diciembre 04, 2008

“Tirando la manta en Granada”


Siempre salen de casa con la sonrisa en los labios, la mochila en la espalda o la bolsa cuadrille de mercadillo en la mano; nunca voltean la cabeza para mirar a lo que se deja atrás porque la aventura inmigrante así lo requiere. Vienen del barrio del Zaidín, de la Chana, algunos se descuelgan desde la estigmatizada y olvidada zona norte de Granada, otros sólo caminan unas cuadras para copar con sus películas y CD de música pirata interrumpidamente las aceras del casco histórico de una ciudad que siempre transita entre la desazón y el son. Se despliegan en grupo e instintivamente cada uno asume una actitud vigilante ante los continuos embates de la policía local que no quieren que lleguen por la noche al piso compartido. Cada día se vende menos y se camina más para intentar cuadrar la caja chica de la sobrevivencia.
Los que no tiran la manta en la calle, recorren bares y restaurantes ofreciendo la mercancía pirata que ya tiene a decenas de sus compañeros en las cárceles españolas, tras aplicarles no una sanción administrativa sino que una condena judicial con pena efectiva de prisión. Una exageración del sistema judicial español que se entretiene en joderle la vida al subsahariano inmigrante sin papeles, mientras en sus narices es asesinada otra mujer por la violencia machista. La presión de lobby de las transnacionales de la música para reprimir a la piratería y la descarga de archivos P2p va dando sus pequeños frutos político-policiales que se mezclan con los discursos exclusivamente mercantilistas que agita la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) para salvaguardar, según ellos, la creación del artista.
Después de años en contacto con la inmigración africana uno sabe que la venta callejera de CD y DVD es el último eslabón comercial en la trama de las falsificaciones. Aquella actividad es la primera forma de ganarse la vida y pagar la manutención diaria; la solidaridad africana es extensa y generosa, pero también anda con los bolsillos estrechos. Algunos después de meses saldrán de la venta ambulante hacía otros derroteros, otros permanecerán años en aquel laberinto que lentamente va frustrando a la nueva savia africana. Y Mamadou, musta, Aliou y tantos otros con que me topo cada día en alguna esquina o bar recurrente, lo saben, no son ajenos a esta realidad tan concreta en que los proyectos de vida se van cristalizando en la máquina del tiempo.
En esos momentos de tensión, en donde la soledad aprieta y las perspectivas económicas se desvanecen, tanto en la tierra como en el aire, emerge nuevamente el guerrero urbano de ébano que se echa a la calle decidido a ganar esta partida. Lo mismo hace Yousaf, el adolescente paquistaní que otra vez ha cogido con fuerza su ramo de rozas para salir a recorrer una Granada bajo cero.

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