Esta vez los cuerpos enfocados por la lente de la cámara no están desmembrados producto de la artillería pesada de tanques, helicópteros, aviones de combate, misiles tierra-tierra, ni siquiera la lluvia de morteros han dejado huella en muchos de ellos. No hay agujeros de balas que tapar, ni amputaciones que realizar en los modestos hospitales de campaña levantados en los territorios rebeldes de Ghuta, en los suburbios de Damasco. Esta vez la sangre no corre a borbotones para terminar escarchándose en el suelo como viene sucediendo desde hace dos años en la guerra civil Siria. Sin embargo, ahí están los cadáveres de niños, mujeres, y hombres como testigos de fe para la llamada comunidad internacional de que algo terrible sucedió.
Los sobrevivientes sufren convulsiones, les cuesta respirar por sí mismos y luchan por dar una bocanada de aire porque saben que no habrá un respirador artificial aguardando por ellos. Los médicos denuncian- a quién aún quiera escucharlos- que se han quedado sin atropina para revertir la intoxicación por gases nerviosos, que probablemente es Sarín. Los balones de oxígeno ya casi no existen; trabajan en el desamparo de la muerte y la deshumanización al no poder contar con el apoyo de la cruz roja que tiene prohibido entrar a auxiliar en los territorios y barrios de conflicto.
El Gobierno de Bashar al Asad que no sólo ha resistido el embate rebelde sino que ahora recupera territorio utilizando todo el poder militar a su alcance, niega la acusación de que ellos han sido los responsables del ataque con armas químicas que podría haber dejado más de 1.300 muertos. Otras voces, sobre todo rusas, vuelven a agitar la tesis de que no sería la primera vez que los rebeldes utilizan armas químicas. El consejo de seguridad de la ONU cumple su rol de observador pasivo y emite una declaración carente de sentido práctico, la UE como desde el inicio del conflicto no tiene nada serio que aportar porque es incapaz de tomar decisiones colectivas. Por su parte, Estados Unidos aviva la fogata retórica y seguramente incrementará la asistencia técnica y militar para armar al Ejercito Rebelde Sirio y así detener el avance de los islamistas radicales del frente Al-Nusra que libran su propia yihad para formar un estado islámico en Siria que se rija por la Sharia. Desde Israel a las monarquías petroleras del golfo, desde las milicias chiitas de Hezbolá en el Líbano hasta el PKK que ve una posibilidad de asegurar territorios para concentrar a la diáspora del pueblo Kurdo que aún vaga por los laberintos de la extraterritorialidad. Y también están Rusia, Irán, la OTAN, EE.UU, Al Qaeda, todos estos y muchos más, son actores en el conflicto y esperan que por fin la balanza se incline hacia sus intereses.
Y entre medio de todo este fango está la población civil que todos los días le hace una finta a la muerte en la cola del pan, en el salón de la casa esperando que la lluvia de artillería indiscriminada se desvié, la muerte los pilla durmiendo o a media mañana intentando conseguir alimentos para que los críos coman y luego sean gaseados durante la noche. Según ACNUR más de dos millones de sirios han cruzado la frontera para salvar la vida y malvivir en campos de refugiados saturados que a nadie importan. A esta misma hora, en este mismo momento, son miles de sirios en la periferia de Damasco los que esperan, ya no pan o algo de paz, sino que derechamente necesitan atropina y sobre todo ayuda humanitaria.