Se ha ido el cronista de los
nadie chilenos que cartografió con su pluma siempre marginal y marica las grietas sociales del abismo
nacional. Se ha ido de madrugada, como las miles en que rasguñó algo de sexo
envuelto con amor o solo esperando los primeros rayos de sol en una conversación
con amigas. Su universo humano literario estaba en la calle y quiénes le dan
vida, no salía a tomar apuntes por la ciudad porque su existencia había estado
cincelada por los dictados de la sobre vivencia en la urbe lo mismo en dictadura
que en la eterna transición a la democracia chilena. Recuerdo que para cuando
me fui de Chile en 2003, Lemebel ya había publicado “La esquina es mi corazón”
(1995), “Loco afán: crónicas de sidario”
(1996), “De perlas y cicatrices”(1998)
y su única novela “Tengo miedo torero”
(2001) además de declamar sus crónicas vía prensa gráfica o a través de Radio
Tierra, ya se lo estudiaba en algunas cátedras internacionales que iban más
allá de la literatura. Sin embargo, aún se oía en los círculos nacionales más
diversos aquello de que era buen escritor pero maricón y además marginal, sus
credenciales literarias estuvieron y han estado siempre bajo sospecha en la
psiquis chilena por rojo, maricón y pobre. Y eso Lemebel lo sabía, pero le traía
sin cuidado. Él siempre supo escoger los vértices por los que caminar y desde
pequeño había elegido escorarse hacía una izquierda profunda en donde no se
necesitaba militar, quizás porque había nacido con una alita rota o porque sencillamente en otros tiempos era normal
que los pobres creyeran en la justicia social y una vida digna, y de ahí que se
arrimaran entre si para conformar un pueblo con ganas de transformar la
sociedad.
Su escritura fue una estrategia de sobrevivencia y su
lectura para finales de la década de los noventa era indispensable para
evaporar el sopor de esos años en que la justicia había quedado asfaltada en
otra carretera concesionada. Ya no había nada más que privatizar a parte de los
corazones, muchos sucumbieron y otros fueron rescatados por la provocación del
universo Lemebel que no escribía ficción. Sus crónicas urbanas sin concesiones
políticas ni sexuales irrumpieron en un país insular en donde los únicos
maricones reconocidos como válidos por el poder y el grueso de la población
eran modistos, personajes de televisión y algún homosexual de apellido que era súbdito
del patriarcado. Su irrupción normalizó la homosexualidad entre muchos
compañeros atrapados por la construcción machista de una posible revolución, a
ellos dirigió sus mejores textos. Era un provocador en sus textos, performance
y programas radiales, así como también en la esfera privada, de mis encuentros
con Lemebel en la redacción de Punto Final, algún bareto o en un vagón del
metro hacía ninguna parte, emerge esa ironía juguetona amarrada en su pañuelo a
la cabeza que te abofeteaba con frases que por casualidad continuamente
terminaba susurrando a tu oído con esa sonrisa sincera y picaresca.
A los literatos y sesudos críticos el análisis de su obra, a
los miles de estudiantes que este año harán sus tesis sobre Pedro Lemebel y la
disección de su mundo periférico en un corta y pega, les deseo buena suerte, a
esta hora de seguro que las editoriales que tienen sus derechos de edición
estarán mandando a la imprenta re-ediciones de sus libros. Y que así sea, hay
que leer o volver a darle una vuelta a la obra de Lemebel si se quiere entender
el devenir chileno de las últimas décadas. Y ahí queda el desafío para las
periferias chilenas de apropiarse de un icono cultural como si fuera suyo
porque siempre fue de esos márgenes, hay que hacerlo antes que la industria
cultural lo desapropie de su intimidad con su pueblo.
Bon viatge
linda Marieta.