que requieren de sus servicios para montar campañas de consumo dirigidas al segmento juvenil. Sin embargo, el street art no ha perdido su capacidad transformadora porque día a día se reinventa en miles de nuevos militantes que van al encuentro de la muralla.
La cultura del graffiti es tan amplia como las fotografías de aerosol que están repartidas por el mundo entero. En ciertos barrios; las paredes guardan toda una memoria colectiva pero soterrada de luchas políticas, sueños y muerte, hoy en esos mismos muros se narran otras grandes batallas contra la subsistencia. El aerosol y la brocha dinamizan a los chicos y chicas de los barrios marginales latinos, tanto o más, que a los chicos de la periferia parisina o los de Bucarest, Granada o Estocolmo…su actividad incesante va marcando su despliegue estético por las callejuelas, bloques de apartamentos, solares abandonados, murallas de grandes avenidas.
Cualquier lienzo público o privado está condenado a tener que soportar el discurso de la multitud crítica y descontenta.
Y los que en algún momento pensaron que el graffiti estaba llamado a subvertir la normalidad por su dimensión clandestina y juvenil que brotaba como setas en el descampado urbano mundial se equivocaban. Desde hace mucho la tradición muralista y el graffiti como arte contestatario están integrados al circuito de producción cultural de consumo. Se cotiza al alza y muchos de los autores callejeros hoy exponen en grandes galerías y trabajan con firmas publicitarias que requieren de sus servicios para montar campañas de consumo dirigidas al segmento juvenil. Sin embargo, el street art no ha perdido su capacidad transformadora porque día a día se reinventa en miles de nuevos militantes que van al encuentro de la muralla.
La cultura del graffiti es tan amplia como las fotografías de aerosol que están repartidas por el mundo entero. En ciertos barrios; las paredes guardan toda una memoria colectiva pero soterrada de luchas políticas, sueños y muerte, hoy en esos mismos muros se narran otras grandes batallas contra la subsistencia. El aerosol y la brocha dinamizan a los chicos y chicas de los barrios marginales latinos, tanto o más, que a los chicos de la periferia parisina o los de Bucarest, Granada o Estocolmo…su actividad incesante va marcando su despliegue estético por las callejuelas, bloques de apartamentos, solares abandonados, murallas de grandes avenidas.
Cualquier lienzo público o privado está condenado a tener que soportar el discurso de la multitud crítica y descontenta.
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