Son las ocho menos
veinte de la mañana y aterrizo en Santiago de Chile. El pasaje se inquieta por
salir rápido con sus rostros masacrados por el jet lag, todos estamos igual,
pero yo he amanecido con una sospechosa sonrisa en la cara que no tiene que ver
con llegar a Chile ni tampoco de irme del agujero español por tres meses. La
culpable de este bello anochecer eterno por el atlántico digamos que tiene unos
ojos tan profundos que cuando la miras fijamente eres capaz de ver como se
escapa tu mirada en la suya. Mi compañero de asiento por casualidades de la
vida es un sesentón chileno de la época del exilio que se quedó por Estocolmo y
vuelve de vez en cuando para visitar a la familia. Puta que hueveaste anoche,
tan joven y ya tienes problemas de próstata hueón, tanto ir al baño- me suelta
a punto de salir del avión. Le pido disculpas mientras clavo mi mirada en los
ojos de ella, que se despide con otra sonrisa y un hasta luego señor, gracias
por volar con nosotros. Por un momento pienso en soltarle un piropo tipo
andaluz de ¡guapa yo contigo volaría a cualquier parte! pero me reprimo porque
está la jefa de cabina y además que yo nunca he sido de piropos ni tengo la
entonación adecuada, pero lo fundamental, es que en ningún momento de la noche
hemos hablado, susurrado o deslizado la posibilidad de intercambiar un número
de teléfono, dirección de red social, email o cualquier dato que remitiera a un
supuesto futuro. Así que la contemplo por última vez y aquella imagen me
acompaña mientras entre manga, pasillos, eternas filas, por fin llego al
control de pasaportes.
Buenos días- entrego
el pasaporte chileno al treintañero del cubículo que tiene la placa en la
solapa y su chaqueta de la Policía de Investigaciones (PDI), sus dedos
revuelven las páginas, me mira de vez en cuando, y sospecho que me va a soltar el rollo de la crisis económica
española y la vuelta de los chilenos emigrantes que un día se fueron y ahora
vuelven cabizbajos. Experimento la misma sensación de hace más de diez años
cuando llegué por primera vez a España vía barajas en el control de pasaportes
con la intención de quedarme y embolsar la cifra de inmigrantes ilegales en los
meses finales de la España de Aznar. Mientras los otros controles avanzan, yo
sigo clavado viendo como el policía una y otra vez pasa el pasaporte azul por
el detector de imitaciones, mira la pantalla del ordenador, lo vuelve a coger y
sus dedos repasan las hojas como queriendo encontrar algún detalle. Por fin me
mira a los ojos y me pregunta con un desafiante tono seco- ¿cuándo te
nacionalizaste?
No entiendo- le
respondo extrañado y con la sonrisa eclipsándose. En un primer momento pienso
que se ha liado con la tarjeta de residencia española y el pasaporte chileno,
algo absurdo, pero bueno, es temprano por la mañana y no todo el mundo tiene un
buen despertar.
Que cuando te hiciste
chileno- me dice de sopetón. Antes de siquiera poder decir nada, el pendejo se
ha crecido tras el cristal y arremete- Rodrigo Soto…, nacido en La Paz,
Bolivia, el 11 de agosto de 1975, profesión desconocida, soltero,….- y así
sigue hasta que por fin se detiene y vuelve a insistir por el año en que me
hice chileno.
A esas alturas, la
situación desborda el absurdo, asumo que he tenido la mala suerte de toparme
con el clásico policía que cree hacer patria en las fronteras. Después de unas
semanas comprendería que en el Chile de hoy aquel discurso nacionalista y
xenófobo- como en la mayoría del mundo- cruza a la transversalidad de la
sociedad; de la ultra derecha económica neo pinochetista a la izquierda
revolucionaria atragantada con la palabra pueblo, pasando por los progresistas
que están encantados con las nanas peruanas. Estuve a punto de decirle, con
tono de provocación, que si hubiera tenido la posibilidad de elegir no hubiera
sido chileno, para joder un poco, pero venía llegando así que no había que
forzar la suerte. Si bien uno se fue hace mucho de Chile, uno sabe que meterse
con la llamada patria puede traer problemas de calibre, a nivel de conocidos y
más con un desconocido que cumple por la mañana temprano su labor de que ningún
indeseable se cuele en el bipolar milagro económico chileno..
La magia efímera de
una noche, la incertidumbre de saber si cogería el avión de vuelta, los
certeros gin tonic y la pregunta de cuando me hice chileno, todo ello se
confundía en mi mente mientras imaginaba que un eco rotundo sonaba por la
megafonía de todo el aeropuerto de SCL, aquella era la voz inconfundible de
Nicanor Parra con las olas rompiendo de fondo para advertir a turistas y
nacionales que tuvieran presente que aún creemos ser país y somos apenas paisaje. Así que así, sin más, pero con el
apremio de responder a tamaña pregunta del ser chileno, comencé a esbozar una
respuesta del porque un nacido en Bolivia tenía pasaporte chileno y residencia
en España. De seguro que si hubiese nacido en Londres o Bruselas les daría lo
mismo, pienso mientras ordeno las ideas para hacer el trámite corto.
-Mi madre es boliviana
y mi padre chileno- le digo escuetamente.
-Ya, pero cuando te
nacionalizaste- me replica.
-Nunca me he nacionalizado, nací en Bolivia porque
mi madre así lo prometió el once de septiembre de 1973, la vida de mi hermana
llegó aquel mismo día en que se comenzó a morir este país.- le espeto ya con
mala leche. Eran tantos los vuelos que a esa misma hora llegaban de España no
cargados de turistas precisamente y otros destinos que pronto el control de
pasaportes estaba a rebozar, así que al tipo del cubículo no le quedo más
remedio que sellarme el pasaporte chileno y dejarse de dar el coñazo. Me
despidió con un bienvenido a Chile y pulsó el botón, no de pánico patriota,
sino que el normal, el que anunciaba la llegada de otra víctima ante su
presencia. Después vinieron a darme la bienvenida los perros del OS7 de carabineros
mientras esperaba la mochila en la cinta, un barbón de esos que de seguro
estaría más extasiado trabajando en la calle para pillar a unos chavales con un
poco de marihuana- cara y regular- me da los buenos días y se queda al lado
como esperando que su perro salte sobre mi mochila que aún no aparece. Hago un
repaso mental de lo que traigo o creo traer esperando que salte alguna alarma
por si quizás alguna cola de un porro se ha colado en alguna prenda. La
histeria policial política chilena con el consumo de marihuana es conocida
internacionalmente por su prohibición-penalización, lo mismo sucede con el
aborto. De pronto apareció un labrador negro con su peto del SAG concentrado en
su labor de pillar algún alimento o semilla prohibida. Yo cogí mi mochila y por
fin salí, porque en el fondo lo único que traía eran unas botellas de vino y la
mente abierta para reinterpretar al país que uno había dejado por voluntad hace una década. Así que cogí ese carrito de la vida que siempre estará lleno de
retazos, equidistantes unos de otros, y salí a encontrarme con la fresca niebla
de Pudahuel.