octubre 04, 2007

Crónicas Inmigrantes : Chicharrones de nostalgia

Cada día pechugas, trutros y alas vuelan por última vez sancochadas a la sartén hirviendo de la cocina senegalesa que se hace un hueco por sobrevivir en la primera planta del bloque de viviendas sociales construido por algún arquitecto español de la urgencia. Y el aroma del menú africano se va colando por las ventanas de los cuartos superiores siempre acompañado de ese chirrear de la fritanga en ebullición, hirviendo, caliente, tanto como el verano andaluz que hace languidecer los cuerpos cada vez más desnudos que deambulan por el asfalto de Granada; la ciudad sureña del encanto asfixiante.
La cocina da hacia un largo y estrecho patio interior que separa a los dos mausoleos habitados en su mayoría por inmigrantes y universitarios en busca de alquileres accesibles a pasos del centro de Granada. Comparten estancia con gente de la tercera edad que cumplen su sueño del piso propio gracias a las viviendas de protección oficial que se levantan con timidez ante el avasallador tranco de las grandes inmobiliarias que especulan con las necesidades y esperanzas de la población española por adquirir una, o tan siquiera, alquilarla. Todo lo que desemboca en aquel patio interior se amplifica al vecindario. Y uno ahí, sin quererlo, se va involucrando en rutinas privadas, diálogos añejos, en amores que coletean desgarrados y soledades tan profundas e invisibles como la del torso moreno friendo sus chicharrones de nostalgia al compás de la música de Youssou N'Dour . Imagino que las rutinas culinarias lo acercan a Dakar, a la familia numerosa que se ha quedado en Senegal derrochando sonrisas y esperanzas ante las calamidades que azotan al continente africano. Ahora sólo hay una mesa pequeña para compartir junto a los amigos de la aventura migrante, esta se hace estrecha, incapaz de contener ese afecto moreno que quisiera desbordarse por completo sobre el sentido común de la desconfianza española, que lo mira con desdén, mientras tira la manta en las callejuelas de la ciudad.
Imposible abstraerse a la cartografía de la soledad. Cómo negarse a la posibilidad de asistir al duelo entre el hombre asiático de la cuarta planta y su máquina lingüística programada para traducir, corregir y castigar cada palabra que sale de sus labios. Triste encuentro entre el hombre y sus circunstancias. Una lucha feroz que se desencadenó durante meses ante la mirada incrédula de algunos vecinos que no podían creer en la tenacidad de aquel asiático frente a su verdugo de última generación. Cada palabra que salía de su boca el verdugo la traducía al español, cuando el hombre vocalizaba con energía, la máquina saltaba para corregirlo, y así pasaban largas horas y rara vez avanzaban más que un par de frases a la semana.
Una noche de invierno se escuchó un grito agudo, de llanto, luego un fuerte golpe en el piso, cuando abrí la ventana del cuarto vi las entrañas de la máquina desperdigadas en el concreto, la única luz era la del cuarto del chino; lo vi en la ventana, las lágrimas o la lluvia le surcaban el rostro mientras contemplaba la escena.
Pero la soledad no es patrimonio de nadie y por eso calles más abajo una robusta anciana española de vestido rojo socializa su llanto al barrio desde su balcón de la tercera planta. Su grito desgarrador de soledad desciende entonces por las calles Mirlo, Paloma, Azor hasta perderse en el sonido de la fuente iluminada. Un beso para la mujer canosa que pide a gritos una caricia arrebatada por la modernidad, una bolsa de frutas y unas palabras de cariño para quién ya casi se despide de esta sobre valorada vida, una visita, una siquiera, de los hijos que ya sólo saben de fútbol, hipotecas, móviles de última generación, cambio de coche y tiempo de rebajas.
En la Europa comunitaria los viejos mueren con la soledad como testigo de fe, si no fuera por el olor a podrido que emana de sus pisos, nadie se enteraría de aquella despedida silenciosa. La muerte lo cambia todo, incentiva a la carroña mecanizada que visita la zona para enterarse del piso a punto de entrar al ruedo inmobiliario, los agentes a vuelo de pájaro tasan la propiedad desde el exterior, esperan que el juez de turno autorice el levantamiento del cadáver para ingresar al inmueble, que de seguro, ha quedado en manos de algún miembro de la familia ausente.
Carcajadas con sabor a hachís, cervezas frías en la nevera, televisión española en estado de coma, parejas follando tras las persianas, juegos de salón árabes en el balcón marroquí, franceses pedo corriendo desnudos por la calle, universitarias taconeando por la escalera agarradas del consolador con melodía, terrazas abarrotadas de cervezas y tapas, perros cagando en la impunidad de la noche desafiando la multa del ayuntamiento. Otro día tranquilo en el barrio Los Pajaritos de Granada.

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