mayo 02, 2009

“Vals con Bashir” y algo más








Durante semanas esperé en vano la posibilidad de ver en algún cine granadino el filme de animación Vals Con Bashir que venía avalado por la crítica y su éxito en festivales internacionales y que era proyectado con buen público en pocas salas españolas. Nunca llegó la película porque las últimas salas que proyectaban cintas independientes en Granada cerraron en los últimos años para transformarse en recintos dedicados exclusivamente al ocio nocturno de la marcha. Hoy lo que existen son multicines, siempre amparados en la catedral del algún templo del consumo, y sus decenas de salas que tienen la misión de homogeneizar la oferta cinéfila a contenidos masivos. En contadas ocasiones se cuela alguna pieza que por méritos propios logra romper el cerco de la industria cultural y su multitud de intereses que no hacen otra cosa que alimentar el pensamiento único.
Cuando faltaban pocos minutos para la descarga de la película vía Ares todo se fue a la mierda porque me habían desconectado de la World Wide Web vía conexión telefónica. Esta vez no era uno de los tantos problemas de una u otra compañía con sus costosas redes de banda ancha que en la práctica son más angostas que la figura de un chanquete chino clandestino. Esa tarde me desconectaron el servicio de estar globalizado por falta de pago, pero por sobre todo, me jodieron la posibilidad de volver a encontrarme con ese septiembre negro de 1982 en que las tropas israelíes invadieron Beirut y la llamada comunidad internacional asistió en silencio- como siempre- a una nueva masacre en los campamentos de refugiados palestinos de Sabra y Chatila que ha quedado impune; como la última ocupación israelí en territorios palestinos que bombardeo con fósforo blanco a la población civil de Gaza.
Hace unos días caminando por la Fuente de las batallas me encontré con que la Feria del Libro de Granada este año se celebraba ahí, en pleno centro y no en el parque Federico García Lorca en donde hay una pausa entre el tiempo y el silencio reflexivo que invita a interrogar lo impreso. Una relocalización forzada por el Ayuntamiento del Partido Popular (PP) que también por los mismos días sacaba su bando municipal coercitivo contra la prostitución callejera en la ciudad provocando una deslocalización del trabajo sexual que ha tenido que trasladarse a zonas más apartadas, con menos seguridad y con desconocidos callejones violentos por descubrir. Por largos minutos estuve sumergido en aquella analogía entre prostitución y literatura, hasta que por una de las casetas el piloto automático que todos llevamos dentro encendió su alarma vital, que lo mismo una noche de borrachera total nos conduce a casa casi sin darnos cuenta, o en otras, sencillamente activa la posibilidad sensorial de encontrarte quizás con lo mejor de estas ferias literarias cada vez más prostituidas. Cogí el libro de Ari Folman y David Polonsky, y subí hacía la terraza de el “22” en el barrio del Albayzín para por fin dar cuenta de la historia de Vals Con Bashir.
Una ráfaga de recuerdos inconexos acecha la memoria de un hombre después de veinte años. Son dos semanas de un espacio temporal concreto - septiembre de 1982, el Líbano, Beirut Oeste - en que los recuerdos no brotan y se transforman en una página en blanco que él mismo siempre sospecha que estuvo teñida de rojo. Folman se lanza a indagar entonces que cojones hizo él durante los días de aquella matanza, un puzzle personal de flashbacks que va organizándolos a medida que contacta con algunos camaradas de armas de aquel entonces que le refrescan los recuerdos de aquella memoria que se bloqueó o sencillamente no quiso recordar nada después de comprender que la historia familiar de la masacre nazi de Auschwitz tenía su encadenación histórica-familiar con él y su participación a los 18 años en la ocupación de Beirut y la posterior matanza de Sabra y Chatila. Esta es la mirada de un protagonista de aquellos hechos; un provocador para los ortodoxos que hoy están en el poder, un desmemoriado comercial para el recalcitrante de izquierdas que no está dispuesto a sumergirse en el laberinto gráfico- moral del ocupante que descargó plomo en la ocupación y sirvió de apoyo para que las Brigadas cristianas falangistas del Líbano desataran toda su furia tras la muerte de su presidente y líder, Gemayel Bashir. Vals con Bashir se transforma entonces en un puñetazo a la conciencia particular y un punto de fuga para robustecer la memoria colectiva que se acostumbró a descatalogar las fechas malditas del calendario global.
Los fotogramas de aquella historia adquieren vida a medida que se entrelazan en el tobogán cultural de la eterna guerra israelí que bautiza con fuego y sangre a todos sus retoños adolescentes que un día de ayer, o de hoy, y mañana serán siendo movilizados por la fuerza a hacer patria sionista con la ayuda de sus aliados occidentales que no dejan de proporcionarle la tecnología necesaria para sus armas letales de última generación y sus carros blindados y gases más que tóxicos que fabrican a pedido, para cualquier democracia histérica marginal que necesita la represión callejera para sobrevivir y crear identidad. Luego exhiben su particular modelo de desarrollo en cualquier feria armamentista internacional con el sello de garantía de que todo lo que se vende ha sido probado con éxito no sólo en medio oriente sino que en el mundo entero. Algunos de sus chicos y chicas después vuelven a casa con los ojos inyectados en sangre, las palabras entrecortadas y el corazón haciéndose un nudo en la boca que imposibilita siquiera transmitir a la novi@, familia y amigos el horror del cual se ha sido parte. Será por eso quizás que la mili los premia con salir a conocer el mundo y por eso uno se los encuentra en cualquier pensión del Cuzco (Perú) con su compartimentación agria, en donde sólo se comunican entre ellos y con la televisión satelital y sus series norteamericanas. Esperar un saludo cordial de ellos al entrar o salir de los espacios compartidos se transforma en una bofetada silenciosa que cruza miles de kilómetros no para conocer o empaparse de una nueva realidad social sino que para olvidar su servicio a la patria y la promesa insulsa de la tierra prometida.

* nota al pie de página: Le hablo a un colega de esta historia, me sonríe y se acerca a su escritorio para coger una copia pirata de Vals con Bashir. Nos fumamos un porrito y terminamos repasando los conflictos internacionales con la compañía de un globo terráqueo singular en el cual no aparece el estado de Israel como tal sino que paradójicamente una leyenda con el número cuatro que trae como referencia los territorios palestinos. Por la noche asisto a un encuentro de amigo@s y de repente salta el tema y más de alguno me hacen la observación de que hoy a partir de las once y cuarenta y cinco de la noche están poniendo la película en una sala perdida de Granada. Tengo en la mochila la copia pirata del filme de animación, en la mano una copa de gin tonic con la costumbre heredada del medio limón exprimido; se hace un silencio exquisito y después de ello los vasos suenan por penúltima vez en una noche en que el cielo nocturno está encapotado, cerrado, sin posibilidad alguna de hacerle una finta a la frágil memoria que ya está configurada.

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