enero 24, 2015

Pedro Lemebel: adiós mariquita linda



Se ha ido el cronista de los nadie chilenos que cartografió con su pluma siempre marginal y marica las grietas sociales del abismo nacional. Se ha ido de madrugada, como las miles en que rasguñó algo de sexo envuelto con amor o solo esperando los primeros rayos de sol en una conversación con amigas. Su universo humano literario estaba en la calle y quiénes le dan vida, no salía a tomar apuntes por la ciudad porque su existencia había estado cincelada por los dictados de la sobre vivencia en la urbe lo mismo en dictadura que en la eterna transición a la democracia chilena. Recuerdo que para cuando me fui de Chile en 2003, Lemebel ya había publicado “La esquina es mi corazón” (1995), “Loco afán: crónicas de sidario” (1996), “De perlas y cicatrices”(1998) y su única novela “Tengo miedo torero” (2001) además de declamar sus crónicas vía prensa gráfica o a través de Radio Tierra, ya se lo estudiaba en algunas cátedras internacionales que iban más allá de la literatura. Sin embargo, aún se oía en los círculos nacionales más diversos aquello de que era buen escritor pero maricón y además marginal, sus credenciales literarias estuvieron y han estado siempre bajo sospecha en la psiquis chilena por rojo, maricón y pobre. Y eso Lemebel lo sabía, pero le traía sin cuidado. Él siempre supo escoger los vértices por los que caminar y desde pequeño había elegido escorarse hacía una izquierda profunda en donde no se necesitaba militar, quizás porque había nacido con una alita rota o porque sencillamente en otros tiempos era normal que los pobres creyeran en la justicia social y una vida digna, y de ahí que se arrimaran entre si para conformar un pueblo con ganas de transformar la sociedad.

Su escritura fue una estrategia de sobrevivencia y su lectura para finales de la década de los noventa era indispensable para evaporar el sopor de esos años en que la justicia había quedado asfaltada en otra carretera concesionada. Ya no había nada más que privatizar a parte de los corazones, muchos sucumbieron y otros fueron rescatados por la provocación del universo Lemebel que no escribía ficción. Sus crónicas urbanas sin concesiones políticas ni sexuales irrumpieron en un país insular en donde los únicos maricones reconocidos como válidos por el poder y el grueso de la población eran modistos, personajes de televisión y algún homosexual de apellido que era súbdito del patriarcado. Su irrupción normalizó la homosexualidad entre muchos compañeros atrapados por la construcción machista de una posible revolución, a ellos dirigió sus mejores textos. Era un provocador en sus textos, performance y programas radiales, así como también en la esfera privada, de mis encuentros con Lemebel en la redacción de Punto Final, algún bareto o en un vagón del metro hacía ninguna parte, emerge esa ironía juguetona amarrada en su pañuelo a la cabeza que te abofeteaba con frases que por casualidad continuamente terminaba susurrando a tu oído con esa sonrisa sincera y picaresca.

A los literatos y sesudos críticos el análisis de su obra, a los miles de estudiantes que este año harán sus tesis sobre Pedro Lemebel y la disección de su mundo periférico en un corta y pega, les deseo buena suerte, a esta hora de seguro que las editoriales que tienen sus derechos de edición estarán mandando a la imprenta re-ediciones de sus libros. Y que así sea, hay que leer o volver a darle una vuelta a la obra de Lemebel si se quiere entender el devenir chileno de las últimas décadas. Y ahí queda el desafío para las periferias chilenas de apropiarse de un icono cultural como si fuera suyo porque siempre fue de esos márgenes, hay que hacerlo antes que la industria cultural lo desapropie de su intimidad con su pueblo.
Bon viatge linda Marieta.